jueves, 26 de noviembre de 2015

2012: mi regalo de grado. By Lilo Ceballos

Como todos saben, nunca me olvidaré de mi primer día de universidad; entonces, es el momento de aclarar que mucho menos de los seis años siguientes: seis años en los que fuera de devorar el conocimiento…

…nunca fui capaz de no ponerme roja cuando hablaba en público, ni siquiera cuando alzaba la mano –única y exclusivamente– para sabotear lo que estuviera diciendo el profesor; porque, cabe resaltar, que las cosas serias de la clase no se las susurraba sino al de al lado. También me enamoré cada hora y media y jamás me peiné (ni siquiera cuando una máxima autoridad me dijo: "El problema suyo es el peinado"). 


Fueron seis años en los que alcancé a ir un millón de veces a Ecuador a reflexionar seis meses, nunca tuve el novio periquero que siempre le pedí a la Divina Providencia (es decir, que tuviera pájaros periquitos) y tampoco supe cómo ni por qué mis amigos me creyeron todos los cuentos que alguna vez dije ni de qué manera ganaron los exámenes cuyas sesiones de estudio me ponían a dirigir, mientras yo pasaba todas las páginas diciendo: "Eso no lo van a preguntar". 


Seis años después…


Gracias a Dios, que me hizo muy loca, y a quienes creyeron que soy excelente estudiante, persona, amiga y compañera… y se sentaron a mi lado (o frente a mí) años enteros a reírse conmigo durante horas seguidas. Pero, sobre todo, gracias a los que me dieron el privilegio de ir a la universidad, momento único e inolvidable como todas las fiestas con nombres extraños que en seis años hice. 



María Clara 


viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Nació con vocación de minoría perpetua?

¿Apoya la legalización de las drogas y cree en la futilidad de la guerra contra ellas? ¿Le parece que su erradicación es un sueño utópico porque el consumo es propio de todas las sociedades? ¿Es de los que piensa que probarlas es un rito de transición hacia la adultez; que el drogadicto no es un delincuente sino un enfermo; y que el consumo de este tipo de sustancias desemboca en un problema de salud pública y no solamente de inseguridad?

Si respondió que sí a más de una pregunta, déjeme notificarle que nació con vocación de minoría perpetua. Pero no se preocupe que eso no es malo; al contrario, prueba que no tiene un esquema mental totalitario.

De drogas sé tanto como de maternidad de gallinas. No obstante, con conocimiento de causa –a través de los medios de comunicación y de las telenovelas–, puedo decir que al tema de las drogas no se le puede seguir haciendo la guerra, porque los casos han demostrado que “esa es platica perdida”. Creo en un enfoque más razonable: en la despenalización del consumo; en la atención al adicto y no en una cárcel para el delincuente; y en la creación de políticas públicas que protejan al drogadicto del contagio de enfermedades. Pero también creo que hay que mantener las sanciones legales que haya lugar y que es indispensable la censura social. 

En Cataluña se permite cultivar cannabis en la huerta de la casa y su consumo en las discotecas es libre, y en Uruguay, la gente puede fumarse un porro sin ser perseguido por la ley. Mientras tanto en Colombia, aunque la dosis mínima está despenalizada, el decreto nacional que reglamentará la producción y el uso de la marihuana con fines medicinales apenas está en borrador; pero ya se dice que seis de cada diez colombianos lo apoyan. 

Dándole fast-forward al tema en este país, supongamos que la legalización acabaría con los intermediarios, con las atractivas ganancias y hay quienes argumentan que hasta reduciría el consumo. ¿Pero quién dice que va a prevenir una producción y distribución paralela o que va a acabar con las fronteras invisibles? ¿Acaso a lo legal no le hace la competencia lo ilegal? El petróleo, la minería, incluso el sistema financiero, no tienen una “paraactividad”? ¿No hubo hasta un cartel de los pañales?

¿Piensa que no existe un manual de instrucciones; que la falibilidad de una sociedad es un plus, que permite ir construyendo y rehaciendo según las necesidades; que el hecho de que exista una política pública que les ofrezca jeringas esterilizadas a los junkies, para prevenir la transmisión de enfermedades, no garantiza que en medio de su ansiedad por consumir ya o ya no use la del drogo de al lado; que le fastidiaría el hecho de trabarse pasivamente mientras espera en un sardinel a que el semáforo vehicular cambie a rojo o mientras acompaña a alguien en la zona para fumadores en un restaurante? La respuesta es clara: usted pertenece a una sociedad abierta (al menos en su mente). 

Hablar de narcotráfico en la actualidad es lo más común, desde que hace varios años retó abiertamente al Estado, desangrando a la sociedad civil. Sin embargo, el consumo, la producción, el microtráfico, los carteles no son la única pesadilla; también está la delincuencia común, el desempleo, el hambre, la indigencia, el salario mínimo, la educación mediocre, entre otros.

