El cambio
de paradigma entre la pedagogía tradicional y la pedagogía contemporánea
(humanística) y los grandes aportes a la enseñanza-aprendizaje de lenguas
Ayer fui estudiante; hoy soy profesora (y ojalá
algún día llegue a ser una digna investigadora de la Didáctica). Si bien me
gradué del pregrado hace relativamente poco (tres años), me atrevo a decir que
estudié en la época en la que todavía importaba más quién lo dijera que lo que
se hubiera dicho; ese era el único argumento de autoridad válido; no se podía
deducir, suponer, ensayar, ni atreverse a formular teorías, porque el
estudiante no tenía el reconocimiento, la trayectoria ni las competencias para
hacerlo. ¿Qué tipo de estimulación del aprendizaje era ese? No había ninguna
apropiación del conocimiento mediante el descubrimiento. Y, seguramente
contrario a lo que un docente espera, esa repetición de un conocimiento
memorizado como verdad absoluta generó en muchos un desdén por la investigación
y un adormecimiento del análisis y el razonamiento. A mí me sucedió.
La pedagogía tradicional fue un intento de hacer
las cosas bien, y así lo creyeron mientras duró; mal que bien, muchos ilustres
fueron hijos pródigos de ese tipo de educación, esta entendida como la acción que se ejerce
sobre un individuo o un grupo de seres humanos con el objetivo de
influenciarlos o modelar su comportamiento, según Hadji: “L’action exercée sur un individu ou un groupe
d’ êtres humains en vue d’ infléchir ou de modeler leur comportement” (1995: 86).
Y de ellos aprendieron nuestros profesores y, a su vez, los suyos. Por su
parte, la pedagogía humanista (la contemporánea) privilegia el papel del
maestro como facilitador, como ayudante en la apropiación del conocimiento, y
no como dictador ni como un proveedor de ideas listas para consumir. Hoy es
ella la que cree estar haciendo las cosas bien.
Actualmente soy profesora de Expresión oral y
escrita, y desde hace tres años me he preparado (quizás inconscientemente) para
estimular el aprendizaje, más que para transmitir el conocimiento. Porque “todos
sabemos algo. Todos ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre” (Paulo Freire,
pedagogo, educador y filósofo brasilero), hoy invito a los estudiantes a crear
la clase conmigo, a nutrir el programa académico, a cuestionarlo, es decir, a
desempeñar un rol activo en el aula, un rol creativo, con base en su contexto,
en sus experiencias, necesidades y falencias, porque entiendo que para aprender
tiene que haber disposición y, además, que la autogestión es una herramienta
que debe estar de mi lado.
Por último, con respecto a la enseñanza y al
aprendizaje de lenguas (extranjeras, sobre todo), la pedagogía humanista ha
sido el primer paso para renovar el quehacer que se ejerce en el aula, así como
los modos de hacer. Como el estudiante (considerado ahora un ente activo) tiene
la mayor parte de la responsabilidad de su formación, tiene la posibilidad (por
no hablar del deber) de determinar junto con el profesor los objetivos que sean
más convenientes y pertinentes de aplicar en la asignatura. Una vez definidos,
el maestro-facilitador meterá en el equipaje de la enseñanza las funciones de
la lengua que le parezcan más significativas, así como los métodos de
construcción y transmisión de saberes y técnicas, que estarán alineados con dichos
objetivos.