sábado, 26 de noviembre de 2011

¡La vida sin clítoris no tiene sentido!

Hace tres años, por esta época, se me ocurrió hacer una marcha… ¡de lo que fuera! Sentía la necesidad de salir a protestar. Ahora, el paso a seguir era buscarse un motivo. Y así fue como se me ocurrió movilizarme en señal de rechazo a la ablación: 

¡La vida sin clítoris no tiene sentido!

Rewind. Hace tres años cuando me fui para Orlando (FL) había algunas tardes en las que de verdad me cansaba muchísimo de observar el funcionamiento estadounidense: cual máquinas todo el mundo obedece a las más de las injusticias sin “chistar”; “¡voltee hamburguesas y no pida más! ¡PUNTO!”. Razón suficiente para acordarme de que existen los Derechos Humanos (aunque he de confesar públicamente –a ver si me quito este peso de encima– que mi profesor admitió que los DDHH no sabe si existan, pero que son una conjetura inevitable) y que la ablación clitórica es una motivación para pelear por que todos en el mundo accedamos a establecer unos mínimos comunes que faciliten la aceptación de las diferencias culturales.

¡Y claro que está prohibida y penalizada (fuertemente) en muchos países! Pero no es fácil; como creen que Occidente tiene la Verdad, luchar contra tal crimen de lesa humanidad, obviamente, no es considerado como algo diferente a un imperialismo cultural.

¡Alto! Creo que omití algo muy importante. ¿Si saben qué es la ablación de clítoris o mutilación genital femenina? (Bueno, pregunto porque habrá algunos brutos que ni saben qué es el clítoris). Es la eliminación del clítoris y hasta más del tejido de los genitales femeninos por razones culturales, religiosas o cualquier otro salvajismo. ¿Y para qué? (Pregunto también porque aquellos que no saben qué es el clítoris pues tampoco sabrán para qué sirve). Para evitar sentir placer sexual y, así, llegar virgen al matrimonio, puesto que, de lo contrario, la mujer sería rechazada –en la actualidad cuántas nos quedaríamos sin marido, ¿no? Y también se hace para impedir la promiscuidad de ella y asegurar que solamente tenga hijos con el esposo.

La ablación es una costumbre extendida en una amplia región de África, y el aumento de la inmigración ha llevado esta práctica a Europa. Muchos estarán diciendo “¡uy!, pero eso es por allá bien lejos. Pero ni tan lejos. Esta brutalidad también se practica en algunas a tribus indígenas que habitan en el suroccidente colombiano.

El caso es que hace tres años ese fue el pretexto que escogí para mi marcha. No obstante, llevar a la tierra del Tío Sam a esa millonada de viejas me salía algo costoso. Muy desinflada, empecé a inventarme justificaciones para no caer en depresión profunda (no por ellas, ¡por mí! No tienen ni idea de lo que es aburrirse en otro país), entre ellas que no era viable hacer ese tipo de manifestaciones en un país como Estados Unidos, allá donde se puede hacer “de su culo un balero” siempre y cuando se siga la represiva norma; y a esa norma le importa un pito el pito y el clítoris… ¡a menos que den plata!

Pero al mismo tiempo pensaba que quizás exageraba y que debía seguir moviendo todas las fichas (ni idea cuáles) para lograr trascender en la historia (y, por qué no, aparecer en los libros de historia), total, los Estados Unidos de América siempre se han creído el Capitán Planeta que salvará al mundo de todos los villanos. No estaría de más, entonces, pensar que gracias a mi movilización lograrían entrar hasta los lugares más recónditos y cortarles el pito por pedacitos a todos los “abladores” intelectuales y materiales.

De haber sido así, de pronto palabras como las siguientes no encabezarían noticias: hoy en día a unas 135 millones de mujeres y niñas en el mundo les han quitado el privilegio de gozar; de pasar de damas en la calle a putas en la cama (si fuera periodista así lo habría escrito yo). Y el problema va más allá del goce, no crean que eso es lo único que me interesa: hay mujeres que mueren desangradas o por infección en las semanas posteriores a la intervención. ¡Ni al caso pensar que hay otra manera de hacer esto fuera de la rudimentaria! ¿Ni al caso pensar que las tradiciones culturales pueden adaptarse a los avances y descubrimientos del siglo veintiuno y modernizar sus barbaries?

Esperando tu amor, y llovía y llovía

Anoche quería hablarles sobre un arete nono que me encontré organizando mi joyero –bueno, no propiamente sobre ese, sino sobre el que perdí hace tres años en Disney–, pero “¡¡llamen a los bomberos, a la Cruz Roja, a las Farc!!” fue lo primero que dije esta mañana cuando me despertaron. Primero, aclaro que pasé una pésima noche, sobre todo porque haciendo pendejadas y nada más que pendejadas me dieron las dos y media, mientras llovía y llovía y solo llovía.

Esta mañana eran un poco más de las siete cuando, ¡trin!, mi hermano me abrió la puerta de mi cuarto para poner un jarillón de periódicos para que no se entrara el agua. Pero ya era muy tarde: fue la última parte a donde entró. Inmediatamente, me levanté y solo alcancé a subir mi mesa de noche a mi cama… ¡y eso porque la cama no la podía subir a la cama!

Por un momento creí que yo era Rose y que estaba en el Titanic. Tanta agua no podía ser cierto en la vida real. Estaba anonadada, ¡y nadada! Un grito de mi papá me aterrizó: “María Clara, ¡que barra le estoy diciendo!”. Y desde ese momento estuve varias horas sin descanso con escoba en mano sacando el agua de donde pudiera, para donde pudiera. Cuanto más barría más agua aparecía. Parecía una lucha inútil: se dejaba de barrer cinco segundos y se perdían cinco minutos de trabajo. Y el agua no bajaba; nada que escampaba; las manos ya estaban ampolladas; mi hermano ya estaba cansado de transportar agua en baldes (y no precisamente para Manizales); y mis papás no daban más. ¡Cuánto eché de menos las botas pantaneras que “estoy comprando” desde que el Ideam nos empezó a amenazar!

La verdad es que no sabía qué hacer. Quise escribirle al Alcalde (¡no sé para qué! Nótese mi amplia experiencia en inundaciones de hogares), pero –como cosa rara en las últimas semanas– el BlackBerry no tenía señal para datos. ¿Y es que qué hace uno en estos casos? ¡Ni el sentido común funciona!¡ ¿No ven que hasta quería llamar a algún embajador para que nos trajera una motobomba?! “¡Que yo le pago!”, le decía a mis papás para que lo llamaran.

Pero bueno, algo habría por hacer. Y para eso creía yo que se aseguraban las casas contra inundaciones. Y ante tanto desconsuelo le pedí a mi papá que llamara a la compañía de seguros para que nos mandaran así fuera al gerente a que ayudara a sacar agua. ¡Pero no! Resulta que el seguro funciona al revés: tienen que esperar a que la casa esté destruida para poder proceder. Y tampoco es, como creía, que si uno se lesiona la espalda o las rodillas o se le daña el blower en uno de estos episodios fantásticos, lo indemnizan.

Sin duda alguna, el más desubicado fue el perro. No creo que entendiera la magnitud de lo que estaba pasando. Seguro sí se le hacía raro que estuviera en la sala cuando siempre está doscientos metros más atrás: en el patio. El pobre no sabía dónde hacerse, y cuando se quedaba quieto alzaba las patas de un lado para no mojarse tanto.

La tragedia –en mi casa– empezó a menguar a eso de las diez de la mañana. De trescientos metros cuadrados inundados no quedaba sino un piso ensopado. En Caracol Radio nos acompañaban en la inundación –al menos eso decían ellos– y, entonces, transmitían todas las odiseas que pasaban en Cali: no muy lejos de mi casa, por ejemplo, el Secretario de Tránsito, dizque en paños menores, estaba sacando a yo no sé quiénes, que se habían quedado atrapados en una corrientosa calle.

