domingo, 7 de febrero de 2021

Fracturada

Una vez escribí 10 cosas que me chocaban de Tinder, sin pensar ni un segundo que son más las que verdaderamente odio de los manes con quienes he hecho match. Exacto, la app no tiene la culpa; de hecho, en muchas ocasiones ha permitido reconciliarme con la escritura, el arte a través del cual he legado mi historia. Esta es una de esas ocasiones. 

El 31 de diciembre fui una de los tantos autodenominados empoderados, resilientes, warriors, que nos prometimos que este año no habría ni una sola tusa. Y por mi parte, ya van 2. En serio que no sé cómo lo logro. 

Una de ellas coincidió con la lectura del libro de Neuman titulado Fractura. ¡Qué premonición!, pues "un terremoto fractura el presente, quiebra la perspectiva, remueve las placas de la memoria”, frase sublime que puede aplicarse a lo que causan los desamores: la rabia, la inseguridad, el sentimiento de rechazo, el caos donde “se [reitera] en silencio esa fórmula entre la aritmética y la pesadilla”, agregaría Neuman. 

Aunque mi drama no se monta en la tarima de la atrocidad de Fukushima -uno de los temas del libro-, este también entra en la categoría del horror perfecto: empezó y terminó en un parpadeo. 

Lectores de lapavanavia, ustedes mejor que nadie saben que mi modus operandi es colectivizar los perjuicios tras privatizar los beneficios, ¿verdad? Entonces, aquí les va el final de una historia cuyo sinsabor no fue por algo que me hubieran quitado, sino porque casi nunca lo había tenido: un encuentro sin sexo, que acabó en el silencio, ese maldito ghosting, tras el robo de muchos besos y una chaqueta (chamarra, blazer, gabán, whatever; por si las dudas), y de nuevo la errónea sensación de que me faltaron 5 centavos pa'l peso. Eso es todo; no necesitan conocer el principio, tres citas antes.  

 


martes, 28 de julio de 2020

Un cuento chino

Enero de 2020. La pandemia era apenas una epidemia, nada más que un cuento chino, tan chino como el que les relato a continuación.

Basada en no sé qué evidencia -que estoy segura de que no fue más que una coincidencia-, mi amiga Royero me convenció de hacer un ritual de esos en los que no solamente no creo, sino que me parecen herejes: tenía que escribirle una carta a la Luna. Así que para no ir en contra de mis principios, dirigí la carta al creador de todos los astros, a Dios todopoderoso (el mismo que no les dio alma a los perros), responsable de que esa noche hubiera un fenómeno que aquí le llamamos superluna.

Según mi amiga, era el momento de pedirle a la supuesta deidad (la Luna) el hombre de mis sueños. De acuerdo con lo que le habían contado, no se podía escatimar en detalles, pues en la precisión estaba el éxito del ritual. Prueba de ello era su colega, quien había "pedido" al que hoy en día es su esposo.

Hoja en blanco, lápiz en mano, me di a la tarea de textualizar por primera vez en la vida las características que deseo ver en una pareja. Entonces, pedí al compañero de vida con quien sueño: mi amor, mi amigo, mi cómplice, mi apoyo, mi complemento, mi polo a tierra; un hombre con quien quiera vibrar cada segundo de mi existencia y construir una descendencia. Un tipo ante todo respetuoso, divertido, comprensivo, alentador y empático.

Pero como el ritual implicaba tener en cuenta hasta el más mínimo detalle, me tocó darle rienda suelta a una tracamanada de estereotipos con los que crecí: 1) un man con un credo católico para que se congregara conmigo y recibiera la comunión tomándome de la mano (y al lado escribí que quería que fuera "libre pensador y con filiaciones políticas de centro". Yo sé, #IncoherenciaNivelYo); 2) cuya formación estuviera entre las humanidades, las ciencias sociales y las artes; 3) que trabajara en una universidad; 4) que tuviera un puesto bien remunerado; 5) que le gustaran los quehaceres del hogar, sobre todo cocinar; 6) que fuera disciplinado y responsable, limpio, saludable y bilingüe (lo de "limpio" le ha dado risa a mucha gente, no sé por qué).

