Desde el puerto…
Desembarcaron los Mapaches.
Fue una semana dura… perdí un arete. (Quienes me conozcan sabrán la importancia de ello; y quienes no: tengo tres obsesiones: aretes, calzones y zapatos). Entonces, aquí empieza todo -literal y metafóricamente-.
Hace algunos meses, unos once meses más tarde (o un año y once meses, o dos años y once meses, o quizás hasta tres años y once meses) me casaría. Lo sé. Lo supe hoy viendo una película: un seis de junio, por la tarde, de blanco en el Plaza Hotel (NY). O en su defecto, cualquier fin de semana, borracha en alguna vereda cercana (con nombre propio).
Pero perdí un arete. Perdí un arete y al mismo tiempo todo se acabó -en las alturas- después de que me dijo: “me han traído hasta aquí tus caderas y no tu corazón”, y me exigió: “búscate otro perro que te ladre, Princesa”.
Para ser breve, la que más dolió: “no puedo enamorarme de ti.” Y no puedo obviar con qué terminó su discursito -aclaro, con lo que teme cualquier pendeja que pase-: “te cambiaría por cualquiera”. (¡Tranquilos, no todo es tan grave, al menos reconoció que soy una princesa! ¡Cualquiera la otra!)
“Me abandonó como se abandonan los zapatos viejos”, ¡pensé! (¡¡¡y acerté!!!) Y estuve toda la semana como dice aquel: como la “gente sin alma que pierde la calma con la cocaína”. Lo confieso, tanto lo quería que quizás me tome en aprender a olvidarlo “19 días y 500 noches”.
Fue una semana dura… perdí un arete. Bienvenida al “boulevard de los sueños rotos”, ¡me dije! Y sentada en un andén entendí las palabras que algún día había escrito ésta (@Liliana Ceballos García): “Así estoy yo sin ti... Y un amor y un beso... y el sexo y el dolor... y un libro, un abrazo y la fogata... y un vino y otra vez el amor... y todo fue... lo que el viento se llevó....”. Empecé a cantar. Sin mi arete.
P.S.: ¿Te me robaste el arete?
P.S².: Todos tenían razón: “siempre tuv[e] la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”.