Lo que pasa en seis años

 Primerito (2006)

 Segundito (2006)

 Tercerito (2007)

  El cuarto (2007)

Quinto (2008)

And I was like: "Oh! Minnie was next to me!" (Summer 2008)



                Sexto, cuando llegué al semestre que no era el mío (2009)
 7 (2009)

 Octavo (2010)

Cuando era negra y mona, recién llegué de Disney (Fin 2008)

Noveno (2010)

Así como cuando uno casi termina, así! Práctica profesional: FERIVA (2011)

(2011) Cuando uno ya es medio famoso...

jueves, 3 de noviembre de 2011

Una especie de muerte anunciada

No se preocupen que sí voy a hablar de las Elecciones, porque la historia hay que vivirla para poderla contar. Pero por hoy, para ustedes, Una especie de muerte anunciada.

Post en Kien y Ke:
http://www.kienyke.com/komunidad/2011/11/01/una-especie-de-muerte-anunciada/


2007. Fue una especie de muerte anunciada. Otra vez se terminó el mes y de nuevo el mismo nerviosismo de hace dos meses. Una clase de perturbación que en este momento no puedo ni explicar. Sí, otra vez…Y así, cada vez, espero que sea la última vez.

Cuando uno tiene alguna sentencia haciendo eco en la cabeza es imposible pasar un buen día. El “se terminó el mes” no me desamparó ningún segundo. Mientras me bañaba oía decir a Juan Gossaín que otro mes se iba; mientras me vestía, Jota Mario hablaba del mes que empezaba; “se terminó marzo” de mi casa a la universidad, de la universidad a mi casa. 

Era un poco más de las cinco de la tarde. Se demoró en llegar. Sí. Pero finalmente llegó. Se había demorado mucho en venir; tanto, que incluso, con ingenuidad, pensé que hoy no vendría. Pero no fue sino que me asomara por la ventana de la sala para ver que estaba parqueando su carro. Me asusté. No sé porqué, debo admitirlo, si lo estaba esperando. Si cada dos meses, desde hace varios, lo espero. Sin embargo, me espanté; de nuevo: no sé por qué. Se bajó. No lo conocía, jamás lo había visto. Pero era él, estaba segura de que era él. Me amenazaba con esa imagen de “todo poderoso” que traía en su mirada; esa misma que llevaba implícita en el logo de la empresa para la cual trabajaba; esa que lo acompañaba a donde fuera. Era él… y venía a…

No esperé a que timbrara; le abrí. Con un aire desafiante lo miré de pies a cabeza. Llevaba su clásico uniforme. El mismo que llevan todos esos… De manera impecable tenía puesto un overol color pardo con el logo de la empresa en la parte izquierda del pecho y unas botas café oscuro. Sin quitarle la mirada de encima –como quien no quiere perder de vista a su presa– y con un tono retador llamé a mi papá. Él sería el encargado.

- Buenas tardes señor, ¿en qué puedo ayudarlo? –le dijo él como si no supiera a qué venía ese desgraciado. Como si ignorara la desgracia que estaba por suceder. Como si no quisiera ni pretendiera aceptar que en el País de las Maravillas no vive sino Alicia.

- Buenas tardes –respondió muy cordialmente el señor y procedió–: ¿Me permite el recibo de pago de la luz, por favor?

El hombre, un señor acuerpado, de estatura promedio, de pelo negro corto y con cara de “buena gente”, prosiguió a recalcar lo que desde hace dos meses sabíamos: “el recibo no se ha pagado”. Trato de respirar profundo y contar hasta diez (yo sé que eso nunca sirve, pero no pierdo la fe al seguir intentándolo). Pero ya ni sé qué sentir. ¿Rabia con mi papá por no pagar los servicios? ¿Por no poder pagar los servicios? ¿Ira hacia el contratista que no se apiada de una familia con problemas económicos? ¿Furia hacia nuestro Dios creador por hacernos sufrir? ¿Cólera hacia un Estado que, aunque no sea su deber, no le soluciona los problemas de índole económico, social, político y sentimental a los 44 millones de colombianos? La culpa no la tiene ninguno. No es culpa de nadie que una familia se quiebre económicamente. No es culpa de nadie que un contratista tenga que cumplir órdenes.

- Voy a cortarles el servicio de energía

Y después de una maniobra un poco más que sencilla y muy, pero muy corta…

- Les será reconectada cuando cancelen el recibo. Hasta luego, que estén bien

Pensé que se estaba burlando de nosotros. ¿Quién podría estar bien después de que le han cortado la luz? Llegó la noche y con ella no sólo la absoluta oscuridad, sino el aburrimiento y, como si no fuera mucho ya, el insomnio. ¿Cómo hacían antes? ¿No les haría falta la televisión, la radio o, por lo menos, una lamparita para leer? O incluso, sin ir mucho hacia atrás en el tiempo, ¿cómo hacen los que no gozan del privilegio de la energía? –Sí, porque ahora me toca hablar del servicio de luz como un privilegio. Lo sé, son cosas en las que uno nunca piensa.

Sin embargo, no era la primera vez que el carro de las Empresas Municipales se aparecía en esta cuadra; seguramente tampoco sería la última vez que llegaba a muchas cuadras de Cali… a hacer lo mismo: a cortar la luz.

lunes, 24 de octubre de 2011

Esta es La Pava Navia

El único vacío que le gusta es el que se siente cuando el avión despega. María Clara (con tilde) es una comunicadora social que escogió el periodismo como hobby cuando le entregó su vida a la corrección gramatical y de estilo de textos varios y decidió interesarse por la filosofía del derecho en una carrera afanada por volverse analista política. Como si fuera una clase de agüero se pone el arete izquiero primero para empezar el día con pie derecho. Se declara amante de lo pequeño y está convencida de que estrellarse es necesario para la evolución. Sus amigos la describen como la inteligentemente loca que todos quisieran tener en su vida. Incluso dormida piensa en letras y por eso se le ha conferido la gran misión de redactar el intro de cada programa de Ilapso. Confiesa que el mejor regalo que podría recibir es una resma de papel. Llorona como su mamá, !para qué mentir! Y, como si no bastara, perfeccionista a muerte. Aunque es simplemente complicada y de memoria selectiva, es encantadoramente detallista (y no propiamente porque dé regalos) y creyente de que hasta el peor tiene algo de bueno.

domingo, 16 de octubre de 2011

¡Qué injusticia!

Llegar de la capital a la ciudad de origen siempre da duro, sea cual sea la razón. Ayer a las 10:50 de la mañana, en un acto suicida, despegué de Bogotá sin cinturón de seguridad. Y empezamos mal porque no me dejaron hacer en la ventanilla (pese a haber hecho el check in por la web veinticuatro horas antes). Muerta de la ira, por primera vez me tomé de un solo sorbo el tinto hirviendo que amablemente ofrecen en esos cortos vuelos y mantuve la pantalla prendida en modo Flight Map para ver dónde se caería el avión. ¡Ah! y como cosa rara me enamoré: Santiago: rubio, ojimiel, muy blanco, cachetes rosados. Unos veintidós años menor que yo. Desde las 10:50 hasta que aterrizamos (también sin cinturón) no dejé de escribir sobre la injusticia, porque todo: ¡qué injusticia!

En nuestros días, a la luz de los movimientos que están cuestionando –y derrumbando– el mundo contemporáneo, hablar de justicia, redistribución o reconocimiento no es sólo la cuestión. Podríamos cuestionarnos hasta dónde podemos llegar en la reivindicación de la diferencia, y cómo –en esta medida– mantener el universalismo jurídico, la unidad política, las naciones unidas, los ideales modernos como la libertad, y de qué manera hacer justicia a los principios que demandan polos tan opuestos. 

Pero entremos en materia: somos testigos de una obsesión por la igualdad, y a la vez los movimientos que nacen con el discurso multiculturalista de la postmodernidad reivindican las particularidades que hacen diferentes a los seres humanos; pero no las articulan, por ningún motivo, con todas aquellas similitudes que nos hacen iguales (como un religioso diría: “hijos de Dios”). 

Acaso ¡qué injusticia! no es la expresión que a diario más repetimos. Para empezar, entonces, es importante tener en cuenta que la justicia se reclama en todas las escalas; claramente todos –absolutamente todos– en la vida nos hemos sentido víctimas de alguna injusticia. La injusticia no solo es para unos cuantos ni para los considerados como más vulnerables por carecer de algún tipo de poder (determinado histórica y, por ende, culturalmente). Y que, como ya lo mencioné, la solución a la injusticia no solo es redistributiva sino que tiene que ver también con el reconocimiento. 