Seguía sin ser suficiente; tenía que decir físicamente cómo lo quería, porque, de lo contrario, la Luna no ejecutaría mi petición. Quienes me conocen desde chiquita, saben cuál es mi "prototipo", así que no necesito entrar en detalles; pero mencionaré los justos para el desenlace de esta historia: "Ojos cafés (y, obvio, el resto de la escala), boquita y nariz proporcionales al rostro, con pestañas largas, cejas expresivas, orejas como tú sabes que me gustan [se supone que la Luna, o Dios, pues, conocen mis fetiches], dedos largos y uñas como las mías, barbadito, hasta con aretico, que le guste el rock, que ame hacerme el amor como sea, que sus besos clasifiquen en mi top 5 [¡sorpresa!, tengo un top 5 de besos], buen lector, con amplia cultura general".
Y también escribí que fuera sexy y que no hablara mal de nadie.

La carta la puse encima de la fuente del patio trasero de mi casa, para que el astro la leyera.

Días más tarde, un lunes de la coronilla a la Divina Misericordia en la iglesia de Tequendama, justo después de misa, me encontré con uno de los asesores jurídicos de mi U. ¡Adivinen qué pensé! Sí, que era el enviado. Y qué susto el que me pegué cuando, esa misma semana, nos tomamos un café. Es que no podía ser tanta la coincidencia: ¡era católico, como lo había descrito! Yo sé que también había pedido un sinfín de cosas -sobre todo físicas- que el tipo no tenía, pero al parecer, el impacto hizo que mi cerebro las omitiera.

Mi sorpresa se tornó en confusión cuando mi yo humano, finito, imperfecto, bruto, salvaje, terrenal no creía que ese fuera "EL TIPO" -en especial por las cejas, que no eran ni expresivas, ni ni mierda-, pero si el de arriba lo había mandado, quién era yo para contradecirlo. El man era un rezandero de Padre y Señor mío (y lo digo con todo respeto, pero también con toda reserva), de Rosario en el cuello y pulsera con los X mandamientos en la mano; trabajaba en una universidad, sin embargo consideraba que la academia era peligrosísima porque comulgaba con discursos afines al comunismo y al feminismo, enemigos de la Biblia, sobre todo porque el papel de la mujer estaba bien especificado en el Génesis; inteligente, sí, pero pretencioso y humillante; además, cero compasivo con el pensamiento ajeno: se regocijaba contándome cómo mataban ratones en no sé dónde, a pesar de insistirle en que se callara que eso me hacía sufrir. Ajá, y se vendía como todo un siervo.

Mas si ese era el enviado por Dios en propiedad de la Luna, ¿quién era yo para cuestionarlo? Así me tocara renunciar a la masturbación y al sexo premarital, porque faltan al sexto mandamiento.

Sí, ese creía yo que era el enviado; un enviado que más tarde me contaron que estaba separado de una esposa con la que después parece que volvió. Pero tranquilos, que nunca pasó nada; mi confusión pronto se convirtió en rabia cuando el tipo pasó por mi oficina y se refirió despectivamente a la zarigüeya que tengo de adorno. Y, además, le salí a deber porque le dije "bruto", que eso no era ninguna "rata". Afirmó que oraría por mi salvación. Jamás me lo volví a encontrar. Luego, pandemia y ajá.

El tiempo pasó; junto con él, el confinamiento obligatorio -el aislamiento inteligente nunca llegó-, el cuento de los pares con los impares y del mismo modo en el sentido contrario, la amenaza de un pico, la enfermedad en conocidos y desconocidos, la muerte de los más vulnerables y la incredulidad de los más soberbios. Entre tanto, conocí a alguien en una plataforma por la que no doy ni un centavo, es decir, en la que no creo ni mierda. Días después nos agregamos a WhatsApp, y cuando la conversación se agotó, le pregunté que si él también tenía ombligo; luego hicimos muchas sesiones de rondas de preguntas, nos inventamos códigos, nos reímos, también nos enojamos (no entre nosotros; todavía no), y un día de junio nos conocimos.

Cuando el psiqui supo de la dichosa carta a la supuesta Luna, casi me capa: el hecho reforzaba su teoría de que me encanta ir a comprar pan a la zapatería y me emputo porque ahí no venden de eso. (El que lo entienda, que me explique, que lo de las parábolas no se me da muy bien).

