20 de abril de 2017
Curiosamente,
como una canción que te gustaba, ese jueves “amaneció, y me encontré con que
emprendiste un largo viaje; mi corazón se te escapó del equipaje y se quedó fue
pa’ llenarme de recuerdos. [Me encontré con que] amaneció, y el gallo viejo que
cantaba en la ventana […] no cantó pues tú no abriste la mañana, ¡y hasta el
viento se devolvió porque no estabas!”.
A
eso de las seis de la mañana, tú te ibas de este mundo terrenal, ma, mientras
yo me dirigía hacia el lugar donde todos los días me mandabas con Dios y el
Espíritu Santo: a dar clase. Frente a mis estudiantes, le eché la culpa de mi
distracción a un par de días que llevaba sin dormir bien y a la cantidad de
exámenes que no hacía mucho había terminado de corregir; pero parece que la
verdad era que mi espíritu estaba muy lejos de ese tercer piso donde tenía
clase todos los jueves: seguramente estaba contigo, acompañándote hasta las
puertas del Edén, prometiéndote que todo estaría bien, para que así pudieras
dejar tranquila ese cuerpo doloroso que tanto te hacía sufrir.
Aunque
ese día no pensaba regresar a la casa después de clase, me pudieron más las
ganas de dormir. Entonces, fue así como a las nueve de la mañana estaba
abriendo la puerta, sintiendo el abrazo de mi tía, mientras en mis oídos hacía
eco la voz de mi pa diciéndome que te habías ido. Aún estabas en tu cama, a menos
de dos meses de cumplir 50 años de matrimonio, ya sin la cánula del oxígeno,
pero con una cara de tranquilidad, que desde hacía mucho tiempo no tenías. Le
agradecí a Dios por la perfección de sus planes, te agradecí a ti por la mujer
que hiciste de mí y por la familia en la que me dejaste.
Y
todo está bien, ma, pero sigue siendo muy pronto para no sentirme sola en un
mundo en el que no le importo a nadie como te importaba a ti; sigue siendo muy
pronto para ser consciente de que a mis 31 años me quedé sin mamá, que ya no
serás la primera en saber cuando esté gestando una vida, que ya no te escucharé
cuando me preguntes si estoy contentica o por qué estoy triste o queriéndome
comprar una pelea. Y quizás nunca deje de ser muy pronto para reservarte
exclusivamente a los recuerdos del corazón, para hablarte, escribirte y hacer
una siesta en tu lado de la cama, para llorar a la madrugada y pedirte valor
para seguir con una vida que no logro organizar del todo.