¿Pero está claro qué es la justicia y qué hace que una sociedad sea justa? La justicia hace parte de los sistemas morales que la cultura va configurando y en la cual debería apoyarse el sistema de leyes que posibilitan la vida en común. La justicia es una categoría moral de la política. La equidad es un asterisco en la igualdad: es decir, lo justo correspondiente. Entonces, ¿cómo ser justo con todos aquellos grupos –y con cada uno de ellos– que se pretenden únicos y que valen más que los demás?

Y como lo he dicho en múltiples ocasiones, en una que otra conferencia que he dado, se ha construido un discurso que postula que todos no somos iguales, pero merecemos que se nos trate como iguales; no obstante, sentimos que necesitamos que se nos reconozcan nuestras particularidades. ¿Cómo escapar de esta trampa si ya está claro que privilegiar la igualdad para combatir la desigualdad invisibiliza la diferencia? Unos comunes básicos.

En consecuencia, podemos darnos cuenta de que no es fácil hallar puntos comunes puesto que todos los individuos estamos atravesados por múltiples identidades: no solo son 184 países, sino cinco mil grupos étnicos y seiscientos grupos lingüísticos. Y cada grupo cree que su subordinación es la más injusta. A los más no les interesan los menos (no solo por lo que no tengan sino por lo que no son). Y en el mismo piso de una pirámide se reproduce este modelo. Por lo tanto, pareciera una discusión “gangrenosa”, que no se sabe dónde se pueda cortar. Está bien que todos somos diferentes, pero por eso no dejamos de ser seres humanos, merecedores de respeto igual.

La clave está en la tolerancia, en la aceptación: todos somos diferentes pero pertenecemos a un mismo lugar, y por lo tanto no vale la pena crear rupturas ni aislarse. Para mí la solución no está en el multiculturalismo como valor supremo, sino como parte de un pluralismo, que promueve la integración de la diferencia.

Entonces, retomando el vuelo, injusticia fue haber estado en la capital y no haber visto a Andrés Pastrana; injusticia fue haber tenido una cita en un café revolucionario y que mientras él quería dormir conmigo, yo quería dormir con el Ché; injusticia fue haber estado en una premiación en el Club El Nogal –muy a la altura de Mancuso– y no haber ganado nada; injusticia fue haberme dado una buena vida por nueve días y haber regresado a Cali con dos kilos de sobrepeso; injusticia fue no haber podido sentarme en una silla que había escogido veinticuatro horas antes porque una niña especial quería hacerse ahí. ¡Ah! y, entonces, nos cuestionamos moralmente sobre esta última injusticia. Mi teoría es que con relativismos, aunque poco humano suene, no se puede llegar a ningún lado.

Yo creo en Michel

A veces parpadea rápido, cuando maneja siempre tiene que tener algo enredado en los dedos y cuando escucha atentamente tiende a inclinar su cabeza. De cuando en cuando pareciera brusco, pero de repente una mirada seguida de un par de palabras revelan la inevitable inocencia de la ternura. Brinca, salta, se ríe, cuenta historias, es feliz, está orgulloso de quien es.

Quizás él no se acuerde, pero un día me dijo que me amaba. Y yo le creí. Le creí porque creo en él. Y creo en él porque ha estado para mí, como dicen los estadounidenses, 24/7; con el tiempo su mirada idealista se ha hecho más transparente ante mis ojos históricamente analíticos y desconfiados: es la persona que hace más de un año, cuando escribí una novela sobre su candidatura al Senado, sus amados me entregaron en cada una de sus palabras. Un líder convencido de que hay maneras de cambiar el mundo y de rescatar el consenso.

En la vida real no es tan inteligente y preparado como parece en la esfera pública. En realidad es brillante, y esa luz ilumina a quienes lo adoran y han servido de medio y fin para fortalecer esa nobleza que tan bien lo dibuja. Sí, es sincero, tan sincero como esperanzador: siempre hay una salida y no hay que valga más que el amor propio, el autorrespeto y la lucha constante.

Para mí, entregársele al colectivo es el acto máxime del altruismo; y esto responde a su sueño de que la política es el espacio de lo posible. Su firmeza y su empuje son las características más férreas de esa sencillez. ¿No obstante, qué es lo que la mirada social supone? Supone la perfección. Sin embargo, no somos perfectos, somos humanos, todos tan tercos, frágiles y con tantos afanes como él. Pero para mí será el héroe que muchos no se han atrevido a ser.

Creo en las personas que son capaces de ser mejores seres humanos cada día; creo en los gestores que quieren influir y participar en la transformación de un gobierno: con principios. La construcción siempre será un estado inacabado, por lo tanto, creer en alguien es fundamental para armar con nuestros términos un nuevo proyecto político. ¡Yo creo en Michel! Michel Maya al Concejo de Cali, #1 Partido Verde. www.michelmaya.com

Soy su amiga, no hay nada más objetivo que eso. Para esos son los amigos.

De la filosofía del derecho a hacer el amor en el techo

Esta mañana me desperté pensando en mi otra mitad, y recordé que hacía mucho rato no les contaba nada de mi vida real. "La noche se va acabando y no encuentro las palabras; yo sé que me estás mirando y yo sigo aquí callad[a], y no es porque no me gustes si me gustas demasiado. Tal vez ese es el problema: que me tienes asustad[a]". Bacana la moto, ¿no?


Así es, se fue el año e, ¡increíble!, no ha pasado nada. Nada diferente a que ahora trabajo independiente –por fin puedo decir que tengo mi taller donde se puede cortar y pegar (literal copy-paste)– y que en cuatro meses me habré ganado algo más de siete millones de pesos. Sí, yo sé que para mucho no es nada... pero ninguna persona espera ganarse eso hoy en sus primeros salarios. No, aún no me he ido a vivir sola (creo que será unas de las primeras cosas que haga en el 2012 [a huevo eso también estaba en las predicciones mayas] si es que no me voy del país... ¿a vivir? ¡N'ombre! En la búsqueda de unos viñedos al sur de Francia o a compartir la felicidad de un matrimonio en México. No sé. Tengo que preguntarle a los mayas; ahora llamo a Michel [Sí, el mismo. El candidato al Concejo de Cali #1 Partido Verde www.michelmaya.com]).

Y en esas me la he pasado: copipasteando, editando, corrigiendo (por cierto, ¿ninguno quiere darme trabajo? Presto mis servicios de corrección gramatical y de estilo [mucho estilo]. ¿Ustedes columnistas, no quieren que sus letras pasen por mis manos primero? Podríamos hacer convenios. De $ 5.000 en $ 5.000 me vuelvo millonaria. Estoy hablando en serio, ¿eh? A eso me dedico. No a hablar en serio, sino a corregir, y recuerden tengo que pagar la casa en la que voy a vivir sola). Y también me la he pasado haciendo cosas más raras, porque ahora tengo un súper plan, que compartí en Kien y Ke. Los invito a leer mi post de hoy en la revista virtual Kien y Ke: “De la filosofía del derecho a hacer el amor en el techo”:
Con el objetivo de ir a algo raro cada semana para consolidar mi proyecto de encontrar esposo, y mientras tanto aprovechar y buscar sobre qué escribir, empecé a hacer una maestría. Tal como leen. Y así es como a un salón de saco y corbata yo llego en chanclas y uñas de muñeca: Filosofía del derecho contemporáneo; no mi pinta, así se llama la carrera. Obviamente la comunicadora no podía pasar desapercibida; luego de darme la bienvenida los diez abogados que están en la clase, incluido el doctor profesor, me preguntaron qué estaba haciendo allí. ¡Y adivinen qué! Pues me tocó decirles que quería ser periodista de las Altas Cortes y, por qué no, analista política. ¿Quién iba a hablar de matrimonio ahí si todos parecen mis papás? (Y así me tratan. ¡Más bonitos!).

Pero eso sí, todos hablan y dan por entendidas muchas cosas que a larga me toca imaginármelas porque si no, la clase no avanzaría por mi preguntadera. Pero no hay de qué preocuparse: con la precisión de la que carezco he aprendido que hay que hablar… así sean bobadas, pero hablar.

