sábado, 25 de junio de 2011

Punto Aparte

Mi post de la última semana de junio en Kien y Ke

Ahora sí, Punto Aparte. De no haber sido por la entrevista con don Cenicaña y su conejo tractorista creo que habría seguido publicando vejedades (lo contrario de novedades) o videos de cantantes que me proponen matrimonio en sus conciertos. Creo que ya no estoy en coma; Punto Aparte porque luego me lanzaré al Concejo de Cali.

Esto le pasó a una amiga de una amiga de una amiga de una amiga de una amiga… sólo que es contado en primera persona para facilidad del escritor, del lector; de la opinión pública, de la privada…

Tal como era de suponerse, ese fin de semana otra vez “pasó en silencio la existencia inútil de un amante que no aparece en la escena”. Eso fue. Mi nariz contra su cama…, ese olor tan peculiar –tan peculiar como la historia en ella. Pero ese día me olía a algo todavía más especial, lo confieso, y por eso sonreía; me olía a punto aparte… A punto aparte si no me hubiera emborrachado, si no… Y si no me hubiera obsesionado con llevarme sus ojos.

Estaban gritando mi nombre a lo lejos. Escuchaba una voz muy familiar –y con un tono bastante preocupado– que me llamaba como si yo estuviera en el más allá. Y más o menos. Cuando abrí los ojos no tenía ni idea dónde estaba. Bueno, sabía que estaba en mi baño, ¡pero quién sabe desde qué perspectiva estaba mirando el techo! Lo último que recordaba era que quería llevarme sus ojos y mis besos, que estaba buscando mis besos por toda su biblioteca. Mis besos literalmente. ¿Qué los habría hecho? ¿Dónde los habría puesto? ¿Por qué me los quería esconder? ¡Siempre lo mismo!

También me acuerdo que luego algo me interrumpió. Un mensaje de texto que decía que no me confundiera, que no éramos lo que en una mala traducción sería “compañeros de cama”. Que éramos amigos. Siguiente cuadro estaba mirando el techo de mi baño desde un lugar donde nunca había estado, al menos acostada. Estaba acostada en la ducha, no en la tina, en la ducha. Me había des-mayado. Y lo único que tenía claro era que la biblioteca no era del dueño del mensaje de texto y que tenía las manos vacías: ¡ni los ojos ni mis besos me había podido traer a la vida real!

Ahora la voz que me hablaba ya no era tan familiar. “¿Qué crees tú que significa amor, María Clara? –Y como si yo no fuera capaz de pensar (¿cómo lo supo? ¿Es tan evidente?) él mismo con sabio tono se respondió–: ‘La languidez y el amor se funden en un dolor puro’”. Era un médico. Pero no señor, yo no soy boba, ¿no será en un puto dolor, pinche pendejo? Cerré los ojos: él, él y yo; miré la noche y ya no era oscura, era de lentejuelas. Abrí los ojos: el suero y el mismo tonto que preguntaba: “¿Qué es amor?”. Cerré los ojos otra vez: mi nariz contra una cama. Olía a punto aparte.

No me vuelvo a trabar, ni a confundir. Los odio a los dos, al médico y al del viaje (¿o será que eso también me lo imaginé?), sobre todo al médico por preguntar bobadas; ¡¡Señor, usted es médico no periodista!! ¡No!, los odio a los cuatro: a los dos y al par que me imaginé.

Me dieron tiempo voluntario para ser incapacitada (¿hubiera podido trabajar en mi Universidad?), por eso no había vuelto. ¡Pero ténganse porque me lanzo al Concejo!

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