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viernes, 4 de marzo de 2016

Carta abierta a mi primer amor; en destrucción

Hoy me encontré con tus cartas y las volví a leer como cuando las tuve en mis manos por primera vez. Una triste sensación invadió mi pecho y lloré, lloré como hace meses no lo hacía; te recordé, te recordé como hace meses no lo hacía.
No sé por dónde empezar; solo sé adónde no quiero volver. Sin embargo, nada de eso impide que te extrañe y que te siga amando con cada gota de sangre que derramé por ti, contigo y sin ti.

sábado, 2 de enero de 2016

Casi me ahogo con la primera uva del 2016

Seguramente fueron doce las uvas que nos comimos antenoche a medianoche, o trece con la ñapa, como suelo hacer yo (que ni siquiera como uvas, porque no me gustan, sino que me bajo la copa de champaña en doce sorbos, o en trece con la ñapa). Un pedazo de viñedo por cada deseo para el nuevo año, porque las convenciones nos sirven para volver a empezar, ¿no? Y eso es lo que hacemos año tras año a las 00:00 los 31 de diciembre -que en realidad son 1 de enero-.
Es así como creemos firmemente que la vida se nos arregla en doce uvas; y las de malas en el amor* tenemos "econtrar al casable" encabezando esa lista. Todas buscamos al papá de nuestros hijos
-cuando lo buscamos, pues; y lo aclaro para que las feministas no me caigan encima, porque me estripan-. 
Un man casable es una especie aparentemente perfecta: si a usted le gustan altos, altos; si le gustan rubios, rubios; si le gustan trigueños y ojiclaros, pues así; y sino, bajitos, pelioscuros... Y, obviamente, a eso súmele lo más importante: suaves y tiernos, o bruscos y patanes, como los prefiera; y, finalmente, como con dos carreras, un trabajo una chimba... pueden ser comisionistas de bolsa, médicos especialistas con maestría en literatura, ingenieros de cualquier cosa, editores de una revista, miembros de la Real Academia de la Lengua... como le atraigan.
Sin embargo, cuando aparezcan tenemos que asustarnos, y sugiero escapar inmediatamente, porque son de aquellos que nos harán perder tiempo e ilusiones diciéndonos que nos quieren conocer, cuando hay un 99 % de posibilidades de que dos días después nos salgan con que ya están en plan cita con alguien más; que les gustamos mucho pero que somos muy especiales para hacernos daño (ni idea por qué putas los casables siempre piensan en un final cuando ni siquiera se ha comenzado); que nos han pensando todo el día, pero qué casualidad que la telepatía no esté funcionando; que nos extrañan, y ni siquiera hay planes para vernos... y en fin.
Así que, ¡oh, sorpresa!, cuán mft estamos al poner al casable de primero en la lista de las doces uvas que nos cambiarán la vida. Los casables son un fraude, una falacia, un cuento, un espejismo, una mentira, una definición de Ambrose Pierce: ácida, o como dice mi mamá: "Una gonorrea".
Pongámoslos a perder tiempo a ellos, somos nosotras las que tenemos que ser las mamás de los hijos de ellos, no joda; y así dejamos de ahogarnos desde la primera uva.
* O nadie nos cae, o de verdad a todos los espantamos, como me asegura mi psiquiatra.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Verso en prosa libre

Con la nostalgia del primer amor, aún evoco esa primera pasión, cuando veinticuatro horas por segundo te perdías en mi mundo. Añorando un concierto de sudores aún sin decidir, recuerdo la ansiedad de letras interminables que muy tarde llegaste a descubrir. Y con la frustración de un apremio inconcluso, rememoro ese beso apasionado que te di junto con mis primeros anhelos; ese único beso que se transformó en un deseo irrebatible de extasiarme eternamente en la condena. Y desde esa noche busco aquel primer ardor que nos sigue esperando en los confines.



viernes, 10 de octubre de 2014

Fue una tragedia romántica

Seré breve*. Sucedió así**:

Vea, cualquiera que hubiera sido la teoría que me inventé, esa se confirmó cuando 1) me presenté en la primera reunión de trabajo (y dije un poco de pretenciosas pendejadas sobre mí); y 2) cuando me tocó exponer sobre mi página preferida de internet, o sea, inventarme de todo sobre la única página que recordaba visitar. Así fue como sentí que él me miraba como si se hubiera encontrado con alguien que no tiene doble en el mundo: con una curiosidad que a mí me causaba todavía más curiosidad. ¿Y yo qué? Sí, claro, yo también lo miraba, mientras mentalmente aceptaba que ahora me tumbaban con barba. De hecho, hasta tuiteé algo al respecto, que evidentemente me tocó borrar cuando él me dio follow, ¡porque qué boleta! 


