miércoles, 29 de agosto de 2012

¿Por una causa hay que dar la vida?



Me acuerdo de la mañana en la que mataron a Garzón. Hace trece años yo tenía trece años y había sido una fiel televidente de Quac. Pese a ello, en ese entonces no me gustaba Andrés Pastrana como me gusta ahora (tampoco me soñaba con él corriendo entre campos de trigo cogidos de la mano) ni me importaba gran cosa el Caguán, ni Godofredo Cínico Caspa me hacía reír tanto mientras yo decía una y otra vez “tenaz”  tras cada una de sus conclusiones.

No obstante, como para muchos, Garzón se convirtió en uno de los mártires de la historia que recuerdo de mi patria, fuera de la que me he inventado y de la que se están inventado. Y, entonces, recordé una columna que hice en 2009, cuando me creía columnista de 340 palabras, o sea, de esas que no alcanzan a decir nada. Coincidencialmente hoy todo lo escrito en aquel tiempo se volvió relativamente coyuntural.

Por lo tanto, he aquí aquellas letras:

“Por una causa hay que dar la vida”

“Por una causa hay que dar la vida”, dijo una vez Jaime Garzón con su personaje Heriberto de la Calle, hablando de lo que había aprendido de Luis Carlos Galán.

Cuando nunca antes Colombia me había dolido, me sorprendí diciendo que como periodista me haría matar por mi país. Pero en una misma semana escuché a varios de mis profesores que reiteraban, con criterio suficiente, que no valía la pena hacerse matar por nada en este país. Repito: por nada.

Guillermo Cano, asesinado el 17 de diciembre de 1986; Luis Carlos Galán, asesinado el 18 de agosto de 1989; Jaime Garzón, asesinado el 13 de agosto de 1999. Y ciertamente muchos más ciudadanos son los que han muerto por este país, por esta Colombia.

A Cano lo mataron por protestar contra la corrupción, el narcotráfico y el silencio cómplice. Galán murió con la esperanza de una política transparente, limpia, y comprometida. Por su parte, a Garzón lo asesinaron por lo mismo por lo que le pagaban: por decir la verdad (aunque no sea verdad, eso es lo que quiero seguir creyendo). Los tres murieron convirtiéndose en mártires de sus ideas; murieron, tal vez, con el anhelo de que esta Colombia despertara.

¿Y dónde estamos? Ese importante giro en el planeta parece ser insignificante. ¿Qué ha cambiado? Así como en el 86, en el 89, y en el 99 el país en el 2009 sigue siendo un caos y seguimos dejando que nos gobiernen hasta el silencio.

En búsqueda de una nueva sociedad y de otras garantías, ¿qué tal si la oposición dejara de hacer oposición para hacer “proposición”? ¿Y por qué no enfrentamos esta cultura de indiferencia y apatía y hacemos de nuestro paso por este país una obra justa que sustente nuestros derechos?
Y así, adquirir dignidad para que no nos vuelva a dar vergüenza gritar que somos colombianos. Y para que, tal vez, en un futuro sí valga la pena decir –sólo decir– que “por una causa hay que dar la vida” por este país.

Este sábado se cumplen 23 años del homicidio de Galán, y hace dos semanas mataron a Guillermo Cano en El patrón del mal. Quince días atrás lloré la semana entera, la semana entera. Si bien en 1986 tenía un año recién cumplido, ahora tengo veintiséis, veintiséis bien puestos para sentir que no se trata solamente de una telenovela sino que es la representación de una época y, más allá –o acá–, una pesadilla que viven todavía los periodistas, por revelar absurdas verdades.

Desde aquel entonces las cosas sí han cambiado: están peores, porque ahora las ideologías poco importan cuando se detenta el poder; ahora no hay aliados sino amangualados; y ahora…  ¿qué clase de ahora hay? Hoy, en el 2012, me pregunto de nuevo si por una causa habría que dar la vida


sábado, 4 de agosto de 2012

Mañana le voy a tirar piedra al MIO



Mañana 20 de julio sube $100 el MIO, y los usuales disidentes tienen preparada una movilización pacífica llamada “DesMIOvilízate, tu bicicleta te espera”. Pero como yo no tengo bicicleta (la estática no la puedo sacar de mi cuarto) ni soy pacífica, si tengo la misma ira que tuve el martes por culpa del bueno-para-nada sistema de transporte, mañana le voy a tirar piedra al MIO. Por fin podré entender a los univallunos que son vándalos y a los terroristas de ‘lafar’, cuando sienta el placer que me va dar quebrar los vidrios de ese adorno azul.