Y lo menciono para decir que nadie puede armarse al gusto de nadie; somos como somos, y reconocer que el otro es un ser humano con cualidades y "defectos" es adulto, es maduro. Manolete (como llamaremos al man con el que estoy sablando [saliendo/hablando], para resguardar su identidad por aquello de la ley de protección de datos) misteriosamente calza en muchos, muchos de los detalles de aquella carta, pero disiente de otros tantos que no escribí: él tan punk y yo tan pop; él tan gato y yo tan perro; él tan reservado y yo tan expresiva; él tan objetivo y yo tan cinta; él tan 'rudo' y yo tan dulce. Así que no creo en el man que uno pide con puntos y comas; creo en la persona que llega a la vida de uno para algo, y en que es una decisión conjunta -basada en el amor propio y el autorrespeto- empezar a hacer camino y a reconocer al otro en la diferencia. Creo en un man que aprecie mis ocurrencias y no pontifique sobre mis locuras, entre ellas mis mood swing; y que él también quiera compartir generosamente su ser.

Ahora bien, no sé si sea Manolete -la verdad, lo dudo-, ¿pero qué certezas hay en este año, que todos los que están leyendo esto jamás imaginaron vivir?




sábado, 23 de mayo de 2020

Furtivos fragmentos de un pastiche desesperado de cuarentena

Anoche el espacio se curvó. Las ganas giraron placenteramente el cerrojo de nuestra voluntad y desafiaron la gravedad; yo no quería despedirme y él no quería olvidarme. La consciencia puso los minutos en suspensión: me moví como el viento, mientras él dominó la perversión de mi alteridad.

Las palabras saben 
siempre cuál es la dirección.

domingo, 29 de marzo de 2020

Y los sueños, sueños son

4 de noviembre de 2019
En la pierna tenía una especie de granito. Y yo me lo espichaba, y él se abría y salía un material como masilla, como rosada, como si fuera el músculo, y yo iba haciendo una bola, cual plastilina. Y me espichaba y sacaba más, y más y más. Y me hice un hueco, cuya superficie estaba tapada por la piel, como si fueran los pétalos de una flor, y ese hueco dolía, y sangraba. Iba a ir al médico, y seguramente me tenían que coger puntos.

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5 de noviembre de 2019
Soñé con mi mamá, otra vez; ella no estaba bien, otra vez. Estábamos en un paseo familiar, como en un resort campestrísimo. Salíamos de la "maloca", después de comer, e íbamos a ir hacia otro lugar; yo quería adelantarme, para "volarme" (supongo) porque me iba a encontrar con alguien. Entonces, le dije a mis papás que no fueran a bajar por la loma; sin embargo, cuando apenas iba media cuadra adelantada, vi que mi mamá se asomaba a la punta de la loma y, trin, se caía, pero ya en ese momento la loma había dejado de ser loma y era como una casa de títeres. De nuevo (porque ya en otro sueño, ella se había lastimado de la misma manera), se golpeaba muy fuerte el codo. Yo me devolví, angustiadísima, obviamente, y la cargué, esta vez como bebé, mientras hablábamos de su dolor, y supongo que íbamos hacia el médico. Yo le echaba la culpa a mi papá porque no la había contenido, sino que la había dejado irse por ahí. Ya en esa parte del sueño, él no aparecía. 

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23 de noviembre de 2019
Estaba de vacaciones con mi familia -en un plan muy similar al del crucero. Donde yo me estaba quedando a dormir era una especie de hostal, que antes había sido una casa de un narco, o sea que allí llegaba a pernoctar un resto de gente, y entre la gente había un cuartel de 'lavaperros', siempre ahí. Una de esas noches (que no era realmente una noche, sino que era de día), llegué y los lavaperros me llamaron para que me sentara a una mesa en la que estaban. Así fue. Uno de ellos me preguntó que si me acordaba del mono (uno de ellos); contó que lo habían tenido que 'despedir'. Yo, muy tranquila, hice una expresión como de "ah..., vea pues". En esas me dijeron que listo, que chao, así muy supernormal, y trin: me pegaron un tiro. Entró por el costado izquierdo, yo creo que perforó el corazón, el pulmón... Sentí el impacto caliente; después, cómo iba perdiendo fuerza. Les decía que por favor me sacaran de la casa (más o menos que me pusieran en el antejardín para que me vieran afuera, supongo que mi familia), que no le negaran el deseo a un moribundo. Pero cuando dije esto último, me lo hicieron repetir porque ya casi no se me escuchaba. El caso fue que supe que me iba a morir, y mientras eso sucedía, yo misma me decía: "¿Eso no era lo que querías? ¿No es lo que siempre has querido?". Pero al mismo tiempo sentía una tristeza pronfunda, de pensar en todo lo que ya no iba a hacer con mi familia.