Siguiendo la misma consigna de vida (no la de hablar bobadas) llegué al Taller Habitar la cubierta, ofrecido por la Universidad de San Buenaventura, Cali. Y cuando decía en un comienzo que me busco algo “raro” es literalmente raro y, por ende, nunca sé dónde me meto (solo sabía que era el auditorio más grande de la universidad, que mi cuñado abría la conferencia y que yo estaba sentada detrás de Papo… y que, ¡trin!, lo que estaba proyectado en la pantalla del auditorio yo lo había corregido). Hablaban y hablaban de habitar la cubierta y yo solo pensaba y pensaba en un pastel de chocolate; luego, habitarla sería hacer real el ideal de Hansel y Gretel. Eso creía yo.

¿Ustedes tampoco saben qué es una cubierta? Los entiendo; incluso los que saben creen que saben mucho y aún piensan que es un plano que solo cierra una edificación y nos protege. Lo bueno de mi súper proyecto es que algo se aprende y eso sirve para hablar con la suegra que no tengo, por ejemplo. Y, entonces, señora suegra, ahí está la cubierta: representa la vida del paso del tiempo, de la luz y de la sombra. Una lejanía; quizás un cementerio de máquinas. ¿Quién puede conferirle otra clase de sentimientos a un simple techo? ¿Pero saben por qué? (Me lo dijeron en el taller). Porque hay un temor constante de que no se puede hacer nada más a costas de un conjunto disgregado, que no tiene equilibrio y proporción. Todos podemos coincidir en algún momento que para qué habitar la cubierta si “allá arriba” solo hay objetos sueltos que parecieran fuera de lugar. ¿O no? ¿O uno ve un techo y qué dice? De hecho, ¿cuando se está buscando esposo, quién se molesta en mirar para arriba al ver alguna edificación? ¡Pero qué mundo nos falta! ¡De qué ojo arquitectónico carecemos! ¿Conocemos si acaso a Le Corbusier?

Bueno, equis, pero cómo les parece,que tras miles de imágenes que me mostraron de unos arquitectos loquísimos (más bien era uno), me convencieron de que resulta tan atractivo pasar de una ciudad pegada al suelo a una puesta en pié y convertir esos elementos disgregados en piezas aquitectónicas que ya no sean puestas por necesidades técnicas, sino que representen una suma de singularidades que terminen por hacer una composición bastante atractiva y sobre todo útil.

Esta obsesión de subir a los tejados (que hablen sus amigas las gatas) ha hecho de la cubierta un espacio arquitectónico autónomo: donde vivir, habitar y soñar más cerca del cielo. Aprovechar la azotea y su estructura y soporte para darle nuevos usos e interpretaciones significa que ya no se trata de enterrarse para disfrutar de la intimidad, sino de elevarse para disfrutar el horizonte y, por qué no, hacer el amor en el techo.

¿Ven que de lo extraño salen nuevas experiencias? Sí. Ese es el motivo por el cual estoy viajando permanentemente al Ecuador a asesorar un paro nacional de alpacas. Y será el mejor paro de la historia de las alpacas, ¡se los juro! ¿Y quién quita que me case con un AlpacO?

Yo también besé a mi exnovio

Yo también besé a mi exnovio, ¡y qué! ¿Quién no lo ha hecho? –¿Cómo así? Un momento, ¿ustedes también han besado a mi exnovio? Muchos estarán pensando que qué fracasada. ¿Pero qué es el fracaso? Solo sabemos que todos queremos hacer las cosas bien, correr tras el éxito. Hoy en día el mundo perfecto es un sueño colectivo. ¿Y qué es el fracaso? Por qué no una ilusión, un espejismo, una ficción.

Después de hacer un ligero sondeo concluí que el fracaso es algo más subjetivo que la belleza. Entonces, me tocó ir a una exposición en el Museo La Tertulia (Cali, Colombia) que se llamaba Ensayos para un mundo mejor. Presentaba el fracaso como una forma de conocimiento y lo liberaba del antagonismo de los juicios de valor; catalogaba su existencia en un espacio de operaciones productivas en un lugar intermedio que separa la intención de la realización.

Por lo tanto, según lo que pude entender mediante los trabajos expuestos de varios artistas, el concepto iba más allá del absurdo, del vacío, de la nada, de la melancolía de un pasado inexistente en el hoy, de la amenaza del eterno retorno, que caracterizaba cada obra de arte. El concepto trascendía el sondeo, incluso, llegaba a un mundo de posibilidades durante un proceso, que sin duda es más importante que su resultado.

Lo entendí casi todo, entonces: ignorantemente condenamos al fracaso hasta darle un beso a mi exnovio (por favor, luego quiero hablar con todas las que han besado a mi exnovio). Y, por ejemplo, ¿cuántas veces no hemos repetido hasta el cansancio que no volvemos a comer chocolate desaforadamente? Sí. Un exnovio es tan dañino pero tan placentero como un exceso de chocolate. Pero tendemos a encasillar este par de espontaneidades en la repetición; a verlas como si fueran el drama del individuo en la sociedad. ¿Quién dice que son algo mecánico, que hacen parte de una serialidad? "Da igual. Prueba otra vez. Fracasa mejor". Es decir, sin peros volveré a besarlo y, si es el caso, también lo embadurnaré de chocolate.
 
Según lo anterior, ¿estaríamos de acuerdo con que "el fracaso siempre es relativo, siempre viene enmarcado en un contexto y un tiempo específico"? Piénsenlo bien: "En otro tiempo y lugar podría haber sido una obra maestra". Y según eso, ¿por qué no darle el debido lugar a la incertidumbre? ¿Hasta cuándo nos decimos que en la vida volvemos a aceptar algo que en realidad no queremos? Disfrútenlo. Ese es el arte del fracaso: seguir diciendo que sí y arrepintiéndose después.

 
¿Qué no volvemos a llegar en "esta semana" tarde a clase o al trabajo? Ese domingo aprendí que los actos fallidos hacen replantear la ruta; el fracaso se convierte por azar en descubrimiento: ¿y si fuera otro trabajo y otra clase? Es igual que un "jamás vuelvo a tomar trago" cada vez que me emborracho; nada más representativo de la metáfora de la ilusión, de lo temporal y efímero. Cada pieza artística evidenciaba esta predestinación a desvanecerse que pone a cada rato en evidencia la fragilidad del mundo perfecto. ¿Pero qué mundo es perfecto sin una copa?


¿Cansada de decir que "no vuelvo a llamar al que me jodió la existencia"? (Perdón por lo de existencia). Perseguir el pasado perfecto y traerlo al presente como una voluntad potencialmente convertida en nostalgia. "Dime que volverás". ¿Pero qué tal que un día si vuelva?

Sí, sí, no volvemos a pelear con nuestros hermanos. Parece que nos rige la paradoja del eterno retorno. ¿Estamos atrapados? Quizás. Tal como si fuera una encrucijada que no ofrece salida. No votar, por ejemplo, no participar de la democracia en la que vivimos es el símbolo romántico de la pérdida y la tragedia humana. Que nos construyan el país que no queremos rima con el "algo que se rompe estrepitosamente" que trae en su etimología el fracaso.

No niego que después de ver la exposición me sentía aun más fracasada en la vida. Pero tras reflexionar sobre unas obras de arte, cuyo arte no me pudo hacer sentir peor (¡qué tal que fuera curadora!), me hicieron concluir que cuantas veces sea necesario reincidiremos: besaremos a mi exnovio, haremos por compromiso moral lo que no queremos hacer, llegaremos tarde una vez más, volveremos a emborracharnos, seguiremos llamando a aquel cabrón, la última pelea con nuestros hermanos jamás será la última, y seguramente nos dará pereza salir a votar esta vez.
 
Pero ese es el fracaso: un camino, no necesariamente un hundimiento. Es un estado de ánimo, quizás como el éxito o el arte. ¿Y qué es el arte? De pronto yo no soy nadie para decirlo (menos cuando me creo arte), pero ya está claro que es más subjetivo que la belleza y el fracaso juntos.

lunes, 12 de septiembre de 2011

A mi abuela

Mis amigos, novios (que nunca han sabido que son mis novios, como se lo imaginan), compañeros y otros tantos que me conocen saben que mi abuela es mi adoración. Quizás he sido la nieta más terrible que mi abuela tiene –esto le consta a toda mi familia–, le he dado lora desde 1985 y por eso ella es más que mi vida entera. Una abuela es una abuela (qué pena con el que le parezca hueca por tanta subjetividad [no sé quién dijo que la subjetividad es un privilegio de los superficiales, huecos, pitillos…]) y quienes la tengan y la veneren como yo sabrán que no hay palabras para definirla.

