martes, 30 de octubre de 2012

El paro de las anoréxicas


“Que la paz del Señor esté siempre con ustedes”. Quisiera hablarles de la paz hecha milagro en Colombia, pero a las ‘lafar’, al no tener ya verdaderos postulados ideológicos revolucionarios –aquellos de rebeldía con causa no terrorista–, no sé qué tan fácil o poco egoísta les resulte sacrificar las rutas de la droga, que eso ahora es lo que rentablemente importa. Así que prefiero seguir rezando para que “La victoria es la paz” sea un verdadero milagro y no un karma político en unos cuantos años.

Así que no teniendo más de qué hablar al respecto, prosigo. Ahora que la violencia contra la mujer sigue siendo un tema actual y que en Cali hacer paro está in: por qué decidí adelgazar hasta que me diagnosticaron anorexia nerviosa. La historia aparentemente no tiene nada que ver con los catálogos de ropa interior ni con las pasarelas de moda, ni con las presentadoras de farándula ni con mis amigas las más raquíticas.

Todo empezó hace unos años cuando mi jean preferido no me entraba, y cuando con esfuerzos sobrehumanos me lo lograba poner, quedaba con una cola como de operada (pero al menos bien operada). Todo empezó allí y con lo que suscitaba en la calle a raíz de eso.

Violencia contra la mujer no solo es golpearla, maltratarla, violarla, abandonarla, explotarla, también hay cientas de expresiones de violencia simbólica, y en la calle los vulgares piropos –incluida la mirada– de los desconocidos son una de esas. La que nos convoca.

El punto es que como me mamé de eso, preferí estar flaca que estar buena –aunque buena sigo estando; aquí entre nos eso como que hace parte de mi condición humana–; preferí ser muy flaca para ponerme cuanta faldita, vestidito o ‘shortcito’ quisiera sin que en la calle aquellos desconocidos me vieran provocativamente ‘vulgar’.

No obstante, incluso si el calor es a veces comparable, acá no se puede andar casi en pelota como en Orlando (Florida) o en otras ciudades más civilizadas en ese aspecto, sea gorda o flaca, bruta o inteligente. ¡Es increíble!, en Cali los hombres son tan atrevidos e irrespetuosos que no sé ni siquiera si un hábito pueda ser un paliativo a la solución.

Por eso pensé que si adelgazaba mucho, pasaría –más– desapercibida. Por ejemplo, así como un día que iba por el andén de una avenida en Nassau (Bahamas) e impulsivamente me quité el vestido cuando me enojé con los amigos que iban adelante de mí, y no hubo ningún estrellón. Pero el problema fue que pensé que si llegaba a los 44 kilos me iba a sentir bien, ¡pero qué va!, si incluso con menos me sentí tan “buena” como cuando pesaba 49. No es algo que se entienda fácilmente, un adicto a algo puede hacer la analogía, nunca “uno más” será suficiente.

No era tan sencillo comprar otro pantalón, si es lo que están pensando, no solo porque juro que no lo vendían igual, sino porque esas no son las soluciones para ese tipo de problemáticas y ustedes lo saben; mostrarse es un derecho. Así que todo empezó allí, aunque creo que Mary Bones o María Huesitos ya me decían antes de eso, pero no porque fuera flaca, sino porque me encantaba dibujar pelvis y clavículas.

Yo también sé qué es sentir deseo; así como estar buena, también hace parte de mi condición humana. Pero igualmente sé en qué momento demostrarlo y en qué momento respetar. Cosa que ignoran los hombres de la calle (no entro en categorías de pervertidos, pero el que se imaginen ahí está: el obrero, el ejecutivo, el diplomático, el papá, el esposo, el profesor, el jefe) que hacen con la mirada una y otra y otra y otra vez lo que quieren con uno.