No estoy segura de nada, tampoco  satanizo el uso de las drogas; cada quien verá si hace de su culo un balero; hay múltiples maneras de tirarse la vida y ninguna es peor que otra. Lo que me atormenta es pensar qué prueba que con la legalización, así sea de un uso medicinal, vaya a dejarse de derramar sangre. 


Furtivos fragmentos de un discurso desesperado novembrino: ¡Ahora sí nos jodimos!


Ahora sí nos jodimos: ¡soñé que nos comíamos! 

Y "el deseo no es menos culpable que el acto, [pero] los justos [podemos] entregar[nos] sin riesgo al ejercicio de la más desaforada lujuria". El libro de arena, Jorge Luis BORGES

viernes, 18 de septiembre de 2015

Verso en prosa libre

Con la nostalgia del primer amor, aún evoco esa primera pasión, cuando veinticuatro horas por segundo te perdías en mi mundo. Añorando un concierto de sudores aún sin decidir, recuerdo la ansiedad de letras interminables que muy tarde llegaste a descubrir. Y con la frustración de un apremio inconcluso, rememoro ese beso apasionado que te di junto con mis primeros anhelos; ese único beso que se transformó en un deseo irrebatible de extasiarme eternamente en la condena. Y desde esa noche busco aquel primer ardor que nos sigue esperando en los confines.



lunes, 11 de mayo de 2015

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado de lunes


Alias El Inglés atenta contra la diversidad cultural y lingüística de El Español

Según datos publicados en 2012 por el Instituto Cervantes [1], en el mundo entero, alrededor de 500 millones de personas hablan español y se espera que en 2030 el 7.5 % de la población mundial pueda entenderse en este idioma [2]; mientras tanto, el número de hablantes en inglés y en chino desciende, y el español ya es el tercer idioma más usado en la red y el cuarto más hablado en la Tierra.

Para quienes el español es nuestra lengua materna, lo anterior describe un panorama de celebración, sobre todo para los que no entendemos cómo la importancia internacional de este idioma no ha sido mayor, si la suma de los países cuya lengua oficial es el español es superior a la de países que hablan oficialmente otros idiomas, como el francés –por ejemplo– y el inglés –por supuesto. 

Sin embargo, surge una nueva preocupación: ¿en qué medida la estandarización a través de redes, asociaciones o documentos, contribuye al fomento de la diversidad cultural y lingüística? 

Ok, abstract, paper, trailer, reel, photoshoot, pet-friendly, mall, mail, pool, outsoursing, in, out, fashion, top of mind, ranking, online, spoiler, drive-thru, back-up, coaching y coacher, update –entre un sinnúmero de palabras en inglés que me llegan a la cabeza en este momento y que muchos usamos cotidianamente– son un breve ejemplo de la cantidad de palabras y expresiones que adoptamos los hablantes de todos idiomas (al menos en Occidente), aun cuando existen en nuestra lengua [3]

Entonces, hablamos del fomento de una diversidad cultural y lingüística de dónde. Para mí la respuesta es clara: gringa; y no precisamente se trata de una diversidad, sino de una estandarización. En la actualidad, en Estados Unidos hay 39 millones de personas que hablan español y se prevé que para 2050 sea el primer país hispanohablante del mundo. ¡Qué peligro! 

Digo peligro porque si la tendencia de la economía de red contemporánea (donde, evidentemente, junto con las divisas también trafica la cultura), es universalizar palabras y expresiones (en inglés, obviamente, porque los gringos han sido son y serán un “trending topic”, pase lo que pase con China y con quien sea), cuando la minoría hispana pase a ser sociológicamente una mayoría [4], expresiones como “mapear” (trapear), “palear” (quitar la nieve con la pala), “te llamo p’atrá” (del inglés I call you back), guiar (conducir), textear (escribir mensajes de texto), parisiar (irse de fiesta), janguear (salir por ahí a divertirse con amigos), entre otras que la RAE sí incluyó en su última versión (2014), entrarán posiblemente en ese español que en 2030 el 7.5 % de la población mundial va a usar como vínculo de comunicación internacional. 

Aclaro que como correctora de estilo no me considero purista, pero sí propugno la ética de las palabras en español; y por esa razón me inquieta el mensaje del didáctico y pedagogo español Miguel Ángel Fernández Pérez: “El español, si quiere estar a la altura de su papel como segunda lengua de comunicación internacional en un futuro cada vez más próximo, debe reflexionar en profundidad acerca de sus orígenes, flexibilizar su ortografía, su fonética, su gramática y su adquisición de vocablos de otras lenguas” [5]

Así que coincido con las declaraciones del presidente de la RAE, Darío Villanueva, que el portal Vozpopuli.com publicó el pasado 25 de abril: “‘La mayor amenaza para el español es el papanatismo’, ha asegurado Villanueva, que ha criticado la utilización de términos ‘ociosos’ en inglés por esnobismo, ‘teniendo una lengua tan rica’ como la española”. 