En forma empezamos a coquetearnos un lunes. El lunes de la inauguración de la empresa en la que trabajábamos. Ese día me salvó del fastidioso modo de masticar chicle de uno de sus jefes y de un man todo intenso que me quitaba el lapicero con el que yo estaba haciendo apuntes, y por la tarde en un coctel de la misma vuelta– me dijo que estaba muy bonita. Y yo, ¡matada! Esa noche, tras dos copas de vino, yo ya quería irme con él a Cartagena. Obvio, marica, que yo estaba lista y muy dispuesta; o sea, ¡era en serio! Pero se fue la noche, se fue él y me fui yo; cada uno por un camino distinto, ninguno para Cartagena. 

Los días pasaron, los correos entre los dos también. ¡Pero espere, que falta lo principal! ¿Yo le conté lo del pin: que nunca me quiso agregar al chat de BlackBerry? ¡Cómo no si yo le había contado eso a todo el mundo!, ¿no ve que hacía parte de las cosas sospechosas del tipo? Acuérdese que cuando supuestamente yo iba a ir a su ciudad a hacer unas vueltas, yo le dije que me pasara su pin, pero me dio fue su número telefónico que porque aunque tenía BlackBerry no tenía en chat. En ese momento, realmente no me pareció raro porque a mí también me da por desinstalarlo, ¿así que por qué no podría ser un inestable como yo? Pero... resulta que un día que salimos a comer, me di cuenta de que el chat ese sí le funcionaba y que, sencillamente, no me quería agregar. Ahí fue la primera vez que pensé que fijo tenía novia (ajá, y por una llamada que atendió lejos de mí, obviamente). 

Tiempo después, así de la nada, le dediqué una canción, esa de cruzar los puentes, de saldar las cuentas pendientes; la que dice cuándo y dónde, que el encuentro no había sido asunto del azar, que no había que pensarlo, que no se podía perder esa oportunidad. Breve (como si fuera así de fácil como componer una canción): que dejara a su novia y se fuera conmigo. ¡No, espérese, que hasta ahí yo estaba convencida de que, en efecto, tuviera novia, pero me quedaba el 1 % de incertidumbre! 1 % que duró hasta que me dijo lo que dicen todos: que sí tenía novia, pero que había aparecido yo en su vida, que yo también le gustaba muchísimo, que yo era un sueño de mujer, y en fin. Fue duro, pero yo ya lo veía venir. Y, bueno, le dejé clarísimo que era un hombre prohibido para mí, que yo no iba a ser los cachos de nadie, y todo eso que usted sabe que pienso. 

¡Desde ese día empezó Cristo a padecer! Después de eso se me alborotó el desespero. No se imagina cuánto me di cuenta que me gustaba el tipo. Mucho. Es decir, ¡me gustaba! Y usted sabe que desde el innombrable no sentía nada por nadie, ¡y menos un zoológico entero! De hecho, creo que con ese cuyo nombre no podemos mencionar ni mariposas sentí. Bueno, usted sabe todos los pormenores, así que para qué le cuento más. Mejor sigamos. 

Le escribí diciéndole que nos escapáramos, que nos voláramos. Claramente, ¡qué me iba a contestar! Y, entonces, yo me emputé y no le volví a escribir. ¿Y sabe qué? El muy descarado me preguntó por qué había dejado de hacerlo. Entonces, yo me llené de coraje y le mandé un listado (bastante largo, por cierto) de motivos. Como quince mil, pero los más importantes eran dos: que él tenía novia y que no me lo había dicho desde un comienzo, y que, entonces, aunque me gustara mucho, yo no podía hacer nada. 

Ese día oficialmente empezó esta tragedia, Tragedia romántica. Además, porque el muy atrevido me incluyó en sus problemas con un “¿qué hacemos?”. ¿Qué íbamos a hacer? ¡Pues nada! Marica, yo no le podía decir que dejara su vida por mí, que saltáramos al vacío, que esto y que lo otro. No se lo podía decir pero se lo dije, ¿no? ¿Usted puede creer que estas cosas todavía me pasen a mí? ¡No hay derecho! 

Comprensible era que él tuviera una vida hecha (“hecha”; usted y yo sabemos que nadie tiene la vida totalmente hecha); que yo pudiera representar un escape que ni idea si era real o ficticio; y que ninguno de los dos supiera qué hacer al respecto. Comprensible, pero debatible. Debatible porque yo insistía en que por algo nos habíamos cruzado; en que si se acababa el mundo, perderíamos una última oportunidad; en que… No me acuerdo qué tanto le dije alguna vez ni si me mostré muy desesperada. El caso fue que no llegamos a ninguna conclusión; o, bueno, sí, a la misma descarada de siempre: “¿qué hacemos?”. 

¿Y qué hicimos? Nada hicimos.

*Breve, porque la historia es larguísima.

**Y lo que "sucedió así" fue lo que recorté, edité y pegué de la historia real.