miércoles, 14 de agosto de 2019

Mi primer día de universidad

R E L A T O    A N E C D Ó T I C O 

El primer día de universidad, este sí que será para recordar. Primero, dizque mis papás me querían llevar. ¡No!, qué boleta, llevando la bebé a la guardería. Entonces, terminé cogiendo un Papagayo ruta 7, cuyo conductor me aseguró que sí iba para la Autónoma. ¿¡Y adivinen qué?! Terminé en un potrero, en la m, cerca de Popayán yo creo, por donde no pasaba ni una mosca, y ni modo de tirármele a un carro, porque de dónde.

El bus en el que me monté volteó como quien va para Ciudad Jardín y sus adentros, y ahí fue la primera vez que pensé: “Más adelante hace el retorno”. Pero siguió y siguió: Javeriana, Icesi, y otra vez dije: “Por aquí, más adelante hace el retorno”, y nada. Cuando ya estaba extremadamente fuera del perímetro urbano, y que entendí que definitivamente nunca iba a hacer el retorno, me bajé de ese hijueputa, histérica y asustadísima (entenderán: sola, un potrero, primer día de universidad, ya eran casi las ocho de la mañana, hora a la que entraba), y me pasé para el frente a ver qué me devolvía a la civilización. Sin embargo, ningún bus me llevaría: por ahí no pasaba nada que bajara hasta la Autónoma. Un alma caritativa encarnada en un colectivo me arrimó hasta la Icesi y ahí cogí un Coomoepal que me dejó en la puerta de mi universidad.

Aunque no lo crean, hasta ahí no había llamado a mi mamá; puro autocontrol cada que se me aguaban los ojos: “Maria, no vas a llorar, no es un problema muy grave, en últimas no entras y listo. No pasa nada”. Ya cuando me enruté hacia la U y vi que eran como las ocho y cuarto y que sería reconocida por “la que llegó tarde”, no aguanté más: me puse a chillar (llorar es una palabra muy decente para lo que hice) y llamé a mi mamá, ¡y de paso la acusé de haberme montado en un bus que me había llevado a un potrero! Era la responsable de que yo me hubiera perdido (aunque la verdad es que el bus lo había parado yo, ¿no?).

“Mamá, no te vayás a preocupar, no te vayás a azarar, ni me vayás a hacer escándalo, ni a armar problema, pero no voy a ir a la universidad”, le dije, aunque ella siempre sostuvo que mis palabras fueron que nunca iba a volver a la universidad. Ahí más o menos a punta de charla barata intentó calmarme, ¡pero qué va! Llegué a la universidad con la nariz roja, con la boca hinchada y con los ojos chiquiticos. Menos mal que no habían abierto el auditorio donde teníamos la inducción. No obstante, si no fui “la que llegó tarde”, fui “la que llegó llorando”.