Mi abuela me dice lo mismo que mis papás, pero a ella sí le hago caso; a mi abuela se le puede contar la peor pilatuna que jamás en la vida me va a creer; mi abuela cree que soy la mejor persona del mundo: la más inteligente, la más transparente, la más flaca y hasta la más bonita. No todos tienen abuela, y muchos menos que tenga noventa años; por lo tanto, quiero compartir las palabras que en nombre de la familia le ofrecí en la celebración de sus noventa: un sambumbe de anécdotas (que tal vez ustedes no las entiendan todas, por no decir ninguna) que han hecho de su vida en nuestras memorias algo sencillamente extraordinario. El amor por una abuela no se mide ni se dice; se ES.

LOS REGALOS QUE NO TE DAREMOS

A Annie y a mí nos encomendaron la complicadísima tarea de buscar los mejores regalos para darte, Mamá Fanny, en tus noventa años. Hicimos, entonces, un postre, un almuerzo e incluso una pijamada para escuchar las propuestas de todos. Y luego se nos ocurrieron tantas ideas, que por uno u otro motivo tuvimos que ir descartando.

Primero que todo se nos ocurrió regalarte una camioneta con chofer, pero ningún comandante del Frente Lejanías de las Farc estaba disponible. Después pensamos en darte la fotocopia de una llave maestra para cuando te quedes encerrada en los baños, pero por seguridad pensamos que era mejor que siguieras acudiendo a nosotros para auxiliarte ¿O qué tal una sangría? Pero nos dio pena anticipada de que al salmo responsorial dijeras que estabas “jumada”.

Tal vez era mejor regalarte un solitario para hacer una integración familiar, pero no hubiéramos podido jugar tus veintitrés descendientes. ¿Y si le damos unas botas pantaneras?, nos preguntamos. Pero ya para qué, si el desbordamiento del alcantarillado de Jamundí no llega hasta El Refugio. Pensamos, entonces, en regalarte un reverbero de alcohol para cocinar en un posible racionamiento de energía, pero nos daría mucho susto que Gustavo Adolfo cometa una imprudencia y te queme la pijama, y lo que es peor, ¡que en ese momento la tengas puesta!

Un par de hectáreas de fríjol también fue una de las ideas que surgieron, pero de pronto nos pasaba lo mismo que a Pajadito, y si las vendías no nos repartías regalías. Hubiera sido perfecto darte el número ganador del Baloto, pero pensando en que Stella fuera a administrarlo, lo más seguro era que cuando volviera de reclamar el premio, te llamara para que le tuvieras lista la plata para el taxi.
Por lo tanto, se nos ocurrió también cancelar en tu honor la deuda de veinticinco pesos diarios que tenía Hermann en la tienda de don Ramón, pero por la inflación y el IVA a lo largo de estos 28 años, casi que nos salía más barato contratar a Laly para que iniciara un proceso de prescripción.

¡Y se nos ocurrió comprarte un bastón! Pero no encontramos ninguna promoción de pague uno y lleve cuatro, por aquello de Hermann, Alicia, Agustín y el comodín para cuando Natalia se lo quitara a las visitas. Igualmente, quisimos darte una yegua para que estuviera en la ventana al lado de la sala, pero según Héctor Jaime Agudelo (administrador de la Unidad) no daban las medidas mínimas exigidas por Ferchito y por la Sociedad protectora de animales. Así que mejor era darte un gato, pero pensamos que de pronto alguna noche pensabas que era un ladrón y te diera por llamar de pared a pared al vecino y terminaras despertando a todo el barrio.

Así fue como pensamos, pues, en regalarte un celular, pero temimos que te azararas porque al sonar no lo encontraras y creyeras que lo habías dejado en la casa. Después se nos ocurrió comprarte unos zapatos, pero fue IMPOSIBLE conseguir que nos vendieran un par de modelos diferentes. Por último dijimos que ¡qué mejor regalo que una casa! Sin embargo, no podíamos asegurarte que cuando llegaras de alguno de tus viajes no te la hubieran vendido.

En fin. Por eso hemos llegado a la conclusión de que lo único que podemos regalarte son estas palabras, que por cierto queríamos que te las ofreciera Gustavo, pero de pronto al final le decías “¡muchas gracias, GONZALO!” y nos tocaba ir a terminar la fiesta a otro lado.

Mamá Fanny, te queremos mucho y estamos felices de poder compartir contigo todo este tiempo, pero sobre todo de no haber podido conseguir el regalo ideal para darte y ahorrarnos esa plata.

Tus veintitrés descendientes.

Septiembre 5 de 2011.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado XIII: "Estoy segura de que te amo".

Qué jartera sentir que te ame, me molesta creer que te amo y, peor aun, me fastidia querer amarte. Pero de algo sí estoy irracionalmente segura: TE AMO; te amo con mi superficialidad, te amo con mi subjetividad, te amo con mi genialidad.

lunes, 22 de agosto de 2011

Cumplí mi sueño: conocí al Procurador General de la Nación

*Post en Kien y Ke

He de decir que en mi vida he tenido múltiples obsesiones (cuando le doy la bienvenida a alguien a mi lista no estoy bromeando). Hoy por hoy el Procurador General de la Nación encabeza la lista. Creo verlo en todo lados, a veces juego que soy él e incluso a un par de amigos –Diana Rodríguez Ordóñez Maldonado y Jorge Garcés Borrero– les insisto en múltiples ocasiones que son su fina estampa.

Así que mi sueño era conocer al Procurador, al Godopoderoso –como lo llaman en NP&–, la autoridad máxime de la Procugoduría; sí señores, a Alejandro Ordóñez Maldonado. Y la oportunidad llegó como un milagro: el miércoles pasado estuvo en la Sucursal del Cielo (me imagino que por eso vino), en la Pontificia Universidad Javeriana, en un foro sobre la objeción de conciencia institucional frente al aborto. 

Como yo estaba en el Ecuador asesorando un paro nacional de Alpacas, ese mismo día cogí el primer vuelo y, afortunadamente, muy puntual alcancé a llegar a la universidad. Eso sí, ¡oliendo a alpaca y hasta con lana en la cabeza! ¡Qué vaina!, nunca he podido pasar (cambiar esta palabra) desapercibida. Pero bueno, me imagino que no será mi destino.
Logré encontrar un muy buen puesto: cerca del panel –para ver y oír mejor– y muy a la esquina de la fila de sillas –para salvarme en caso de atentado. Después de haber puesto nuestros celulares en modo etiqueta (no conocía el término hasta ese día. Lo confieso: no pude evitar reírme sin etiqueta) y de haber entonado con orgullo los melodiosos versos del himno nacional se dio inicio al evento.

El foro pasaba, los panelistas exponían sus puntos de vista, el auditorio replicaba… y yo cada vez estaba más nerviosa. Eso era como conocer a Mickey Mouse (para entenderme mejor, pregúntenle a un niño qué se siente). En todos los hombres altos de poco y canoso pelo veía al Procu. ¿Pero cómo no imaginarme que a Alejandro Ordóñez Maldonado lo tenían guardado como la sorpresa de la fiesta? Cuando fue su turno de exposición la expectativa del público fue total: nadie hablaba (creo que ni respiraban), todos tenían la mirada enfocada hacia la pequeña puerta que hay a un costado del auditorio por donde entraría Su Santidad el Procurador.

De repente, se abrió por fin dicha puerta, y el esperado personaje hizo su aparición. Tal como lo había dicho la moderadora del evento en algún momento de la presentación de los panelistas: brillaba con luz propia (resulta que la puerta daba hacia un exterior y estaba haciendo un solazo terrible; lo que brillaba era el gran astro detrás del Procu). En ese momento se describió su experiencia y trayectoria como si se tratara de un concurso de belleza –pero no era para menos–, mientras el saludaba a sus contertulios y a otros directivos como si les estuviera dando la bendición. Eran envidiables los mil flashes por segundo que iluminaban su sagrado rostro. ¡Increíble que estuviera frente al Procurador General de la Nación! Escuchaba atentamente su silábico hablar y mi mirada seguía con atención cada movimiento de manos. No me equivoqué al haber tomado la decisión de dejar mis Alpacas tiradas en el Ecuador.

