¿Apoya la legalización de las drogas y cree en la
futilidad de la guerra contra ellas? ¿Le parece que su erradicación es un sueño
utópico porque el consumo es propio de todas las sociedades? ¿Es de los que
piensa que probarlas es un rito de transición hacia la adultez; que el
drogadicto no es un delincuente sino un enfermo; y que el consumo de este tipo
de sustancias desemboca en un problema de salud pública y no solamente de inseguridad?
Si respondió que sí a más de una pregunta, déjeme
notificarle que nació con vocación de minoría perpetua. Pero no se preocupe que
eso no es malo; al contrario, prueba que no tiene un esquema mental
totalitario.
De drogas sé tanto como de maternidad de gallinas.
No obstante, con conocimiento de causa –a través de los medios de comunicación
y de las telenovelas–, puedo decir que al tema de las drogas no se le puede
seguir haciendo la guerra, porque los casos han demostrado que “esa es platica
perdida”. Creo en un enfoque más razonable: en la despenalización del consumo;
en la atención al adicto y no en una cárcel para el delincuente; y en la
creación de políticas públicas que protejan al drogadicto del contagio de
enfermedades. Pero también creo que hay que mantener las sanciones legales
que haya lugar y que es indispensable la censura social.
En Cataluña se permite cultivar cannabis en la
huerta de la casa y su consumo en las discotecas es libre, y en Uruguay, la
gente puede fumarse un porro sin ser perseguido por la ley. Mientras tanto en
Colombia, aunque la dosis mínima está despenalizada, el decreto nacional que reglamentará la producción y el uso de la marihuana con fines medicinales apenas
está en borrador; pero ya se dice que seis de cada diez colombianos lo apoyan.
Dándole fast-forward
al tema en este país, supongamos que la legalización acabaría con los
intermediarios, con las atractivas ganancias y hay quienes argumentan que hasta
reduciría el consumo. ¿Pero quién dice que va a prevenir una producción y
distribución paralela o que va a acabar con las fronteras invisibles? ¿Acaso a
lo legal no le hace la competencia lo ilegal? El petróleo, la minería, incluso
el sistema financiero, no tienen una “paraactividad”? ¿No hubo hasta un cartel
de los pañales?
¿Piensa que no existe un manual de instrucciones;
que la falibilidad de una sociedad es un plus, que permite ir construyendo y
rehaciendo según las necesidades; que el hecho de que exista una política
pública que les ofrezca jeringas esterilizadas a los junkies, para prevenir la transmisión de enfermedades, no garantiza
que en medio de su ansiedad por consumir ya o ya no use la del drogo de al
lado; que le fastidiaría el hecho de trabarse pasivamente mientras espera en un
sardinel a que el semáforo vehicular cambie a rojo o mientras acompaña a
alguien en la zona para fumadores en un restaurante? La respuesta es clara:
usted pertenece a una sociedad abierta (al menos en su mente).
Hablar de narcotráfico en la actualidad es lo más
común, desde que hace varios años retó abiertamente al Estado, desangrando a la
sociedad civil. Sin embargo, el consumo, la producción, el microtráfico, los
carteles no son la única pesadilla; también está la delincuencia común, el
desempleo, el hambre, la indigencia, el salario mínimo, la educación mediocre,
entre otros.
No estoy segura de nada, tampoco satanizo el
uso de las drogas; cada quien verá si hace de su culo un balero; hay múltiples
maneras de tirarse la vida y ninguna es peor que otra. Lo que me atormenta es
pensar qué prueba que con la legalización, así sea de un uso medicinal, vaya a
dejarse de derramar sangre.
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¿Y?