¿Es necesario crear toda una ideología en el sentido
peyorativo de la palabra para justificar lo que yo quiero? Todo apunta a que así
es el derecho y su filosofía, mis convicciones y mi formación. Y esto sugiere que
ni la justicia es ciega, ni los hombres son buenos por naturaleza.
Por
lo tanto, entendemos la norma, la regla, la ley, como un trendig topic: el ciudadano parece que está moldeado por las
circunstancias, y todo lo que pasa no pasa por él, por sus acciones, sino a
pesar de él. Si lo analizamos de ese modo, seguramente la polarización colombiana
que han desencadenado los acuerdos de paz con las Farc o las cartillas del
Mineducación que pretenden –según la mitad de la intolerante población– “adoctrinar”
a los niños en temas de identidad (y no, mejor, fortalecer sus emociones
pensando en la pluralidad) se hace más clara: no entendemos en qué medida el odio
es una tendencia que contradice la emoción que nos permitiría reconocer la
magnitud e intensidad de los ultrajes para poderlos superar: el perdón, la
aceptación. No se nos ocurre ni por las curvas que la justicia siempre estará codificada
por esas emociones ni que la crueldad humana es tan solo el resultado de su
despojo. Pero entendámonos, no nos demos duro: no hemos sido formados para
pensar de otra manera, y tampoco lo estamos haciendo con nuestros hijos.
Bueno,
aunque todo tiene una explicación: así es más fácil establecer relaciones de
poder y dominación; ya saben, así son las cruzadas: sea cual fuere su causa,
buscan reducirnos a despreciables fieras que tienen que domesticarse a las
buenas o a las malas y que, además, tienen que recibir como recompensa o
castigo lo que les corresponde por definición, no sea que hagan práctica la
teoría del caos y que destruyan “la religión verdadera”. ¿O no es así como surge
la justicia, por el miedo al desorden; y el odio, como el sustrato que
justifica los actos criminales? ¿Con base en ello no se define, singularmente,
lo inhumano? Y créanme, los Derechos Humanos no sé si existan como un
superlativo, pero son una conjetura inevitable.
Ahora
bien, haciendo énfasis en el lugar que tiene las emociones en la formación
ciudadana, ¿al menos alguna vez nos hemos preguntado cuál es su importancia
en el ejercicio de la ciudadanía? No; creemos de manera categórica que las
emociones pertenecen única y exclusivamente a la esfera privada: a la familia, al
hogar. Estamos obviando que las leyes van más allá de las relaciones
interpersonales, que trascienden a las transpersonales, que cuando usted y yo
ya no estemos aquí, ellas seguirán existiendo; no consideramos que la compasión
es la emoción que nos vincula con ese mundo tan distinto al propio, ese mundo del
perdón que se merecen los victimarios y ese mundo de la aceptación a la que
también tienen derecho los que cree que no son iguales a usted; no creemos que
sea necesario incorporar la inteligencia emocional en la vida pública, para
servir, para lo público. Por el contrario, seguimos inculcando la lógica de una
competencia que no supone la comprensión ni la piedad de aquel que sufre.
Entonces, si bien al justificar lo que yo quiero supongo estar
dando un cumplimiento racional a la ley natural (en este país, asociada a la
ley Divina), ¡oh, sorpresa!, como somos imperfectos (manchados por el pecado
original, por culpa de Eva), esa racionalidad puede fallar.
Lo triste es que hay ideologías que calan tan hondo, que nublan tanto, que condicionan hasta la idea de quién es digno de compasión y quién no. Cuántos curas no calmaron consciencias al decir que "matar liberales no era pecado" durante los más duros años de nuestra lamentable historia de violencia...
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