viernes, 30 de marzo de 2012

Ciudad del siglo XXI, ¿qué será de ti?


Hace unos días estaba elevadísima en un conversatorio al cual había asistido, cuando “me puede repetir la pregunta” –después de tres días de intervención de la moderadora– me pintó el vacío y me dijo el silencio en el que mi pelo andaba (*en modo la parte por el todo: el pelo por la cabeza, por la mente, por el entendimiento. En este caso son lo mismo), y llegó a mí el recuerdo de la noticia del día (que, eso sí, nada tenía que ver con el conversatorio en el que estaba).

Entonces, tan pronto despejé la mente, comprendí por qué esa mañana Vicky Dávila decía que nos despertábamos con noticias tristes (no obstante, para ser sincera, durante la media hora que alcancé a escucharla nunca supe de qué estaba hablando). Aunque la verdad es que aún no sé si se trataba de un truco de García Márquez: ¿o quién va a creer que no es literatura que en Colombia por concepto de regalías algunos municipios reciban $400 o $1000 (pesos; pesos colombianos), incluso siendo pobres, que porque el Dane ni los tuvo en cuenta para la medición de sus necesidades insatisfechas? ¿Cómo es eso de que a 230 municipios les fueron destinados recursos por menos de $10.000, a unos 400 ni les asignaron un peso para proyectos de impacto local, y otros 174 ni siquiera existen para el Dane? “Me compro un chicle o sostengo a la familia, pago los gastos del hogar, si acaso el estudio de los hijos… No, mejor el chicle”. Lo sé, tan absurdo como que la reforma al Sistema Nacional Ambiental quiera suprimir las autoridades ambientales en los municipios de menos de dos millones y medio de habitantes, tipo Cali.

Con razón el tema de moda es sobre el ideal de la ciudad de este siglo, cuyo eslogan debería ser: “¡Bienvenidos a la heterotopía* del siglo XXI!”. (Ya que claramente no corresponde con Eldorado que la equitativa repartición minera y petrolera podría crear, y que seguramente en el papel estaba en los alcances de la ley). STOP. Rewind. ¿Todos sabemos qué es una heterotopía? ¿Y, al menos, Eldorado y las regalías? Está bien, entiendo que no todos vamos a los mismos conversatorios.

Entonces, ¿qué hacer? –¿Cuándo? ¿Ahora? ¿Vamos a comer helado?–. Para tranquilizarme, por ejemplo, una vez hice un ensayo (escrito, ni crean que soy tan práctica) sobre comunicación para el desarrollo, porque la comunicación también es una herramienta política. Así es: con respecto a un cuento similar planteé la comunicación como una estrategia de mejoramiento para la comunidad, en la cual la construcción de lo público es un proceso de colaboración y concertación. Tranquilos, ustedes no tienen que hacer lo mismo, pueden organizar una manifestación contra el Dane; también hacer un video para que el mundo conozca los Municipios Invisibles (así como conocieron a Kony 2012) y recaudar “a few dollars” a través de la venta de un kit con algunos objetos representativos de dichos municipios (como con Kony 2012); o, en su defecto, un grupo focal para preguntarnos cuál es el rol de la planificación para tener excelentes regiones y ciudades. Empecemos porque hay que aterrizar las necesidades y trabajar conjuntamente… porque no sé qué sabio dijo que todos debemos hacer parte de la construcción de una sociedad mejor –así el concepto de mejor esté determinado por el discurso dominante–.

En realidad hay mucho por hacer: que revisen de nuevo los municipios, que incluyan a los invisibles, que chequeen las regalías, que reestructuren el plan de distribución. O si no, todo habrá sido una fantasía: la Ley no servirá para nada, porque los pobres solo tendrán derecho a ser invisibles (a menos que hagamos un video como el de Kony. Luego, ¿aquí quién sería el malo? ¡Me cubro!).

*Las heterotopías son espacios otros que contradicen los normalmente emplazados. Si no entienden, pregúntenle a Foucault, que él habla de varios concretamente. Bueno, a él ya queda como difícil; a sus libros.

Y RECUERDEN VISITAR www.ilapso.tv

sábado, 10 de marzo de 2012

Bref, estado civil: despechada

Hace unos muchos meses la Licorera del Valle me buscó por los mismos lugares por donde Shakira buscó a alias “corazón”. Sin embargo, ellos sí me encontraron, me charlaron y me convencieron de hacer parte de una estrategia para salvar la Licorera. ¿Yo? ¿Acaso era alcohólica como para comprar las suficientes botellas que reactivaran su economía, había tenido asiento en en la repartición de los contratos (ni siquiera en el de las copas), o era secretaria de Salud o Gobernadora? ¿O es que yo hice descuentos en la facturación de las botellas, o en mi plan de desarrollo personal estaba incluido el detrimento patrimonial de 112 mil millones de pesos de la Licorera? Desilusionados, fue así como me dijeron que por lo menos escribiera algo, cualquier bobada (que comparto con ustedes ahora):

Bref, estado civil: despechada

O sea, ni conmigo ni sin mí. Y así se han ido los meses. ¡Pero ya no más! Me cansé de que no supiera si debía decirme “vente” o “vete”, o quizás “vente” y luego “vete”, o mejor “¡vete y no vuelvas nunca más jamás!”. No me lo dijo pero opté por la última, como toda dama que aún conserve algo de dignidad debería hacer. Así que decidí organizar la Fiesta del Despecho cuarta versión –una por cada vez que me había dejado. Llamé a mis tres amigas de siempre, esas cuyo estado civil también es “despechada”, y con copas de Aguardiente Blanco del Valle y con las canciones de salsa más cortavenas empezó la noche.

