miércoles, 20 de julio de 2011

Me aconsejo para el Concejo

Post en Kien y Ke

¿Libre o feliz? Casi me enloquezco (sí, más) encontrando la oposición, y dirán que me chiflé tomando la decisión de hacer coexistir la libertad y la felicidad: lanzarme al Concejo de Cali.


Como creo en las transformaciones desde una perspectiva endógena –es decir, en las que el cambio empieza por casa–, me pregunté qué me habría hecho libremente feliz y felizmente libre, y la respuesta fue inmediata, concisa y elemental (mi psicólogo, mi psiquiatra y mi psicoanalista se sentirían orgullosos de mí por decidir tan rápido; de hecho, por haber decidido): haber ido a Harvard. Así es, leyeron bien: Harvard. ¿Dónde más hay fraternidades tan cool con hombres tan sexis y aparentemente inteligentes que se dejen besar sin tener que rogarles? Aclaro: eso para mí; habrá quién se fije en cosas menos importantes.



De manera que ahí está la solución a todos los problemas, crisis y depresiones de la ciudad: poder ir a Harvard. ¿Pero cómo ‘chingados’ ir a Harvard si nuestra juventud no sabe ni leer ni escribir (denotativa y connotativamente)? Hasta para besar a alguien hay que saber cosas elementales como esas. Entonces, decidí que mi objetivo no es hacer feliz a nadie, porque a la política se le piden remedios políticos, y la felicidad no es asunto político.



Estaba pensando que mi candidatura se ampararía en los lineamientos de la democracia. Pero teniendo en cuenta que la sociedad nos ampara (así debe ser) siempre y cuando accedamos ponernos a su servicio... Aquí muchos me interrumpirán para replicar: “¿Acceder a qué?” Ese es el problema, que ser rebelde es más cool; por lo tanto, parece que cuanto más bruto se es, mejor; más rentable. Entonces, ahorrándome las explicaciones (y la previa investigación) de las obligaciones, las prohibiciones, los premios y los castigos de un gobierno con su gente, anuncio que me permitiré coaccionar las libertades –no quiero ver más “hago lo que se me da la gana”– para evitar la metástasis del peor cáncer ever en la juventud: la ignorancia, el analfabetismo.



Quizás yo no sea la más sabia y puede que mi comunicación con el cielo falle a veces, o que no sea la más fuerte –características fundamentales anteriormente para elegir un gobernante, un parlamentario–, pero también tengo el propósito de que todo funcione lo más eficazmente posible. Ya que no podemos cambiar la condición humana, intentemos mejorar la sociedad (humana): hacer que nuestra ciudadanía, nuestra juventud, nuestra niñez sea menos bruta y sirvan más para algo.



O sea, no voy a acabar con la pobreza. ¡Qué ocurrencia! Sin embargo, sí es una manera de romper con las inequidades hereditarias. Y ya que se inventaron la civilización, pues nos vamos a civilizar todavía más. No me importa cómo ni a cómo, pero todos van a estudiar; se me ocurre que roben un poquito menos, pero no sé si sea viable. No quiero saber más de gente que no sabe leer ni escribir (denotativa y connotativamente), o que –como era mi caso– crean que La Haya queda en Centroamérica. Tampoco me importa quién quiera aprender y quién no, o quién prefiera comer. Las reglas, las obligaciones y las prohibiciones y los premios son para todos. ¿Leyeron bien? Todos. Profesores –o peor, quienes se hacen llamar pedagogos o maestros–, seré inclemente con ustedes: si no sirven, ¡que les corten la cabeza! Y no quiero oír a nadie justificar la irresponsabilidad del Estado o de los profesores –‘pedabobos’ o maestros– en que cualquiera puede ser autodidacta.



Así que voy al Concejo, porque de mi casa queda más cerca que la Asamblea, la Alcaldía o la Gobernación. Prometo que en cada una de las sesiones me voy a oponer a cuanta ocurrencia sea necesario  para que de una vez por todas alguien le dé prioridad a la educación –o por lo menos a los huecos. ¡Por una juventud que pueda ir a Harvard! Cuando estén en las fiestas me lo agradecerán.



Ahora a juntar firmas para que la Registraduría avale mi candidatura. No quiero ofrecimientos de ningún partido porque no estoy dispuesta a tener dilemas morales ni a tragarme sapos, y tampoco quiero que me acusen de ser como Noemí: que en el siglo X a.C. estaba con Luisa; luego que en el Renacimiento, con Pedro; a finales del siglo pasado, con María; y ahora, dizque con “la ayuda de todos”.  



Papá, véndame la póliza esta que me exigen. Memel, contácteme con J.J. Rendón; yo también puedo pagarle con bonos del Éxito. ¡Y que me patrocine la mano negra! Digo, la mano peluda; es que las confundo.

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