¿Tenemos todos claro de qué se y trata este foro, qué es la objeción de conciencia y qué es lo que alega la Corte y qué le alegan a ella? Breve: un buen día se despenalizó el delito del aborto en tres casos (y luego se convirtió en derecho de la mujer). Y ¡trin! algunas instituciones de salud (muy pocas, la verdad) dijeron que ellas no practicarían ningún aborto, y ¡zas! les cayeron encima; la Corte les cayó encima y les dijo que ellas no podían hacer objeción de conciencia porque los únicos que tienen conciencia son las personas naturales no las jurídicas (¡pinche bruta esa Corte! ¡¿Acaso la personería jurídica no es una suma de personas naturales?!). Señores, la objeción de conciencia es un derecho fundamental y se hace cuando hay una orden que se opone a nuestros valores, principios, a nuestra conciencia.

Al estrado se invitaron tres puntos de vista. La disyuntiva gerencial (a cargo del director del Hospital San Ignacio de Bogotá) concluyó que no practicar el aborto en ciertas instituciones no es producto de la objeción de conciencia sino de una decisión administrativa con base, de todos modos, en que los valores de una organización son para vivirlos no para recitarlos y en que tienen que ser coherentes con su proceder. Se supone que cada institución es autónoma, tiene el derecho a la autonomía, es decir que puede determinar el alcance de sus operaciones. Me pregunto yo (y me imagino que muchos) para qué se da el derecho a la autonomía si no se puede ejercer.

La perspectiva ética recalcó que metafóricamente las instituciones sí tienen conciencia, así como tienen valores, principios… Y la jurídica no pudo dejarlo más claro. Según el artículo 18 de la Constitución (“Se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su conciencia”), nadie –léase pronombre indefinido–, es decir, ninguna persona (natural o jurídica) debe hacer lo que vaya en contra de sus principios, de su conciencia.

¿Lo que fue una despenalización se convirtió en una obligación? En fin, creo que me desvié del tema principal: haber conocido a mi Procurador favorito. Pero por cultura general quería que supieran el resto, no sea que alguno de ustedes sea de los que le va a echar piedra al hospital porque no quiere hacer un aborto. Así que retomo: el aborto sufrió una secularización (de eso son testigos las sentencias): de delito que no se penaliza en tres casos pasó a ser un derecho fundamental, y antes de pensar en objeción de conciencia institucional yo solo puedo decir –seguramente como mi Procu–: “blasfemia!”.

Y para finalizar, amados lectores, vale la pena resaltar que quedé matada con el embajador de la Divina Providencia, el personaje del año, y por eso retomo sus palabras: “El aborto nunca es una necesidad y jamás representa un bien”, salvo –digo yo– cuando represente peligro para la mamá, o cuando el feto venga con malformaciones incompatibles con la vida; o sea, en los casos de irresponsabilidad (no legal) y violación para eso existen la adopción y el acompañamiento psicológico. Claro, entiendo su ceño fruncido, lo digo yo que gracias a Dios jamás he vivido un caso de estos.

La duda



Nos quedamos fantaseando con el beso aquel
Aquel beso que en mis sueños recorrió tu piel...

Nos quedamos con la duda, la esperanza y la ilusión!

martes, 16 de agosto de 2011

Mi primera vez

Post en Kien y Ke

Duré veinticuatro semanas queriéndome comprar unas botas pantaneras color aguamarina porque el Ideam anunció que se venía la catá (catá, o sea, catástrofe en pronunciación francesa). No se equivocó, pero yo nunca compré las botas, pese a tener que caminar todos los días por las calles asquerosas (perdón por lo de calles) alrededor del hospital San Juan de Dios (en el centro de mi ciudad). 

Todo esto para decir que así se pasan de rápido veinticuatro semanas. El invierno se terminó (aunque el Ideam ya dijo que no demoraba en volver) y mi primer trabajo (práctica profesional) también (al respecto, el Ideam no ha dicho nada). Quiero compartirles, entonces, mi carta de despedida de la organización que me malcrió durante seis meses: Impresora Feriva S.A., departamento de Corrección gramatical y de estilo. Primera vez es primera vez y el primer trabajo es como el primer amor: se amará por siempre. 

Tengo que admitir que fueron las veinticuatro semanas más raras de toda mi vida —¡vean eso, hasta aprendí a escribir los números en letras! Hoy se acaban esos casi seis meses de práctica profesional en los que me convertí en parte de la familia Feriva. Entonces… a mi querida familia Feriva:

Desde hace varios días me he sentido muy intranquila (por eso he estado un poco despeinada) porque salgo de mi empresa y me toca comprar los siete mil diccionarios de los que me volví dependiente. Pues ya me di a la tarea de conseguirlos, pero quedé muy preocupada porque en ninguna librería los venden a ustedes. Luego, no será lo mismo los libros que tienen en Feriva sin Feriva.

Quién se iba a imaginar que alguien pudiera vivir sin la empresa para la que hizo su práctica profesional? El mismo que niega que últimamente el tiempo está pasando así de rápido. En cambio, muchos sí dieron por sentado que yo me enloquecería; ley de la naturaleza revelada por un sabio refrán: “A pueblo que fueres haz lo que vieres”. Todo tiene su ciclo y llegó la hora de cambiar de pueblo, no sin antes confesarles con orgullo que jamás me había enamorado de un lugar tan extraño (aclaro: lugar).

“Que las personas pasan y las instituciones quedan” es una frase de quién sabe quién que describe perfectamente la realidad laboral. ¿Estamos de acuerdo? Sin embargo, muchas personas aunque pasen dejan una huella que trasciende el tiempo, la distancia y la realidad.

El 21 de febrero llegué de correctora a esta familia. Sé que fue un proceso lento de adaptación, sobre todo porque al principio, con toda sinceridad, no veía que algo estuviera mal escrito. Y me asusté mucho. Pero ahora, meses después veo que todo está mal. ¿He de asustarme también o eso es sinónimo de que aprendí? Sí. Aprendí. Aprendí que todos eran unos analfabetos ignorantes excepto nosotros (¿o nosotros también?).

Cuando decidí hacer mi práctica aquí, muchos me decían que estaba llegando en búsqueda de mi propio estilo. ¡Y qué estilo el que hallé! Reconozcámoslo, no es una empresa normal: ¿dónde más alguien desayuna con vino o hay entredía no al gusto sino al capricho? ¿Quién más tiene un profesor cuarenta y ocho horas a la semana? ¿Dónde una persona equis va a buscar al gerente porque se llama igual que ella? ¿En qué otra empresa todas sus mujeres son sensuales? ¿En alguna otra parte le echan ají al helado o se hace una selección de personal para almorzar? ¿Conocen alguna otra organización que tenga al menos un empleado que hable papiamento? ¿Dónde más la gente echa chispas, le tienen apodo a todo el mundo y el gerente baila cuando está contento?

Así como cuando uno no tiene nada que hacer, podría enumerar las “demasiadas” experiencias vividas en Feriva y de las que ustedes han formado parte; algunas fáciles, otras complejas, pero siempre todas marcadas por la responsabilidad y la satisfacción. No obstante, entiendo que ni a ustedes les alcanzan las lágrimas ni a mí me da la inspiración. Por lo tanto, cuidado que esto es así: 

Tal vez parezca presumido de mi parte querer permanecer en cada uno de ustedes, pero estoy segura de que después de estos seis meses seguirán en el recuerdo muchos momentos, situaciones, aprendizajes. En mi corazón estarán por siempre ustedes, quienes me brindaron con sencillez e inmenso cariño su apoyo, conocimiento y compañía en mi “estadía” en esta empresa.

Y la verdad:
—Don Ernesto*, ¿María Clara aprendió el oficio?
—Yo le voy a decir una cosa: llevo yo cincuenta años… No es gran cosa lo que se puede hacer en seis meses.
*Ernesto: Gerente general de Feriva y mi jefe directo.
 