Como es lógico, nunca entenderemos jamás un Por qué se fue. Entre cada “¡cómo olvidarte!, ¡cómo arrancarte!” de Son de Cali un aguardiente muy al estilo de Café con aroma de mujer: “sencillo con cara de doble”. Y digo que “entre cada” porque para ser sincera solo escuchamos tres canciones en toda la noche; las mismas tres canciones toda la noche, corrijo, y cada que el Grupo Niche entonaba su sentida Cartagena (que así no se llama pero así la conocen) nos desgarrábamos cantando “no causó el efecto que imaginaste; no me hizo el daño que tú pensaste” y no se sabía cuál de las cuatro lloraba más.

Saqué la caja donde guardaba todos los detalles que había acumulado en estos últimos meses: la tapa roja de la primera botella de guaro que nos habíamos tomado juntos, unas boletas de cine, una factura de un restaurante –nuestro “primer mes”–, cientos de emails que yo había impreso, noticas por doquier, un CD, un muñequito que olía a él y hasta una media había –una media naranja. Respiré profundo, fondo Blanco y llena de valor leí en voz alta cada una de las cartas. ¡Obvio!, a la segunda ya lo estaba llamando: tres intentos, solo alcanzaba a timbrar una vez y colgaba. ¿Qué pendejada estaba haciendo? Nada peor que lo que hice después.

La última vez que le marqué me di cuenta de que me había apagado el celular, y entonces muerta de la ira llamé a Fulano, al man al que mi amor (o examor) siempre le había tenido los celos de la vida, y quedamos en que dizque íbamos a almorzar al otro día. Pero quién sabe con quién iría a salir porque yo ni me acordaría de lo que acababa de hacer. Ahora como pendeja me miraba al espejo y lloraba como un bebé. No paraba de decirme que era una tonta por andar chillando y porque se me había regado la pestañina y por limpiarme con la blusa la había manchado. Mis amigas me decían que me tomara otro guarito, que ese bobo no iba a ser el primero y tampoco el último. Lo que sí sabía yo era que el último aguardiente en nombre de un tipo por lo menos no era.

Las horas fueron pasando y cada vez más recuerdos iban llegando –¡claro! Si los estábamos buscando– y con ellos esa sensación de olvido y de ilusiones rotas, de que nunca iba a volver a salir el sol y que no habría Cien años de soledad que fueran suficientes para resistir aquel mal, no había un más allá de “oye, qué tristes son los desengaños al corazón”, como dice el Joe. Lo único que parecía cambiar era la botella de Blanco, que copa tras copa se iba vaciando. Por lo menos ese, el aguardiente, sí iba a estar ahí siempre para curar no importa qué herida que cualquier (o el mismo) ‘baboso’ nos hiciera.

De repente, como iluminación maligna (o del maligno, según como se mire) el chip de la ‘bobada se había activado. Ya era de madrugada, hora de volverse a enredar y un desentonado –y mosco en leche– “si me vas a abandonar, piénsalo bien si me vas a dejar” fue el impulso que no hacía falta. Sí. Valieron cinco los ríos de lágrimas durante horas, días, meses. En ese momento yo ya estaba dispuesta a luchar por su amor y a seguir con él… y con el aguardiente también, porque seguramente habrá Fiesta del Despecho quinta versión. Menos mal cuento con mis amigas las despechadas y con mi Blanco del Valle.

*****

Tranquilamente, la Industria de Licores del Valle hubiera podido decirnos lo mismo: “Si me vas a abandonar, piénsalo bien si me vas a dejar”. Ella estaba despechada por culpa de nosotros los vallecaucanos, quienes no tenemos ningún impedimento –ni por amor ni lealtad a la región– en abandonar a nuestro Blanco del Valle y consumir otras marcas de aguardiente, ¡en ir a buscar más allá cuando lo mejor está aquí! Y se nos olvida siempre que la Industria nunca nos ha dejado tirados: primero, anualmente la Licorera del Valle en nuestro departamento invierte aproximadamente cien mil millones de pesos en educación, salud y recreación –según las necesidades, y si no se la han repartido antes en eventos de promoción o entre otros “más necesitados”–; y, segundo, siempre mesa de una rumba y despecho que se respeten tendrán una botella incondicional de Aguardiente Blanco del Valle. Y ya verán que si alguien termina en la cárcel (espero que no sea yo por escribir bobadas) por haber dejado en las tapas a la Licorera, en su celda (o suite, depende del encarcelado) habrá al menos una botellita de Blanco.

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado XVIII: "Lo mío fue aceptarlo todo porque te quería"