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7 de enero de 2020
Estábamos en un parque acuático, que previamente era la universidad (pero físicamente tenía las características de mi colegio). Llegando a la portería me encontré con las piscinas, y justamente estaban haciendo el show de las orcas. Al lado de las piscinas grandes, dos pequeñas; estaban algunos niños, y en el medio habían puesto a una orca de 5 días de nacida, "porque no representaba peligro". Yo estaba al margen, al lado de la nana de unos chiquis, con quien me puse a hablar. Cuando, de repente, los niños empezaron a pelear por la orca: que a abrazarla para tirarla a la piscina, que a tocarle la boca... Ese animal se ha emputado y, trin: atacó. Yo no vi qué pasaba, yo di media vuelta. Tampoco vi cuando los entrenadores llegaron y se la llevaron. Pero cuando volteé, la piscina estaba roja. Le arrancó la mano al mocoso, seguramente.

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Plano horizontal vertical en febrero
Con ganas salvajes, de esas que me hacen morder los labios, lo empujé hacia la pared. Los dos sabíamos de qué iba, así que no hubo mucha resistencia de su parte. Nunca habíamos estado tan hambrientamente cerca. A nada de su boca, pero sin atreverme a besarlo, le desabroché el jean. Sentí su verga; dura. Él quería decir algo, pero no lo dejé hablar. La cogí con mi mano derecha, y mientras lo seguía mirando a los ojos, la subía y la bajaba. 

miércoles, 14 de agosto de 2019

Mi primer día de universidad

R E L A T O    A N E C D Ó T I C O 

El primer día de universidad, este sí que será para recordar. Primero, dizque mis papás me querían llevar. ¡No!, qué boleta, llevando la bebé a la guardería. Entonces, terminé cogiendo un Papagayo ruta 7, cuyo conductor me aseguró que sí iba para la Autónoma. ¿¡Y adivinen qué?! Terminé en un potrero, en la m, cerca de Popayán yo creo, por donde no pasaba ni una mosca, y ni modo de tirármele a un carro, porque de dónde.

El bus en el que me monté volteó como quien va para Ciudad Jardín y sus adentros, y ahí fue la primera vez que pensé: “Más adelante hace el retorno”. Pero siguió y siguió: Javeriana, Icesi, y otra vez dije: “Por aquí, más adelante hace el retorno”, y nada. Cuando ya estaba extremadamente fuera del perímetro urbano, y que entendí que definitivamente nunca iba a hacer el retorno, me bajé de ese hijueputa, histérica y asustadísima (entenderán: sola, un potrero, primer día de universidad, ya eran casi las ocho de la mañana, hora a la que entraba), y me pasé para el frente a ver qué me devolvía a la civilización. Sin embargo, ningún bus me llevaría: por ahí no pasaba nada que bajara hasta la Autónoma. Un alma caritativa encarnada en un colectivo me arrimó hasta la Icesi y ahí cogí un Coomoepal que me dejó en la puerta de mi universidad.

Aunque no lo crean, hasta ahí no había llamado a mi mamá; puro autocontrol cada que se me aguaban los ojos: “Maria, no vas a llorar, no es un problema muy grave, en últimas no entras y listo. No pasa nada”. Ya cuando me enruté hacia la U y vi que eran como las ocho y cuarto y que sería reconocida por “la que llegó tarde”, no aguanté más: me puse a chillar (llorar es una palabra muy decente para lo que hice) y llamé a mi mamá, ¡y de paso la acusé de haberme montado en un bus que me había llevado a un potrero! Era la responsable de que yo me hubiera perdido (aunque la verdad es que el bus lo había parado yo, ¿no?).