Para unos puede que esté bien equis el motivo, lo sé, pero las mujeres lo entendemos. Al menos las que nos importa no ser vistas como un objeto sexual, menos siempre y en cualquier lugar.

jueves, 20 de septiembre de 2012

lunes, 10 de septiembre de 2012

Furtivos fragmentos de un discurso desesperado XX: "Espero curarme de ti"


Espero curarme de ti en unos días.
Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte.
Es posible. Siguiendo las prescripciones 
de la moral de turno. 
Me receto tiempo, abstinencia, soledad. 

Jaime Sabines

miércoles, 5 de septiembre de 2012

miércoles, 29 de agosto de 2012

¿Por una causa hay que dar la vida?



Me acuerdo de la mañana en la que mataron a Garzón. Hace trece años yo tenía trece años y había sido una fiel televidente de Quac. Pese a ello, en ese entonces no me gustaba Andrés Pastrana como me gusta ahora (tampoco me soñaba con él corriendo entre campos de trigo cogidos de la mano) ni me importaba gran cosa el Caguán, ni Godofredo Cínico Caspa me hacía reír tanto mientras yo decía una y otra vez “tenaz”  tras cada una de sus conclusiones.

No obstante, como para muchos, Garzón se convirtió en uno de los mártires de la historia que recuerdo de mi patria, fuera de la que me he inventado y de la que se están inventado. Y, entonces, recordé una columna que hice en 2009, cuando me creía columnista de 340 palabras, o sea, de esas que no alcanzan a decir nada. Coincidencialmente hoy todo lo escrito en aquel tiempo se volvió relativamente coyuntural.

Por lo tanto, he aquí aquellas letras:

“Por una causa hay que dar la vida”

“Por una causa hay que dar la vida”, dijo una vez Jaime Garzón con su personaje Heriberto de la Calle, hablando de lo que había aprendido de Luis Carlos Galán.

Cuando nunca antes Colombia me había dolido, me sorprendí diciendo que como periodista me haría matar por mi país. Pero en una misma semana escuché a varios de mis profesores que reiteraban, con criterio suficiente, que no valía la pena hacerse matar por nada en este país. Repito: por nada.

Guillermo Cano, asesinado el 17 de diciembre de 1986; Luis Carlos Galán, asesinado el 18 de agosto de 1989; Jaime Garzón, asesinado el 13 de agosto de 1999. Y ciertamente muchos más ciudadanos son los que han muerto por este país, por esta Colombia.

A Cano lo mataron por protestar contra la corrupción, el narcotráfico y el silencio cómplice. Galán murió con la esperanza de una política transparente, limpia, y comprometida. Por su parte, a Garzón lo asesinaron por lo mismo por lo que le pagaban: por decir la verdad (aunque no sea verdad, eso es lo que quiero seguir creyendo). Los tres murieron convirtiéndose en mártires de sus ideas; murieron, tal vez, con el anhelo de que esta Colombia despertara.

¿Y dónde estamos? Ese importante giro en el planeta parece ser insignificante. ¿Qué ha cambiado? Así como en el 86, en el 89, y en el 99 el país en el 2009 sigue siendo un caos y seguimos dejando que nos gobiernen hasta el silencio.

En búsqueda de una nueva sociedad y de otras garantías, ¿qué tal si la oposición dejara de hacer oposición para hacer “proposición”? ¿Y por qué no enfrentamos esta cultura de indiferencia y apatía y hacemos de nuestro paso por este país una obra justa que sustente nuestros derechos?
Y así, adquirir dignidad para que no nos vuelva a dar vergüenza gritar que somos colombianos. Y para que, tal vez, en un futuro sí valga la pena decir –sólo decir– que “por una causa hay que dar la vida” por este país.

Este sábado se cumplen 23 años del homicidio de Galán, y hace dos semanas mataron a Guillermo Cano en El patrón del mal. Quince días atrás lloré la semana entera, la semana entera. Si bien en 1986 tenía un año recién cumplido, ahora tengo veintiséis, veintiséis bien puestos para sentir que no se trata solamente de una telenovela sino que es la representación de una época y, más allá –o acá–, una pesadilla que viven todavía los periodistas, por revelar absurdas verdades.

