jueves, 20 de junio de 2013

Mi palabra preferida, la acción perfecta


Es cierto que a mis veintisiete años no se me hace muy difícil quitarme la ropa, contrario a la pena tan horrible que sentía cuando me llevaban donde el pediatra, ¡y eso que tenía apenas tres años!


Por ejemplo, estando en el colegio, una vez encerré a mis dos mejores amigos (un niño y una niña) en un cuarto y me les desvestí. ¡Se escandalizaron! Hoy en día no sé cómo hice eso, pero lo recordamos con muchísima gracia. 

Varios años después -estaba en la uni y en mi biografía ya decía "me emborracho y me quito la blusa"- ocurrió algo parecido: mientras bailaba, en una fiesta de casa, me quité la camisa. Mis amigas corrieron conmigo hacia un cuarto no precisamente para vestirme sino para convencerme de que lo hiciera y, sobre todo, de que no lo repitiera. Ellas jamás superarán ese momento, lo sé. Hasta un dibujo a propósito me hicieron.

Luego, internacionalicé mis desvestidas. La siguiente fue en una avenida de Nassau. Íbamos caminando hacia una playa. Éramos un grupo grande dividido en dos. Como los de adelante no querían escucharnos a los de atrás, y mucho menos esperarnos, yo creo que junto con una corriente de viento me llegó el desespero, y al grito que metí lo acompañó el vestido que me quité.

Entonces, es claro que me gusta desvestirme, que me gusta que me vean, que quizás posaría desnuda para la portada de alguna revista famosa o, incluso, que no sea famosa.

También me gusta que me desvistan, prenda a prenda -como ninguno lo ha hecho-, con la curiosidad que provoca una primera vez; y que me disfruten de a pocos -como hasta ahora solo uno lo ha hecho-. ¡Y que después me vistan!

jueves, 13 de junio de 2013

“No llore, estúpida”, que así es Colombia

En la era de la obsolescencia planificada hasta la seguridad está in; o sea, es inseguridad. Así Kiko Lloreda, consejero presidencial para la Convivencia y Seguridad Ciudadana, haya dicho en entrevista para EL PUEBLO que “Cali es una ciudad bastante más segura de lo que la gente cree; que le “preocupa que se diga que es la ciudad más insegura del país porque eso no es cierto”; y que “la ciudad cuenta con un plan de seguridad y convivencia que está bien estructurado y no dudo del compromiso de la Alcaldía para contrarrestar la inseguridad en la ciudad”, la verdad es que estamos llevados, y no solo Cali, ¡el país entero! El hurto, el robo, el raponeo, ya es un oficio –¿será por eso que el desempleo está bajando? ¿El desempleo de verdad está bajando?– y el miedo, una constante.
Pero bien merecido tenemos todo lo que nos pasa (a quienes nos pasa) por no hacerle caso a la autoridad. Si por ejemplo nos quedáramos en la casa –sí, si no saliéramos de ahí nunca nunca–, por Dios que no nos pasaría nada: no nos robarían el celular ni la cartera y, seguro, tampoco nos quitarían la vida. Pero somos traviesos y desobedientes; nos gusta llevar la contraria. Si no, pregúntenle a mi papá o, si no son muy amigos de él, a Uribe.
Fue así como un día en Bogotá, invadida por ese espíritu colombiano de rebeldía, salí de la casa a la oficina y…
Terminé llorando en la estación de la avenida Jiménez. ¿Qué putas hacía allá, si estaba en la 63 y solo tenía que ir hasta la 39? La respuesta es sencilla: NADA. ¿Entonces? Sí, yo hasta ahora me lo sigo preguntando.
Muy temprano en la mañana –haciendo caso omiso a las advertencias de la autoridad mayor de la ciudad– salí de la casa, caminé tres cuadras, llegué a la avenida Caracas a coger el complicado TransMilenio en la estación de la 63 (sí, allí no más de la oficina, que queda en la 36). Luego entré a la estación y me quedé como cinco minutos viendo el mapita, que lo entenderá la puta madre de los usuarios del sistema de transporte masivo de esa ciudad, porque al parecer yo soy muy bruta. Entonces, y teniendo en cuenta lo anterior, me tocó preguntarle a alguien qué ruta me llevaba a la 39. ¡Pero qué particularidad!: aquí nadie sabe nada. ¡No sé cómo se transportan!
Me fui para el vagón donde supuse que podría pasar la ruta que creía que me iba a llevar a mi destino, y en ese momento llegó un articulado con la misma letra del que supuestamente estaba esperando. Como no entiendo el sistema, le pregunté a un gran-doble-hijueputa señor que se iba a montar en el que había llegado si ese TransMilenio me llevaba a la estación de la 39. Y el caso es que el muy hijueputa dijo que creía que sí. Peor yo que pese a un “creo”, le creí. Así terminé en la avenida Jiménez. Siento mucho desilusionar a quienes creyeron que esta historia tenía algo que ver con Juan Roa Sierra (que también está in): yo no estaba allí reconstruyendo los hechos previos a la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Pues resulta que para evitarme otra vez los “cinco minutos” del mapita le pregunté de una a un poli dónde cogía la ruta para ir a la oficina y me fui para el vagón que me indicó. Había gente a mí alrededor, la suficiente como para haber atajado al hijueputa ladrón. Las puertas se abrieron, yo tenía el teléfono en la mano porque le iba a escribir a mi jefe para decirle que ya llegaba, que me había “perdido”, cuando llegó el hijueputa gañán, rata asquerosa, y me lo arrebató de las manos y saltó hacia la calle. Infortunadamente no venía ningún articulado. (Lo confieso, hice fuerza para no dejármelo quitar y todo;  creo que puedo engrosar las estadísticas de los que pueden hacerse matar por no dejarse robar).
El gamín ese (que, por cierto, no era para nada gamín) pisaba la calle y yo le gritaba con todas las fuerzas de mi ira: “Malparido” (quienes me conozcan, seguro me escucharán al leer esto). Y acto seguido empecé a preguntar como maniática ­–y desesperada– que dónde putas estaba la hijueputa Policía. Pero parece que yo estaba en el vagón de los ciegos y sordos porque la gente no hizo un culo. Y eso es lo que me tiene con rabia: nadie dijo nada, nadie “vio” nada, nadie intentó calmarme. Nada. ¿Que qué quería que me dijera la gente? No sé. Así fuera un “no llore, estúpida”, pero algo.
Por lo tanto, desarticular las redes delincuenciales es lo de menos (¡claro que no es lo de menos, pero siento que ahora hay algo más importante!). No me preocupa que nos roben o nos maten, ahora lo que más me preocupa es la puta pasividad a la que hemos llegado: ya poco nos importa que nos sigan deformando la sociedad, la ciudad, el país, al antojo de unos cuantos.
La Pava Navia
@LaPavaNavia
***Le agradezco a Kien&Ke si deja todas las groserías que escribí, fiel representación del momento que viví. Para quienes piensen que no debió haber sido lo correcto: ¿si todas las telenovelas dicen groserías, incluso en horario familiar, por qué una revista no podrá hacerlo? Y si siguen insistiendo en que no: ¡Doblemoralistas!