Don Ernesto: Que me vaya hoy hace parte de la dinámica que mueve las organizaciones. Que me quede en la familia Feriva hace parte de la dinámica que mueve a los seres humanos. Quiero agradecerle toda su disposición, paciencia, confianza y apoyo, pero sobre todo su paternalismo. Capitán, siempre tendrá un lugar supremamente especial en mi corazón. 

P.S.: Señores de corrección: cuando mande a hacer mi libro quiero que me muestren las correcciones con control de cambios. Prometo joder más que el señor España (para los lectores: el señor España es un cliente que jode por veinte mil, ¡y sin tener la razón!).

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado XII: "Será un 19 de noviembre"

Hice un alto en mi rutina para decirte que tus días están contados.

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Hoy tenía puesta la blusa que llevaba en nuestra primera cita... Pero esta vez salí con otra persona.

domingo, 14 de agosto de 2011

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado XI: "Qué diera por besarte otra vez"

Estábamos a oscuras, como pocas veces, cuando de repente me besaste. En medio de todos y ante los ojos de nadie furtivamente tomaste mi cara entre tus manos y me volviste a hacer tuya. Tal vez todos se dieron cuenta..., pero nadie sabe que amo que aún seas tú quien me besa en mis sueños.

domingo, 31 de julio de 2011

¡Que pase el príncipe!

El insomnio ha vuelto. Pero por lo menos es el insomnio y no mi exnovio. Anoche pasaban las horas, y nada. Y en lugar de arreglar el país –o al menos el cuarto– no sé por qué me puse trascendental y hasta en matrimonio me dio por pensar. Y me angustié. Me sentí de repente como Rachel. ¿Cómo que cuál Raquel? ¡No será la de aquel burdel! Rachel, no Raquel. ¡¿Rachel Green?! ¡¿La famosa serie estadounidense Friends?! ¿Recuerdan el capítulo cuando cumplió treinta años? (Si no, ver video: http://youtu.be/28FZtef3ZKA).

Bueno, pues ya tengo casi veintiséis. Si se supone que me pienso casar a los veintinueve, ¡no conoceré a mi esposo la víspera! Debo estar con él al menos dos años y algo de novios (novios de verdad, nada de que él no sepa que es mi novio), y me imagino que tendré que conocerlo antes porque no será "mucho gusto, ¿quieres ser mi novia?". Total, todo indicaba (y sigue indicando) que para esta mañana era tarde.

Entonces, ese día me puse las pilas: me levanté (no digo que me desperté porque no dormí) y como la situación apremiaba, me pinté las uñas de azul príncipe a ver si daba más fácil con el tipo con el que me iba a casar. ¿Pero qué iba a buscar? La cosa no estaban tan fácil pese a lo buen partido que soy. Gracias (entiéndase el tono de "gracias") a quién sabe qué mente impertinentemente creativa, TODAS las niñas hemos crecido con la ridícula esperanza de encontrarnos a la vuelta de la esquina con el apuesto príncipe azul que nos rescatará de algún malintencionado subsidio de Agro Ingreso Seguro, de no entrar –por si acaso– en la reparación de víctimas, de trabajar hasta los setenta, de los desfalcos de la Dian y de las garras de la mano negra.

¿Pero qué pasó tras horas interminables de búsqueda? Por la noche volví a mi casa flaca, fea, ojerosa y sin ilusiones. Porque los hombres si son lindos son patanes; si son tiernos son feos; si son buenos amantes son pobres (de espíritu); si son altos son brutos; si son inteligentes son tímidos; si son extrovertidos son vacíos; si son interesantes son creídos.  
Y si es el hombre ideal,  no le gustan las mujeres. O dado el remoto caso que cumpla con al menos tres de los criterios exigidos,  pues por estar tan buena solo me quieren para... ¡y de novia quieren a otra!

Así es. ¿Qué es el famoso príncipe azul, entonces? ¿El príncipe azul acaso es descendiente de los pitufos? Yo también pensaba. Por cultura general: la perversa idea de dicho personaje nació en el siglo XIX (¿cuándo más podría haber sido sino en el siglo romántico?) en una leyenda rumana: El príncipe azul de la lágrima. No es verde, no es naranja (menos mal), no es morado (según una de mis colegas correctoras, porque sería Barney). Es azul...  porque es de sangre azul, es de la realeza –o de la irrealidad?
 
Y todo el mundo piensa en eso. Hay un libro que dice que el príncipe azul se destiñe con la primera lavada. Pero es que no se destiñe porque no es azul. No hay nada azul.  Además, ¡qué miedo! ¿Qué tal que uno fuera caminando por la calle cuando, de repente, a su lado se le apareciera alguien de color azul? ¡De infarto!

Así que siga su vida... Vaya de esquina en esquina, que si lo que se encuentra no es azul (ojalá), ¡dele la vuelta!

jueves, 21 de julio de 2011

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado IX: "Querías que te odiara?"

Querías que te odiara? Ya ves, podría hacerlo... si no te amara.Pero entiendo que todos somos caprichosos.

Entonces, mírame a los ojos, cobarde, dime que quieres que te odie para que así llames mi atención y decida mirarte -tan transparente como siempre- y decirte que claro que lo haría... si no te amara, si no me importaras y si mi boca NO te olvidara.





Better days, Goo goo dolls

miércoles, 20 de julio de 2011

María sin pecado concebida

Post de Kien y Ke
http://www.kienyke.com/komunidad/2011/07/14/maria-sin-pecado-concebida/

Hay muchas cosas que son patrimonio de los ricos y otras, exclusividad de los pobres. No lo discuto; y como vivo en Colombia –el país del Sagrado Corazón y del realismo mágico; país que aunque conozca su historia está condenado a repetirla– padezco la terrible enfermedad que muchos compatriotas (palabra usada sin sentido político) tienen: poco o nada me asombra.

Por lo tanto, un equis viernes que salí por ahí, encontrar en la carta del lugar cocteles que se llamaran tan extraño como Tráeme la noche, Sólo para ti, Contigo quiero estar, Vos también estabas verde, Mujerzuela o Pasajera en trance no me pareció la gran cosa. Es más, yo, por ejemplo, en vez de ¿Y si te quedas qué? al cianuro ese le habría puesto ¿Y si me dejas qué? En lugar de Lo que tú me das, Lo que tú nunca me diste. O jamás hubiera bautizado tremenda dosis de glucosa como ¿Quién te quiere como yo?, sino que le habría puesto algo bien sutil como Todos nos hemos equivocado alguna vez en la vida (coctel que vendría con todos los tragos de la vida y, si es el caso, con show del barman incluido).

He de confesar que ver aquella carta me robó un par de carcajadas, aunque nada se saliera de la costumbre. Sin embargo, me sirvió para darme cuenta de que hay algunas particularidades que solamente a mí me han pasado, independientemente de tener un corazón sagrado, de cuando estoy rica o cuando soy pobre, y que a pesar de ser colombiana me han sorprendido; lo cual quiere decir que sí son relevantes. ¡A que sí! Por ejemplo, no creo que sea muy reglamentario que alguien haya partido un plátano para echárselo a las Zucaritas pensando que era un banano, ¿cierto? Empieza la lista: Que yo llame a mi casa a decir que “María Clara es una perra”, que mi papá no me reconozca la voz y encima de todo me dé la razón. Que en una discoteca uno de los de seguridad se me haya acercado y me hubiera dicho: “Niña, por favor no baile tan feo”. O que hace un mes el peluquero me dejara cuasi calva y se justificara diciendo: “Es que ya tenía pelo de loco”.

No es normal, insisto, que muy al mediodía, hora en la que suelen llegar los niños del colegio a sus casas, llegara yo a la portería del conjunto de una amiga y que el portero me preguntara: “¿Usted es la empleada de quién?”. Y qué tal el día que el señor de la tienda de mi Universidad me dijo “señora”, a lo que yo obviamente repliqué de inmediato: “Señorita”, y él -como si se hubiera tratado de un chiste- respondió a mi aclaración con un simple “no le creo”. ¡Y eso que en ese entonces sí era señorita! ¿Qué tiene de común que la semana que me dio por pintarme las uñas de azul intergaláctico me llamaran de Cenicaña a hacerme una entrevista, y peor: que hablando del sueldo preguntara que con cuántas libras de azúcar me iban a pagar? ¡Y que me gustara un man porque físicamente se parecía a mi hermano no sé según quién! O que la primera y única canción que me han dedicado sea esa que dice “yo no soy grillero”.

