lunes, 12 de septiembre de 2011

A mi abuela

Mis amigos, novios (que nunca han sabido que son mis novios, como se lo imaginan), compañeros y otros tantos que me conocen saben que mi abuela es mi adoración. Quizás he sido la nieta más terrible que mi abuela tiene –esto le consta a toda mi familia–, le he dado lora desde 1985 y por eso ella es más que mi vida entera. Una abuela es una abuela (qué pena con el que le parezca hueca por tanta subjetividad [no sé quién dijo que la subjetividad es un privilegio de los superficiales, huecos, pitillos…]) y quienes la tengan y la veneren como yo sabrán que no hay palabras para definirla.

Mi abuela me dice lo mismo que mis papás, pero a ella sí le hago caso; a mi abuela se le puede contar la peor pilatuna que jamás en la vida me va a creer; mi abuela cree que soy la mejor persona del mundo: la más inteligente, la más transparente, la más flaca y hasta la más bonita. No todos tienen abuela, y muchos menos que tenga noventa años; por lo tanto, quiero compartir las palabras que en nombre de la familia le ofrecí en la celebración de sus noventa: un sambumbe de anécdotas (que tal vez ustedes no las entiendan todas, por no decir ninguna) que han hecho de su vida en nuestras memorias algo sencillamente extraordinario. El amor por una abuela no se mide ni se dice; se ES.

LOS REGALOS QUE NO TE DAREMOS

A Annie y a mí nos encomendaron la complicadísima tarea de buscar los mejores regalos para darte, Mamá Fanny, en tus noventa años. Hicimos, entonces, un postre, un almuerzo e incluso una pijamada para escuchar las propuestas de todos. Y luego se nos ocurrieron tantas ideas, que por uno u otro motivo tuvimos que ir descartando.

Primero que todo se nos ocurrió regalarte una camioneta con chofer, pero ningún comandante del Frente Lejanías de las Farc estaba disponible. Después pensamos en darte la fotocopia de una llave maestra para cuando te quedes encerrada en los baños, pero por seguridad pensamos que era mejor que siguieras acudiendo a nosotros para auxiliarte ¿O qué tal una sangría? Pero nos dio pena anticipada de que al salmo responsorial dijeras que estabas “jumada”.

Tal vez era mejor regalarte un solitario para hacer una integración familiar, pero no hubiéramos podido jugar tus veintitrés descendientes. ¿Y si le damos unas botas pantaneras?, nos preguntamos. Pero ya para qué, si el desbordamiento del alcantarillado de Jamundí no llega hasta El Refugio. Pensamos, entonces, en regalarte un reverbero de alcohol para cocinar en un posible racionamiento de energía, pero nos daría mucho susto que Gustavo Adolfo cometa una imprudencia y te queme la pijama, y lo que es peor, ¡que en ese momento la tengas puesta!

Un par de hectáreas de fríjol también fue una de las ideas que surgieron, pero de pronto nos pasaba lo mismo que a Pajadito, y si las vendías no nos repartías regalías. Hubiera sido perfecto darte el número ganador del Baloto, pero pensando en que Stella fuera a administrarlo, lo más seguro era que cuando volviera de reclamar el premio, te llamara para que le tuvieras lista la plata para el taxi.
Por lo tanto, se nos ocurrió también cancelar en tu honor la deuda de veinticinco pesos diarios que tenía Hermann en la tienda de don Ramón, pero por la inflación y el IVA a lo largo de estos 28 años, casi que nos salía más barato contratar a Laly para que iniciara un proceso de prescripción.

¡Y se nos ocurrió comprarte un bastón! Pero no encontramos ninguna promoción de pague uno y lleve cuatro, por aquello de Hermann, Alicia, Agustín y el comodín para cuando Natalia se lo quitara a las visitas. Igualmente, quisimos darte una yegua para que estuviera en la ventana al lado de la sala, pero según Héctor Jaime Agudelo (administrador de la Unidad) no daban las medidas mínimas exigidas por Ferchito y por la Sociedad protectora de animales. Así que mejor era darte un gato, pero pensamos que de pronto alguna noche pensabas que era un ladrón y te diera por llamar de pared a pared al vecino y terminaras despertando a todo el barrio.

Así fue como pensamos, pues, en regalarte un celular, pero temimos que te azararas porque al sonar no lo encontraras y creyeras que lo habías dejado en la casa. Después se nos ocurrió comprarte unos zapatos, pero fue IMPOSIBLE conseguir que nos vendieran un par de modelos diferentes. Por último dijimos que ¡qué mejor regalo que una casa! Sin embargo, no podíamos asegurarte que cuando llegaras de alguno de tus viajes no te la hubieran vendido.

En fin. Por eso hemos llegado a la conclusión de que lo único que podemos regalarte son estas palabras, que por cierto queríamos que te las ofreciera Gustavo, pero de pronto al final le decías “¡muchas gracias, GONZALO!” y nos tocaba ir a terminar la fiesta a otro lado.

Mamá Fanny, te queremos mucho y estamos felices de poder compartir contigo todo este tiempo, pero sobre todo de no haber podido conseguir el regalo ideal para darte y ahorrarnos esa plata.

Tus veintitrés descendientes.

Septiembre 5 de 2011.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado XIII: "Estoy segura de que te amo".

Qué jartera sentir que te ame, me molesta creer que te amo y, peor aun, me fastidia querer amarte. Pero de algo sí estoy irracionalmente segura: TE AMO; te amo con mi superficialidad, te amo con mi subjetividad, te amo con mi genialidad.