“Mamá, no te vayás a preocupar, no te vayás a azarar, ni me vayás a hacer escándalo, ni a armar problema, pero no voy a ir a la universidad”, le dije, aunque ella siempre sostuvo que mis palabras fueron que nunca iba a volver a la universidad. Ahí más o menos a punta de charla barata intentó calmarme, ¡pero qué va! Llegué a la universidad con la nariz roja, con la boca hinchada y con los ojos chiquiticos. Menos mal que no habían abierto el auditorio donde teníamos la inducción. No obstante, si no fui “la que llegó tarde”, fui “la que llegó llorando”.


miércoles, 17 de julio de 2019

Cómo tirarse una prueba de admisión con dignidad en 10 pasos

1. Decídase a estudiar.

2. Busque una universidad que por lo menos aparezca en un ranking mundial y que publique cositas divertidas en Instagram.

3. Escoja qué es lo que va estudiar e inscríbase en la prueba de admisión, un examen genérico que evalúe hasta su razonamiento cuantitativo, que no tiene nada que ver con la carrera a la que se está postulando.

4. Créase un genio, cualidad que todos a su alrededor le han dicho que tiene, en especial su psiquiatra.

5. Estudie, estudie y siga estudiando, así no entienda un carajo, para que el día de la prueba no se sienta como un culo porque no tiene ni puta idea cómo responder alguna pregunta "básica", que seguramente YouTube en cabeza de Julio Profe y otros tantos le explicó pero usted nunca entendió.

6. Muy importante: para atenuar lo anterior, pídale también a sus más cercanos (amigos y familiares) que le ayuden a entender las soluciones a los ejercicios de práctica; así, si no lo ayudan (por razones lógicas: quién va a pensar porque sí), le puede echar la culpa a alguien más (fuera de usted mismo) cuando le salga la misma pregunta en el examen y no sepa cómo putas responderla.

7. Espere los tantos días que le dijeron para conocer los resultados, usted verá si con el Cristo en la boca.

8. Cuando llegue el comunicado, no se asombre al saber que no quedó en Administración de empresas (o algo afín), porque no fue a eso a lo que se inscribió.

9. Siga sin asombrarse al corroborar que aunque no quedó en eso, sí pasó a lo que se había matriculado.

10. Y, por favor, jamás le cuente a nadie que la prueba de admisión a su maestría la pasó arrastrando por obra y gracia del Espíritu Santo.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Basorexia*

Hay Estados que son fallidos; el estado de ánimo, por ejemplo, y eso determina la esperanza de vida, y yo diría más bien que “la esperanza en la vida del ser humano”. ¿Por qué? En palabras raras, porque hay una deslegitimación de la figura -el Estado; por ende, del estado-, que produce un cataclismo que corroe cualquier posibilidad futura. Y en palabras normales, porque cuando alguien lo enciende en vano a uno, todo pareciera ser una gonorrea.

Hoy quiero desahogarme yo y ahogar este despecho; tener un desamor de cinco minutos, los cinco minutos que dure cualquier canción de Café con aroma de mujer. Escribiré de lo que me duele, porque es la época de la saturación del yo y porque el dolor es la singularidad que nos concierne a todos en una sociedad hipersexual, hipocondriaca, neurótica y de enfermedad colectiva como la tuza.

Así que utilizaré el discurso para paliar este dolor tan gonorrea que siente mi ego, agujero negro adicto a la dopamina que genera la mezcla entre lo furtivo y lo peligroso; lo utilizaré para publicar. Lo siento, pero todos necesitamos un espacio heroico para justificar nuestra existencia psicópata y exponer a esos bastardos que osan irse (no venirse) cuando la piel ya está ardiendo.

Entonces, brevemente (porque no hay nada que contar), he aquí la historia: si me hubieran dado cinco minutos más, esas puntas de los dedos que se buscaban conscientemente, esas miradas que fueron capaces de sostenerse en la provocación, esos mentones que no sé qué tan por error se juntaron, esas manos que de repente recorrieron mi espalda, habrían complacido mi depravación. Pero el teléfono sonó.

Un beso no se le niega a nadie, ¡¡menos en la semana del día 14!!

*parafilia que detona las repentinas ganas de besar a una persona. El deseo es tan fuerte. que incluso puede generar un orgasmo (Glamour.mx).