Sí, adorno. El MIO no ha servido para mucho más que adornar una ciudad que, para qué negarlo, en los últimos años se ha embellecido, y el bus ese y todo su sistema han sido parte fundamental de ello. ¿Pero resulta que quién dijo que un sistema de transporte era de adorno? ¡Qué dijeron, pues! La ciudad de las barbies, la de los Polly Pocket, ¿o qué?

El bus es para transportar a la gente, y si es el único sistema de transporte masivo que hay (y que habrá), pues no solo debe cumplir con transportar a la gente, sino con hacerlo eficazmente. Pero pasa que el MIO no sirve para nada. Tiene casi cuatro años y si acaso gatea. Tiene el 87 % de cobertura, 82 rutas (711 buses, de los cuales 174 articulados, 397 son padrones y 140 son complementarios), pero –me atrevo a decir– el 100 % de sus usuarios, inconformes. Con el MIO uno entiende la tasa de desempleo en Cali. ¡A cuántos no habrán echado de sus trabajos por llegar tarde!

A mí no me echaron, pero sí me multaron, y no en el trabajo sino en la EPS, porque por enésima vez consecutiva perdí la cita, que puse a una hora racional para poder salir de mi casa con tres días de anticipación. Aunque pensándolo bien, la culpa es mía por no prever que, contrariamente a las grandes ciudades, el MIO no tiene horario –mucho menos fecha en el calendario–, así que pasa cuando se le apetece (hay media hora, cuarenta minutos, entre dos buses de la misma ruta), cuando no es que juegan con el usuario al quita y pone la ruta del tablero electrónico de las estaciones (“ya viene en diez minutos. Ahora es en veinte. No, ya no viene”). ¡Y encima de todo se va a cero kilómetros por hora! Perder mi cita fue culpa mía, repito, por no haber salido con cuatro días de antelación y no con tres.

Los funcionarios encargados, empezando por el Alcalde, que dicen que el sistema de transporte está mejorando cada día más que se callen, que se callen porque ellos no montan en MIO y a ellos no les ha pasado que hasta a su grado han llegado tarde.

¿Que le suban $100 porque por cada usuario están perdiendo $87 y van a quebrar? Raro… porque no veo qué otra cosa fuera del MIO puede usar la gran parte de la gente si la mayoría de buses de las “competencias” del masivo ya los han sacado, y la meta antes de que se acabe este año es chatarrizar 5000 más. Démosles el beneficio de la duda y supongamos que así es, que de no recuperar esos $87 por cada pasajero, ‘repailas’. Pues, ¡bien hecho! Por inútiles. Y que conste que una persona racional no se alegra por que una empresa exitosa vuele en átomos.

Es claro que todos pagaremos los $100 de más, pero también es claro que lo haríamos con gusto si el MIO respondiera a las necesidades de la ciudad del siglo XXI en la que quiere convertirse Cali. ¿En qué ciudad es? Con este “modus operandi”, ni idea. Lo que sí sé es que si alguna vez dije que a mi futuro novio lo iba a conocer en el MIO –el día que él tuviera pico y placa–, pues ni al caso, porque como sea haré que mi bicicleta estática salga de mi cuarto.

NOTA: ¿Metrocali o el señor Guerrero quieren pagar la multa que EPS Sánitas me puso por llegar tarde y perder la cita? ¿No? Me lo supuse. Sin embargo, yo sí tengo que dar $100 de más al MIO aunque siempre pase tarde, ‘teto’ y vaya a cero. Bueno, y a todas estas, no estaría mal exigirle a nuestro sistema de transporte masivo una rendición de cuentas. De cien en cien se hacen maravillas. ¡Que las hagan!

@LaPavaNavia 
En Twitter


Este país parece un cuento, y encima de todo mal escrito



La verdad es que jamás iba a volver a escribir. Pero un tweet que decía que “los ciudadanos con sus escritos, audiencias, y desde sus celulares y computadores salvaron la Constitución que conquistaron”, publicado la semana pasada –semana que será recordada (no por mucho tiempo, me imagino) porque el Presi devolvió al Congreso la famosa [de]forma a la justicia–, me motivó a escribir por qué me siento orgullosa de ser colombiana.

