domingo, 31 de julio de 2011

¡Que pase el príncipe!

El insomnio ha vuelto. Pero por lo menos es el insomnio y no mi exnovio. Anoche pasaban las horas, y nada. Y en lugar de arreglar el país –o al menos el cuarto– no sé por qué me puse trascendental y hasta en matrimonio me dio por pensar. Y me angustié. Me sentí de repente como Rachel. ¿Cómo que cuál Raquel? ¡No será la de aquel burdel! Rachel, no Raquel. ¡¿Rachel Green?! ¡¿La famosa serie estadounidense Friends?! ¿Recuerdan el capítulo cuando cumplió treinta años? (Si no, ver video: http://youtu.be/28FZtef3ZKA).

Bueno, pues ya tengo casi veintiséis. Si se supone que me pienso casar a los veintinueve, ¡no conoceré a mi esposo la víspera! Debo estar con él al menos dos años y algo de novios (novios de verdad, nada de que él no sepa que es mi novio), y me imagino que tendré que conocerlo antes porque no será "mucho gusto, ¿quieres ser mi novia?". Total, todo indicaba (y sigue indicando) que para esta mañana era tarde.

Entonces, ese día me puse las pilas: me levanté (no digo que me desperté porque no dormí) y como la situación apremiaba, me pinté las uñas de azul príncipe a ver si daba más fácil con el tipo con el que me iba a casar. ¿Pero qué iba a buscar? La cosa no estaban tan fácil pese a lo buen partido que soy. Gracias (entiéndase el tono de "gracias") a quién sabe qué mente impertinentemente creativa, TODAS las niñas hemos crecido con la ridícula esperanza de encontrarnos a la vuelta de la esquina con el apuesto príncipe azul que nos rescatará de algún malintencionado subsidio de Agro Ingreso Seguro, de no entrar –por si acaso– en la reparación de víctimas, de trabajar hasta los setenta, de los desfalcos de la Dian y de las garras de la mano negra.

¿Pero qué pasó tras horas interminables de búsqueda? Por la noche volví a mi casa flaca, fea, ojerosa y sin ilusiones. Porque los hombres si son lindos son patanes; si son tiernos son feos; si son buenos amantes son pobres (de espíritu); si son altos son brutos; si son inteligentes son tímidos; si son extrovertidos son vacíos; si son interesantes son creídos.  
Y si es el hombre ideal,  no le gustan las mujeres. O dado el remoto caso que cumpla con al menos tres de los criterios exigidos,  pues por estar tan buena solo me quieren para... ¡y de novia quieren a otra!

Así es. ¿Qué es el famoso príncipe azul, entonces? ¿El príncipe azul acaso es descendiente de los pitufos? Yo también pensaba. Por cultura general: la perversa idea de dicho personaje nació en el siglo XIX (¿cuándo más podría haber sido sino en el siglo romántico?) en una leyenda rumana: El príncipe azul de la lágrima. No es verde, no es naranja (menos mal), no es morado (según una de mis colegas correctoras, porque sería Barney). Es azul...  porque es de sangre azul, es de la realeza –o de la irrealidad?
 
Y todo el mundo piensa en eso. Hay un libro que dice que el príncipe azul se destiñe con la primera lavada. Pero es que no se destiñe porque no es azul. No hay nada azul.  Además, ¡qué miedo! ¿Qué tal que uno fuera caminando por la calle cuando, de repente, a su lado se le apareciera alguien de color azul? ¡De infarto!

Así que siga su vida... Vaya de esquina en esquina, que si lo que se encuentra no es azul (ojalá), ¡dele la vuelta!

1 comentario:

  1. Tengo también un blog que podría interesarte, así como a mi me ha interesado el tuyo.

    http://perorata-funes.blogspot.com/

    Ojalá podamos intercambiar comentarios de ambos.

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¿Y?