domingo, 14 de noviembre de 2010

Sospecho que algo has hecho



Me obstiné en que así como solía empezar cada semestre, tengo que terminar éste: haciendo un balance. Pero llevo más de una hora sin poder escribir una sola letra. No hallo nada a favor… bueno, por lo menos no lo cancelé. Es algo. Y valioso. Varias veces estuve a punto, agrego.

De resto… alcancé a llegar borracha (o en su defecto enguayabadísima –con cruda, para los mexicanos-) algún(os) miércoles o incluso un jueves… muy a las 7:30 a.m. eso sí, después de haberme acostado a las 3:00… ¡de la MAÑANA! A veces no llegué, es verdad, pero no por borracha sino porque me dio la gana de volarme. Casi pierdo el semestre por inasistencia, pero como yo soy (¿o era?) lo máximo, ningún profesor me dijo nada.

Es que nueve semestres descaran a cualquier mortal: contestaba el celular en clase; me tomaba media hora de break (cuando era de diez minutos); me echaba pestañina mientras el profesor pedía atención, y una vez hasta me quedé dormida y en primera fila!

También me engordé –adiós a la época en la que quería ser senadora que hasta tenía el apoyo de las bulímicas-; tuve (¿Tengo? ¿Tenía? ¿Tendría? ¿Tendré?) un sueño con un poeta; luego casi me muero y me engordé más. Por otro lado, entonces, hice cosas que jamás había hecho como almorzar en la universidad todos los días (de hecho, almorzar), ponerme camiseta blanca de lunes a jueves, e ir al psicólogo hasta dos veces por semana, sin progreso alguno, aclaro.

Intenté suicidarme (esto nada que ver con el párrafo anterior) y salté de un segundo piso, pero sólo me torcí un dedito del pie izquierdo, que se puso morado por dos días. También me hice una prueba de embarazo (infortunadamente sólo para hacer un escrito); rechacé mil y una propuestas de trabajo porque siempre tenía algo que hacer, aunque a la larga nunca hice nada. Fingí no tener voz para no hacer una exposición, y me negué –como una niña chiquita- a hablar en otra; entregué un reportaje sin terminar porque me dio pena hacer unas entrevistas, y con esto confirmé que cero con el periodismo, o que él cero conmigo (ya ni sé cómo funcionan las relaciones –ex relaciones– amorosas).

Tampoco entregué un segundo parcial por negligente ni un ejercicio de mercadeo por bruta: repito que mi inteligencia llega hasta donde los números comienzan; decidí no tener celular (duré así dos semanas, incluso rompí la tarjeta SIM pensando que me liberaba, pero mi mamá así y todo hizo funcionar el teléfono); y me conformé con un 4.0 porque era la nota más alta de la clase.

Estuve un día en la cárcel por rebelión (de derecha eso sí): me apresaron en un parque cuando gritaba, de manera descontrolada, que le dieran aguapanela envenenada a todos los pobres, y pena de muerte a los comunistas. Tuve (¿Tengo? ¿Tenía? ¿Tendría? ¿Tendré?) un solo amor, rompiendo con el record de uno cada hora y media; me pinté las uñas de rosado infantil; y me di el irreverente lujo de no estudiar para el examen final de la carrera.

Y esto se acabó… ¡y yo no he conseguido mi práctica profesional! Y peor, porque cuando dije que la quería hacer el corrección de estilo, muchos –con cara de “pinche pendeja”– me dijeron: “¿estás loca?”

El caso es que fue así como no pude dar un bebé en adopción, y descubrí que me equivoqué de carrera.

Pero “al fin de cuentas no soy distinta de aquella idiota que [los] quería”, a un mes y tres días de sus 25… “la misma loca que entre [sus] sábanas se perdía”.

1 comentario:

  1. En la carrera de la vida deberíamos matricularnos todos, sin perder ni ganar.
    me parece que fue un semestre productivo para ti, o quizá has tenido más de esta misma linea, sobre todo lo de el empleo y el hacer algo más no hay algo que vayamos a hacer y siempre se rechaza el empleo por ese hacer no hacer nada. ;)
    saludos y buena mañana.

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¿Y?