domingo, 23 de febrero de 2014

Como Susana y Elvira


“Susana se traga de cualquier pelafo”, como yo; “Elvira insiste que su one no está”, como yo, porque de hecho no creo en el one; “nos pasa a nosotras, le pasa a cualquiera”, sí, a cualquier pendeja como yo...

Hace un par de meses me presentaron esta serie, Susana y Elvira, que a mi juicio pasional es adictiva (lo confieso, estoy esperando la tercera temporada). Si representa o no la vida de las mujeres es una conversación que ya tuve con alguien, y de ahí solo quiero rescatar para este espacio que la respuesta es que fijo hay una gran mayoría para quienes sí es una digna (o no tan digna, quizás) imagen y semejanza de su vida real. Puede que usted o yo no formemos parte de ese conjunto, pero en todo caso también somos conscientes de que “no inventamos nada, el daño ya está”. Rousseau también pensaba así; como yo.

Y así como en la serie, entre peripecias a veces ridículas, a veces dramáticas, a veces absurdas, a veces fantásticas, como todo lo que sucede en Colombia (y no solo en sus telenovelas), se fue este año. Exactamente hace doce meses, todos andábamos escribiendo sobre el fin del mundo –una de las mayores estafas de la vida–, especulando sobre las profecías mayas y las de otros cuantos “iluminados”, atando cabos en el Apocalipsis y esculcando en cualquier mente científica que pudiera corroborar o desmentir la incertidumbre que, desde que tengo uso de razón, provocaba el 21 de diciembre de 2012.

Hoy, casi un año después, obviamente las cosas están peor de lo que estaban el año pasado. Han sacado una serie que se llama Susana y Elvira, por ejemplo, y es un éxito (a mí me encanta; sobre todo, me encanta recordar lo pendejas que nos vuelven los hombres). Bueno, y digo “obviamente” porque es la tendencia (y las tendencias, mal que bien, son inevitables). A ver, acudamos al ejemplo más simple: para nuestros abuelos, la época de nuestros papás era un desastre; para nuestros papás, la nuestra es el desastre; y ya nosotros pensamos en cuál será desastre cuando los hijos que muchos no vamos a tener cumplan tres años y nos echen de la casa, con abogado y todo.

¿Exagerada? Vámonos a lo endógeno, entonces; es fácil: exagerado es que Cali sea ‘pionera’ en violencia entre las ciudades colombianas aunque no hagan sino capturar a los jefes de las grandes bandas delincuenciales que operan en la región; aunque el municipio haga parte de los pocos en donde se ejecuta el Plan Cuadrantes; aunque hoy haya un plan desarme casi total (en 16 de las 22 comunas, como si los que no vivieran en esas comunas “peligrosas” no anduvieran armados también y, peor, no pensaran que es porque se tienen que proteger); aunque haya habido un aumento significativo del pie de fuerza, hayan comprado motocicletas e invertido en iluminación del espacio público; y, lo más irónico, aunque el alcalde Guerrero haya viajado durante todo el año, constantemente a muchos países, a hablar sobre seguridad y convivencia ciudadana y a exponer la experiencia de Cali en el manejo de la criminalidad.

Exagerado también es que se hayan pasado cuatro años recogiendo firmas para revocar el Congreso (que, de hecho, no han sido cuatro, sino quién sabe cuántos…, porque es el mismo cuento que están echando desde que acompañaba a mis papás a votar) y que, seguro, seguro, el año entrante vayan a escoger un “parlamento” igual, sino peor; y, además, bien renovado: con Uribe, Serpa, Navarro… más los que ya llevan lustros, de los lustros, amén. Por último, exagerado es que nosotros, que nos creemos tan inteligentes, compartamos país con una adolescencia que se ubicó entre los peores lugares del mundo en los resultados del Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, más conocido como Informe PISA (por sus siglas en inglés). Este informe se hace cada tres años en varios países y se basa en una medición cuantitativa de la calidad de la educación de los estudiantes de quince años. Pese a que no creo que este tipo de pruebas representen las capacidades de los estudiantes (y lo digo porque estudié en un colegio donde a los alumnos no nos importaba prepararnos para el Icfes, sino para otro examen [que, según nosotros, merecía mayor respeto], y entonces lo presentábamos como por salir del paso), sí es una vergüenza que Colombia esté entre los países más “brutos” del mundo, y no por brutos sino por la desigualdad que sigue habiendo entre la educación pública y la privada, entre la de la provincia y la de la capital del país, entre las de los municipios de un departamento y la de su capital. Cali tuvo los peores resultados. No sé si el alcalde o los futuros gobernantes quieran pensar que la estrategia para la seguridad y la convivencia ciudadana pueda estar en la educación, que yo sé que es más difícil que la represión. 

Entonces, estoy de acuerdo con que la vida de las mujeres no se puede reducir a Susana y Elvira (y menos a los pelafustanes), ¡pero quién dijo que Colombia –mi cuento querido– sí podía reducir su realidad a tremenda ficción descrita! La serie no es exagerada; exagerado es todo lo que ocurre en el país de la canela y en cada una de sus ciudades. Yo conté una de las cosas más increíbles de la mía. Por eso, como Susana y Elvira, puedo concluir que en Colombia “es la falta de amor [la] que [nos] tiene jodid[os]”. Empezando por el amor propio. 


**Publicado en Kien&Ke