Solo en un país como Colombia se podrían inventar un juego que se llame “Perfume al bollo”; solo en un país como Colombia al vicepresidente se le escapa el calificativo “zarrapastrosos” para referirse a los que no viajan en primera clase, y el registrador asevera que “la corrupción es un mal inevitable”; solo en un país como Colombia los ciudadanos tumban mencionada reforma por Twitter, se juran los más participativos y democráticos, pero en las elecciones del Valle hay más de un 80 % de abstención, que para mí no es sinónimo de “histórico” ni de “inconformismo, sino de pereza y desinterés. Ojo, solo en un país como Colombia. Pero no está mal; al contrario… porque este país parece un cuento, y encima de todo mal escrito. Por eso, Colombia es como McDonald’s: me encanta.

En este cuento, peripecias como las mencionadas suceden a diario y por montón. Por ejemplo, despenalizan la dosis mínima (22 gramos de marihuana [once bareticos] y 2 gramos de coca [que eso sí no sé cuánto sea porque estoy acostumbrada a las grandes bandejas de plata]), pero se da la orden de cazar el microtráfico. ¿Entonces qué, magistrados? ¿De dónde me saco los baretos y el perico? ¿Monto un cultivo en la huerta de la casa y una cocina, o qué? ¿Pa’ que después me digan “la patrona del mal”? ¡Y quién es el pendejo que se le ocurre pensar que dicha despenalización puede ser la puerta de la legalización!

Por otro lado, al exsenador y siempre bandido Juan Carlos Martínez lo sueltan para dictarle otra orden de captura a la mañana siguiente. Mientras tanto, el Negro(señores de Chao Racismo, por favor no me vayan a demandar, digo Negro porque así es su apodo, ¡y no se lo puse yo! [por cierto, si tengo unos zapatos negros, ¿cómo debo decir que son de ese color?]) se pierde, no lo encuentran, y finalmente resulta que se fragua ‘culo’e’ fraude electoral: montar una registraduría paralela a la original para poner gobernador en el Valle.

Acto seguido hablemos de la captura de una banda de asaltantes que opera en un sector de Bogotá. Tras unos videos como pruebas contundentes, todos los integrantes de tal agrupación rechazan los cargos y se declaran víctimas. ¡¿Ah?! Y, para seguir –y a propósito de víctimas y videos–, la moda verano 2012 (y de aquí en adelante) son cámaras por todos lados, en los semáforos, en los postes de energía, en los techos, en los árboles; incluso, pronto habrá helicópteros sobrevolando las ciudades (en aras de la seguridad, claramente). El cuento tendrá una segunda parte: bienvenidos a una nueva versión de Gran Hermano. Por cierto, a huevo en mi trabajo ese bombillo es más que un bombillo.

Por consiguiente, me permito decir que por eso hay que leer, para saber al menos dónde están las cámaras. Sí, leer. Y lo digo yo que iba a participar en el Premio periodismo Semana Petrobras “El país contado desde las regiones”, y ya teniendo listos los textos, la inscripción, el sobre, la plata del envío, me dio por leer las normas del concurso y me di cuenta de que no calificaba. ¿Ya ven qué pasa si uno no lee? Se corre el riesgo de convertirse en presidente de la Cámara de Representantes.

En este país muy poco tiene respuesta: no es sino pensar en que la vida vale menos que un celular; que mis papás me siguen dando la plata del día aunque yo ya esté trabajando; que no es raro que todos los desgraciados mencionados en estas líneas entren al plató de Laura (en América) y que como no demoran en controlar hasta los pensamientos… ¡que pase Twitter!
Pese a ser colombiana, tristemente conmigo no pasa nada. Por ende, me le sumo a Maruja: “Ay, Tola, estamos ‘áut’: ni nos invitan al matri de Fritanga mi estamos en el diario de Chupeta… Solo falta que no nos mencione Santoyo”.

No obstante, ¿qué hubiera sido de nosotros si el barco de Pocahontas hubiera llegado acá? ¡Así me encanta!

La Pava Navia
@MaclaNavia