No obstante, el problema radica en que la enseñanza / el aprendizaje del español está siendo considerado como una industria –¿un negocio?– y, de acuerdo con ello, son las leyes del mercado las que “mandan el juego”. La misma historia se ha repetido con la cultura, la religión… (Insisto: al menos en Occidente). 

En ese orden de ideas, quiero concluir recalcando que cada idioma (con sus múltiples variantes) tiene su propia belleza –sin necesidad de quitarle ni aumentarle nada– y refleja la idiosincrasia y la historia de un lugar. Reconocer esas diferencias y conservarlas conscientemente es lo que nos llevará, seguramente, a fomentar la diversidad cultural y lingüística del español. Y es aquí donde los profesores de español como lengua extranjera tenemos una gran misión en esta era de globalización, estandarización, uniformización y demás sinónimos terminados en “ción” de la economía de red. Léase y cúmplase. 

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[1] Institución pública creada en España para la difusión del español y de la cultura española e hispanoamericana.
[2] Si le interesa, haga el cálculo: la Tierra tiene algo más de 7.000 millones de habitantes en este momento.
[3] Aunque la verdad es que puede que existan en nuestro idioma, pero las ignoramos porque ya las usamos en inglés; nos acostumbramos.
[4] Según Carlos Alejandro David, presidente de Santillana USA, “el colectivo hispano en los EE. UU. es el segmento de la población de más rápido crecimiento –tanto en lo demográfico como en cuanto a poder adquisitivo”.
[5] Documento inspirado en el séptimo Congreso Internacional de Asele (Asociación para la Enseñanza del Español como Lengua Extranjera).

sábado, 21 de febrero de 2015

¿Y cuándo volverá a cambiar el paradigma?


El cambio de paradigma entre la pedagogía tradicional y la pedagogía contemporánea (humanística) y los grandes aportes a la enseñanza-aprendizaje de lenguas


Ayer fui estudiante; hoy soy profesora (y ojalá algún día llegue a ser una digna investigadora de la Didáctica). Si bien me gradué del pregrado hace relativamente poco (tres años), me atrevo a decir que estudié en la época en la que todavía importaba más quién lo dijera que lo que se hubiera dicho; ese era el único argumento de autoridad válido; no se podía deducir, suponer, ensayar, ni atreverse a formular teorías, porque el estudiante no tenía el reconocimiento, la trayectoria ni las competencias para hacerlo. ¿Qué tipo de estimulación del aprendizaje era ese? No había ninguna apropiación del conocimiento mediante el descubrimiento. Y, seguramente contrario a lo que un docente espera, esa repetición de un conocimiento memorizado como verdad absoluta generó en muchos un desdén por la investigación y un adormecimiento del análisis y el razonamiento.  A mí me sucedió.

La pedagogía tradicional fue un intento de hacer las cosas bien, y así lo creyeron mientras duró; mal que bien, muchos ilustres fueron hijos pródigos de ese tipo de educación, esta entendida como la acción que se ejerce sobre un individuo o un grupo de seres humanos con el objetivo de influenciarlos o modelar su comportamiento, según Hadji: “L’action exercée sur un individu ou un groupe d’ êtres humains en vue d’ infléchir ou de modeler leur comportement” (1995: 86). Y de ellos aprendieron nuestros profesores y, a su vez, los suyos. Por su parte, la pedagogía humanista (la contemporánea) privilegia el papel del maestro como facilitador, como ayudante en la apropiación del conocimiento, y no como dictador ni como un proveedor de ideas listas para consumir. Hoy es ella la que cree estar haciendo las cosas bien.

Actualmente soy profesora de Expresión oral y escrita, y desde hace tres años me he preparado (quizás inconscientemente) para estimular el aprendizaje, más que para transmitir el conocimiento. Porque “todos sabemos algo. Todos ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre” (Paulo Freire, pedagogo, educador y filósofo brasilero), hoy invito a los estudiantes a crear la clase conmigo, a nutrir el programa académico, a cuestionarlo, es decir, a desempeñar un rol activo en el aula, un rol creativo, con base en su contexto, en sus experiencias, necesidades y falencias, porque entiendo que para aprender tiene que haber disposición y, además, que la autogestión es una herramienta que debe estar de mi lado.

Por último, con respecto a la enseñanza y al aprendizaje de lenguas (extranjeras, sobre todo), la pedagogía humanista ha sido el primer paso para renovar el quehacer que se ejerce en el aula, así como los modos de hacer. Como el estudiante (considerado ahora un ente activo) tiene la mayor parte de la responsabilidad de su formación, tiene la posibilidad (por no hablar del deber) de determinar junto con el profesor los objetivos que sean más convenientes y pertinentes de aplicar en la asignatura. Una vez definidos, el maestro-facilitador meterá en el equipaje de la enseñanza las funciones de la lengua que le parezcan más significativas, así como los métodos de construcción y transmisión de saberes y técnicas, que estarán alineados con dichos objetivos.