No a todos les pasa que en una entrevista de trabajo cuando les piden que cuenten algo sobre ustedes digan como yo que inevitablemente siempre se enamoran de todos sus jefes. ¿O estoy confundida? ¡Y qué decir cuando me dio por pensar que qué tal que uno fuera caminando por la calle y de repente alguien lo atacara a mordiscos! No es de Dios ni de todos los días oír a cualquier pendeja como yo contar que se soñó con el expresidente Pastrana corriendo cogidos de la mano entre campos de trigo. ¿Quién más cree que los caballeros las prefieren rubias? ¡Pues me teñí el pelo, llevo mona 25 años y apenas me vengo a enterar de que los ciegos no las quieren rubias sino brutas! Con razón. Sí, me suelen pasar las raras. Es cierto. Pero la más, la que juro que nunca en la vida le ha pasado a nadie excepto a mí: que alguno de mis exnovios (sí, uno de los que fue mi novio pero nunca se enteró. ¿Cómo sabían?) cuando me echó me hubiera dicho: que me fuera ”olvidando que me has conocido, que una vez estuviste en mi cama. Hay caprichos de amor que una dama no debe tener”. Lo siento, soy tan exótica como el Sagrado Corazón del país en el que nací y por el que moriré.

¿Pero pa’ dónde es que va este cuento? Todo, para que me entiendan por qué una vez mi abuela salió con un zapato diferente en cada pie (¡y tuvo el descaro de decirle a una vecina que ese día sentía que caminaba como mal!), por qué mi prima obsesiona a cualquier mortal con no-importa-qué postre haga, o por qué hace tres semanas que me mandaron una prueba de embarazo me asusté. Así como cuando uno va al médico porque lo picó un zancudo y le dio alergia y le mandan una prueba de embarazo, así. Suele pasar. ¡¡No seré la única!! Aclaro que matemáticamente todo era imposible (aunque no sé contar. He dicho repetidas veces que mi inteligencia llega hasta donde los números comienzan. ¿Entonces no era tan imposible? No sé, todo me daba sesenta).

Pero si a ellos (los médicos) les parecía que estaba descuadrada y desequilibrada, literal (sí, es que ellos son así, sin pelos en la lengua, como reza el refrán popular, aunque desconozco quién pueda tener pelos en la lengua. ¡Guácala! Y hablando de los pelos y de mis extravagancias, una vez que me esguincé un tobillo por astigmática el médico que me atendió me dijo: “Tiene la pierna como peluda -Y mientras me enyesaba,prosiguió-: ¿Usted conoce a las gemelas de los Simpson?”. A pesar de que no me veo la serie esa, estoy segura de que no era un halago), entonces así era. Ahora bien, les intrigará por qué me asusté. Como las cosas raras sólo me suceden a mí -por ser del país del Sagrado Corazón o porque todavía me sorprenden las “normalidades” que me acompañan-, ¡sesenta eran sesenta! Mi mamá me miró con los ojos abiertos de par en par. Y aunque sesenta fueran sesenta, para ella, casta y pura hasta la sepultura. No tuve otra opción que salir gritando por toda la clínica (en serio, por toda): “¡El Mesías ha regresado; María [Clara] sin pecado concebida!”.

P.S.: Como hay caprichos de amor que una dama no debe tener, que no se preocupe que salió negativa. Y si sesenta son sesenta, y todo -todo- daba sesenta, ¿qué hubiera sido esto, el embarazo de un elefante? ¡Si ven que no sé contar!

Me aconsejo para el Concejo

Post en Kien y Ke

¿Libre o feliz? Casi me enloquezco (sí, más) encontrando la oposición, y dirán que me chiflé tomando la decisión de hacer coexistir la libertad y la felicidad: lanzarme al Concejo de Cali.


Como creo en las transformaciones desde una perspectiva endógena –es decir, en las que el cambio empieza por casa–, me pregunté qué me habría hecho libremente feliz y felizmente libre, y la respuesta fue inmediata, concisa y elemental (mi psicólogo, mi psiquiatra y mi psicoanalista se sentirían orgullosos de mí por decidir tan rápido; de hecho, por haber decidido): haber ido a Harvard. Así es, leyeron bien: Harvard. ¿Dónde más hay fraternidades tan cool con hombres tan sexis y aparentemente inteligentes que se dejen besar sin tener que rogarles? Aclaro: eso para mí; habrá quién se fije en cosas menos importantes.



De manera que ahí está la solución a todos los problemas, crisis y depresiones de la ciudad: poder ir a Harvard. ¿Pero cómo ‘chingados’ ir a Harvard si nuestra juventud no sabe ni leer ni escribir (denotativa y connotativamente)? Hasta para besar a alguien hay que saber cosas elementales como esas. Entonces, decidí que mi objetivo no es hacer feliz a nadie, porque a la política se le piden remedios políticos, y la felicidad no es asunto político.



Estaba pensando que mi candidatura se ampararía en los lineamientos de la democracia. Pero teniendo en cuenta que la sociedad nos ampara (así debe ser) siempre y cuando accedamos ponernos a su servicio... Aquí muchos me interrumpirán para replicar: “¿Acceder a qué?” Ese es el problema, que ser rebelde es más cool; por lo tanto, parece que cuanto más bruto se es, mejor; más rentable. Entonces, ahorrándome las explicaciones (y la previa investigación) de las obligaciones, las prohibiciones, los premios y los castigos de un gobierno con su gente, anuncio que me permitiré coaccionar las libertades –no quiero ver más “hago lo que se me da la gana”– para evitar la metástasis del peor cáncer ever en la juventud: la ignorancia, el analfabetismo.



Quizás yo no sea la más sabia y puede que mi comunicación con el cielo falle a veces, o que no sea la más fuerte –características fundamentales anteriormente para elegir un gobernante, un parlamentario–, pero también tengo el propósito de que todo funcione lo más eficazmente posible. Ya que no podemos cambiar la condición humana, intentemos mejorar la sociedad (humana): hacer que nuestra ciudadanía, nuestra juventud, nuestra niñez sea menos bruta y sirvan más para algo.



O sea, no voy a acabar con la pobreza. ¡Qué ocurrencia! Sin embargo, sí es una manera de romper con las inequidades hereditarias. Y ya que se inventaron la civilización, pues nos vamos a civilizar todavía más. No me importa cómo ni a cómo, pero todos van a estudiar; se me ocurre que roben un poquito menos, pero no sé si sea viable. No quiero saber más de gente que no sabe leer ni escribir (denotativa y connotativamente), o que –como era mi caso– crean que La Haya queda en Centroamérica. Tampoco me importa quién quiera aprender y quién no, o quién prefiera comer. Las reglas, las obligaciones y las prohibiciones y los premios son para todos. ¿Leyeron bien? Todos. Profesores –o peor, quienes se hacen llamar pedagogos o maestros–, seré inclemente con ustedes: si no sirven, ¡que les corten la cabeza! Y no quiero oír a nadie justificar la irresponsabilidad del Estado o de los profesores –‘pedabobos’ o maestros– en que cualquiera puede ser autodidacta.



Así que voy al Concejo, porque de mi casa queda más cerca que la Asamblea, la Alcaldía o la Gobernación. Prometo que en cada una de las sesiones me voy a oponer a cuanta ocurrencia sea necesario  para que de una vez por todas alguien le dé prioridad a la educación –o por lo menos a los huecos. ¡Por una juventud que pueda ir a Harvard! Cuando estén en las fiestas me lo agradecerán.



Ahora a juntar firmas para que la Registraduría avale mi candidatura. No quiero ofrecimientos de ningún partido porque no estoy dispuesta a tener dilemas morales ni a tragarme sapos, y tampoco quiero que me acusen de ser como Noemí: que en el siglo X a.C. estaba con Luisa; luego que en el Renacimiento, con Pedro; a finales del siglo pasado, con María; y ahora, dizque con “la ayuda de todos”.  



Papá, véndame la póliza esta que me exigen. Memel, contácteme con J.J. Rendón; yo también puedo pagarle con bonos del Éxito. ¡Y que me patrocine la mano negra! Digo, la mano peluda; es que las confundo.