sábado, 2 de enero de 2016

Casi me ahogo con la primera uva del 2016

Seguramente fueron doce las uvas que nos comimos antenoche a medianoche, o trece con la ñapa, como suelo hacer yo (que ni siquiera como uvas, porque no me gustan, sino que me bajo la copa de champaña en doce sorbos, o en trece con la ñapa). Un pedazo de viñedo por cada deseo para el nuevo año, porque las convenciones nos sirven para volver a empezar, ¿no? Y eso es lo que hacemos año tras año a las 00:00 los 31 de diciembre -que en realidad son 1 de enero-.
Es así como creemos firmemente que la vida se nos arregla en doce uvas; y las de malas en el amor* tenemos "econtrar al casable" encabezando esa lista. Todas buscamos al papá de nuestros hijos
-cuando lo buscamos, pues; y lo aclaro para que las feministas no me caigan encima, porque me estripan-. 
Un man casable es una especie aparentemente perfecta: si a usted le gustan altos, altos; si le gustan rubios, rubios; si le gustan trigueños y ojiclaros, pues así; y sino, bajitos, pelioscuros... Y, obviamente, a eso súmele lo más importante: suaves y tiernos, o bruscos y patanes, como los prefiera; y, finalmente, como con dos carreras, un trabajo una chimba... pueden ser comisionistas de bolsa, médicos especialistas con maestría en literatura, ingenieros de cualquier cosa, editores de una revista, miembros de la Real Academia de la Lengua... como le atraigan.
Sin embargo, cuando aparezcan tenemos que asustarnos, y sugiero escapar inmediatamente, porque son de aquellos que nos harán perder tiempo e ilusiones diciéndonos que nos quieren conocer, cuando hay un 99 % de posibilidades de que dos días después nos salgan con que ya están en plan cita con alguien más; que les gustamos mucho pero que somos muy especiales para hacernos daño (ni idea por qué putas los casables siempre piensan en un final cuando ni siquiera se ha comenzado); que nos han pensando todo el día, pero qué casualidad que la telepatía no esté funcionando; que nos extrañan, y ni siquiera hay planes para vernos... y en fin.
Así que, ¡oh, sorpresa!, cuán mft estamos al poner al casable de primero en la lista de las doces uvas que nos cambiarán la vida. Los casables son un fraude, una falacia, un cuento, un espejismo, una mentira, una definición de Ambrose Pierce: ácida, o como dice mi mamá: "Una gonorrea".
Pongámoslos a perder tiempo a ellos, somos nosotras las que tenemos que ser las mamás de los hijos de ellos, no joda; y así dejamos de ahogarnos desde la primera uva.
* O nadie nos cae, o de verdad a todos los espantamos, como me asegura mi psiquiatra.