domingo, 29 de abril de 2012

Sencillamente

Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

*Publicación en Kien & Ke

Como nunca pude ser chapolera y, por ende, jamás pude tener un romance entre cafetales con Sebastián Vallejo ni dedicarme a ser catadora de café, estudié Comunicación Social – Periodismo para ver si podía ser la comunicadora de la Asociación Nacional de Cafeteros o de Cafexport… pero en el camino preferí escribir artículos periodísticos sobre el café (y otras cuantas cosas que Colombia considera importantes).

No obstante, amén de las circunstancias, en el antepenúltimo paso del viacrucis universitario opté por ponerle la tilde a café, revisar las concordancias entre determinante y sustantivo y entre verbo y sujeto; velar por el buen uso del gerundio, de los modos y tiempos verbales, de las cláusulas condicionales; corregir las brutalidades que cometemos cuando decimos “el mismo” (no propiamente como pronombre), “en cuyo caso”, y muchas otras expresiones bien mal empleadas… Y llenarme de diccionarios.

El caso fue que duré seis años devorando el conocimiento, seis años que me sirvieron para aseverar: 1) que la insuficiencia teórica lleva a la banalización de los temas –¡Ay, alumnos brutos que somos! Y nos encanta hacer alarde de ello. Perdónalos porque no saben lo que hacen–. 2) Y que no es un mito que aquellos seis años (cinco, seis, siete o más) se miden por la obra final: la tesis. Inclínense, descreídos. Yo sé que no es usual que al final de dicho camino se oigan muchos “tengo sed”; aquellos espíritus sedientos que con suerte se formaron –o los convencieron de formarse– en la pasión de la investigación son muy pocos.

Entonces, hacer o no hacer tesis, esa es la cuestión. Una cuestión en la que descubrí, por obra y gracia del Espíritu Santo, que es válido sentir temor, pánico, miedo si y solo si se está haciendo el trabajo de grado y no en el caso contrario: por no querer enfrentarse a una investigación –ni pensarlo, o el ser estudiantil acaba de ser anulado–. Pero… no debería haber preocupaciones de tipo anulativo puesto que se supone que es un ejercicio al que no habría por qué huírsele, según eso, porque es un ejercicio “familiar”, que nace del amor.
Todos sabemos que no hay que matarse –sin periodista no hay noticia, nos enseñaron alguna vez–. Claramente, una tesina no es la obra cumbre de la vida de nadie (¡y menos la primera!) y realmente no va a revolucionar ninguna ciencia… ¡Ojo!, aunque hay que pensar que sí para recargar constantemente las baterías. ¡Qué fácil suena y qué alabado es!

Y resulta que es tan dulce este minucioso y amplio ejercicio, que puede ser comparado, incluso, con una fruta: si se come antes, da indigestión; y si se come después, ya no estará buena. Es decir, si bien no hay que precipitarse, tampoco hay que dormirse. Recuerden: las pilas; recargarlas continuamente, y para ello nada mejor que la motivación que produce la elección del tema: que sea interesante para el alumno. ¡Cuidado!, no debe escogerse nada que impida terminar la investigación ni que produzca letargos en el maravilloso acto de escribir o intentar hacerlo.

Es cierto que el camino a veces, muchas veces, parece hacerse lento; sin embargo, imaginarse el anhelado “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, en la voz del lector o del director o del jurado, o del Decano o del Rector o de alguien, anunciando el final del andar es el mejor estimulante posible. Ya verán que pronto llegará el momento –y seguro será más temprano que tarde, si la pasión lo exige– en que pueda haber, metafóricamente, un diálogo similar a: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. // Ahí tienes a tu madre”. Habrá nacido un nuevo texto que uno creerá, inocentemente, que pondrá “patas arriba” algún campo del conocimiento. Así, los maestros habrán triunfado: habrán logrado desarrollar el espíritu crítico en los autores de dichas obras. Todo está consumado.

De tal manera que no se permitan el lujo de venirse abajo, porque la clave no es otra que la perseverancia y, también, darse cuenta de que hacer una tesis no es más complicado que vivir. Créanme. Sí…, hablo yo, que renuncié a la mía y opté por ver materias de maestría como opción de grado.

Por eso, Señor, por todo lo dicho anteriormente, en tus manos encomiendo mi espíritu apenas me gradúe, no sea que mi sapiencia no sea recibida por no haber hecho aquel valioso ejercicio que no me inspiró ni siquiera un “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” cuando sabía perfectamente que los eruditos tesistas de esta Tierra Santa me iban a condenar.