lunes, 3 de octubre de 2016

¡Pa' mí que esto ya estaba en el libreto!

− ¿Vos creés que haya manera de blindar los acuerdos: un mandato nacional en nombre de la seguridad del Estado? ¿No será que podemos entrar en Estado de Excepción?, propuse.

− Los actuales acuerdos fueron negados en una votación popular. Esto obliga legalmente al presidente a no seguir con lo pactado, me respondieron.

− Yo pienso que un país juega a la democracia cuando su población es letrada, preparada con consciencia crítica, no levantada con hambre ni con falta de oxígeno en el cerebro y menos criada con vocación de pereza o de indiferencia. ¡Porque esos vacíos de los bobos los llenan los vivos! Así, hacer elecciones es botar la plata; plata que también sale de los impuestos que no dejan de subir, ¡pero por esa sí no lloramos!, concluí.

El domingo 2 de octubre, a las siete de la noche, cuando Santos se pronunció y dijo que él era el presidente de los colombianos que estaban por el sí y de aquellos que festejaban el no, no voy a negar que me imaginé que iba a declarar vigente la supuesta dictadura comunista-ateo-homosexual que iba a regir en Colombia a partir del 3 de octubre, cónchale. De hecho, lo estaba esperando; lo deseaba (a Santos no, aclaro). ¡Que hiciera respetar mi sí! ¿O es que mis impuestos no valen? ¿Esos impulsos soberanos no los avala el contrato social de Rousseau? Ahí disculparán mi ignorancia.

Lo confieso: desde "Antanas presidente" no sentía tantas emociones juntas ni tantas ilusiones repartidas. El domingo, como muchos de ustedes, me levanté con la esperanza de que a partir de ese día se empezara por fin a escribir un nuevo capítulo de la historia nacional; de hecho, ¡llevo ya tanto tiempo imaginándome las nuevas ediciones de los libros de historia colombiana!

Con cada boletín de la Registraduría, con los comentarios de los analistas políticos y su imposibilidad de hacer proyecciones favorables y con todas las imágenes del conteo en voz alta que hacían en las diferentes ciudades, algo muy dentro de mí se iba transformando: quizás moría una ilusión o quizás renacía una esperanza. Sobra decir, por ende, que me sorprendió que nos ganara el no; tanto como la renuncia momentánea de De la Calle, el nuevo amor platónico de las señoras colombianas y de una que otra sardina letrada.

¿Sienten que pertenecen a la lista de los perdedores? Pues yo creo que no hemos perdido: todo suma, todo cuenta, y más si seguimos soñando. Estos cuatro años de negociaciones se fueron a la basura del reciclaje. ¡Tenemos tiempo de ir a tatuarnos la paloma de la paz, como Tutina de Santos y María Antonia Santos! Dense cuenta que de estar polarizado, el país va a pasar a un consenso nacional. La validez jurídica y política de los acuerdos serán la consecuencia de un inconsciente meme colectivo en el que el sí y el no se abrazan y el Centro Democrático ayuda a salvar la patria.

¡Pa' mí que esto ya estaba en el libreto! Incluida la lesión de James.