miércoles, 20 de julio de 2011

María sin pecado concebida

Post de Kien y Ke
http://www.kienyke.com/komunidad/2011/07/14/maria-sin-pecado-concebida/

Hay muchas cosas que son patrimonio de los ricos y otras, exclusividad de los pobres. No lo discuto; y como vivo en Colombia –el país del Sagrado Corazón y del realismo mágico; país que aunque conozca su historia está condenado a repetirla– padezco la terrible enfermedad que muchos compatriotas (palabra usada sin sentido político) tienen: poco o nada me asombra.

Por lo tanto, un equis viernes que salí por ahí, encontrar en la carta del lugar cocteles que se llamaran tan extraño como Tráeme la noche, Sólo para ti, Contigo quiero estar, Vos también estabas verde, Mujerzuela o Pasajera en trance no me pareció la gran cosa. Es más, yo, por ejemplo, en vez de ¿Y si te quedas qué? al cianuro ese le habría puesto ¿Y si me dejas qué? En lugar de Lo que tú me das, Lo que tú nunca me diste. O jamás hubiera bautizado tremenda dosis de glucosa como ¿Quién te quiere como yo?, sino que le habría puesto algo bien sutil como Todos nos hemos equivocado alguna vez en la vida (coctel que vendría con todos los tragos de la vida y, si es el caso, con show del barman incluido).

He de confesar que ver aquella carta me robó un par de carcajadas, aunque nada se saliera de la costumbre. Sin embargo, me sirvió para darme cuenta de que hay algunas particularidades que solamente a mí me han pasado, independientemente de tener un corazón sagrado, de cuando estoy rica o cuando soy pobre, y que a pesar de ser colombiana me han sorprendido; lo cual quiere decir que sí son relevantes. ¡A que sí! Por ejemplo, no creo que sea muy reglamentario que alguien haya partido un plátano para echárselo a las Zucaritas pensando que era un banano, ¿cierto? Empieza la lista: Que yo llame a mi casa a decir que “María Clara es una perra”, que mi papá no me reconozca la voz y encima de todo me dé la razón. Que en una discoteca uno de los de seguridad se me haya acercado y me hubiera dicho: “Niña, por favor no baile tan feo”. O que hace un mes el peluquero me dejara cuasi calva y se justificara diciendo: “Es que ya tenía pelo de loco”.

No es normal, insisto, que muy al mediodía, hora en la que suelen llegar los niños del colegio a sus casas, llegara yo a la portería del conjunto de una amiga y que el portero me preguntara: “¿Usted es la empleada de quién?”. Y qué tal el día que el señor de la tienda de mi Universidad me dijo “señora”, a lo que yo obviamente repliqué de inmediato: “Señorita”, y él -como si se hubiera tratado de un chiste- respondió a mi aclaración con un simple “no le creo”. ¡Y eso que en ese entonces sí era señorita! ¿Qué tiene de común que la semana que me dio por pintarme las uñas de azul intergaláctico me llamaran de Cenicaña a hacerme una entrevista, y peor: que hablando del sueldo preguntara que con cuántas libras de azúcar me iban a pagar? ¡Y que me gustara un man porque físicamente se parecía a mi hermano no sé según quién! O que la primera y única canción que me han dedicado sea esa que dice “yo no soy grillero”.

No a todos les pasa que en una entrevista de trabajo cuando les piden que cuenten algo sobre ustedes digan como yo que inevitablemente siempre se enamoran de todos sus jefes. ¿O estoy confundida? ¡Y qué decir cuando me dio por pensar que qué tal que uno fuera caminando por la calle y de repente alguien lo atacara a mordiscos! No es de Dios ni de todos los días oír a cualquier pendeja como yo contar que se soñó con el expresidente Pastrana corriendo cogidos de la mano entre campos de trigo. ¿Quién más cree que los caballeros las prefieren rubias? ¡Pues me teñí el pelo, llevo mona 25 años y apenas me vengo a enterar de que los ciegos no las quieren rubias sino brutas! Con razón. Sí, me suelen pasar las raras. Es cierto. Pero la más, la que juro que nunca en la vida le ha pasado a nadie excepto a mí: que alguno de mis exnovios (sí, uno de los que fue mi novio pero nunca se enteró. ¿Cómo sabían?) cuando me echó me hubiera dicho: que me fuera ”olvidando que me has conocido, que una vez estuviste en mi cama. Hay caprichos de amor que una dama no debe tener”. Lo siento, soy tan exótica como el Sagrado Corazón del país en el que nací y por el que moriré.

¿Pero pa’ dónde es que va este cuento? Todo, para que me entiendan por qué una vez mi abuela salió con un zapato diferente en cada pie (¡y tuvo el descaro de decirle a una vecina que ese día sentía que caminaba como mal!), por qué mi prima obsesiona a cualquier mortal con no-importa-qué postre haga, o por qué hace tres semanas que me mandaron una prueba de embarazo me asusté. Así como cuando uno va al médico porque lo picó un zancudo y le dio alergia y le mandan una prueba de embarazo, así. Suele pasar. ¡¡No seré la única!! Aclaro que matemáticamente todo era imposible (aunque no sé contar. He dicho repetidas veces que mi inteligencia llega hasta donde los números comienzan. ¿Entonces no era tan imposible? No sé, todo me daba sesenta).

Pero si a ellos (los médicos) les parecía que estaba descuadrada y desequilibrada, literal (sí, es que ellos son así, sin pelos en la lengua, como reza el refrán popular, aunque desconozco quién pueda tener pelos en la lengua. ¡Guácala! Y hablando de los pelos y de mis extravagancias, una vez que me esguincé un tobillo por astigmática el médico que me atendió me dijo: “Tiene la pierna como peluda -Y mientras me enyesaba,prosiguió-: ¿Usted conoce a las gemelas de los Simpson?”. A pesar de que no me veo la serie esa, estoy segura de que no era un halago), entonces así era. Ahora bien, les intrigará por qué me asusté. Como las cosas raras sólo me suceden a mí -por ser del país del Sagrado Corazón o porque todavía me sorprenden las “normalidades” que me acompañan-, ¡sesenta eran sesenta! Mi mamá me miró con los ojos abiertos de par en par. Y aunque sesenta fueran sesenta, para ella, casta y pura hasta la sepultura. No tuve otra opción que salir gritando por toda la clínica (en serio, por toda): “¡El Mesías ha regresado; María [Clara] sin pecado concebida!”.

P.S.: Como hay caprichos de amor que una dama no debe tener, que no se preocupe que salió negativa. Y si sesenta son sesenta, y todo -todo- daba sesenta, ¿qué hubiera sido esto, el embarazo de un elefante? ¡Si ven que no sé contar!

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