Desde aquel entonces las cosas sí han cambiado: están peores, porque ahora las ideologías poco importan cuando se detenta el poder; ahora no hay aliados sino amangualados; y ahora…  ¿qué clase de ahora hay? Hoy, en el 2012, me pregunto de nuevo si por una causa habría que dar la vida


sábado, 4 de agosto de 2012

Mañana le voy a tirar piedra al MIO



Mañana 20 de julio sube $100 el MIO, y los usuales disidentes tienen preparada una movilización pacífica llamada “DesMIOvilízate, tu bicicleta te espera”. Pero como yo no tengo bicicleta (la estática no la puedo sacar de mi cuarto) ni soy pacífica, si tengo la misma ira que tuve el martes por culpa del bueno-para-nada sistema de transporte, mañana le voy a tirar piedra al MIO. Por fin podré entender a los univallunos que son vándalos y a los terroristas de ‘lafar’, cuando sienta el placer que me va dar quebrar los vidrios de ese adorno azul.

Sí, adorno. El MIO no ha servido para mucho más que adornar una ciudad que, para qué negarlo, en los últimos años se ha embellecido, y el bus ese y todo su sistema han sido parte fundamental de ello. ¿Pero resulta que quién dijo que un sistema de transporte era de adorno? ¡Qué dijeron, pues! La ciudad de las barbies, la de los Polly Pocket, ¿o qué?

El bus es para transportar a la gente, y si es el único sistema de transporte masivo que hay (y que habrá), pues no solo debe cumplir con transportar a la gente, sino con hacerlo eficazmente. Pero pasa que el MIO no sirve para nada. Tiene casi cuatro años y si acaso gatea. Tiene el 87 % de cobertura, 82 rutas (711 buses, de los cuales 174 articulados, 397 son padrones y 140 son complementarios), pero –me atrevo a decir– el 100 % de sus usuarios, inconformes. Con el MIO uno entiende la tasa de desempleo en Cali. ¡A cuántos no habrán echado de sus trabajos por llegar tarde!

A mí no me echaron, pero sí me multaron, y no en el trabajo sino en la EPS, porque por enésima vez consecutiva perdí la cita, que puse a una hora racional para poder salir de mi casa con tres días de anticipación. Aunque pensándolo bien, la culpa es mía por no prever que, contrariamente a las grandes ciudades, el MIO no tiene horario –mucho menos fecha en el calendario–, así que pasa cuando se le apetece (hay media hora, cuarenta minutos, entre dos buses de la misma ruta), cuando no es que juegan con el usuario al quita y pone la ruta del tablero electrónico de las estaciones (“ya viene en diez minutos. Ahora es en veinte. No, ya no viene”). ¡Y encima de todo se va a cero kilómetros por hora! Perder mi cita fue culpa mía, repito, por no haber salido con cuatro días de antelación y no con tres.

Los funcionarios encargados, empezando por el Alcalde, que dicen que el sistema de transporte está mejorando cada día más que se callen, que se callen porque ellos no montan en MIO y a ellos no les ha pasado que hasta a su grado han llegado tarde.

¿Que le suban $100 porque por cada usuario están perdiendo $87 y van a quebrar? Raro… porque no veo qué otra cosa fuera del MIO puede usar la gran parte de la gente si la mayoría de buses de las “competencias” del masivo ya los han sacado, y la meta antes de que se acabe este año es chatarrizar 5000 más. Démosles el beneficio de la duda y supongamos que así es, que de no recuperar esos $87 por cada pasajero, ‘repailas’. Pues, ¡bien hecho! Por inútiles. Y que conste que una persona racional no se alegra por que una empresa exitosa vuele en átomos.

Es claro que todos pagaremos los $100 de más, pero también es claro que lo haríamos con gusto si el MIO respondiera a las necesidades de la ciudad del siglo XXI en la que quiere convertirse Cali. ¿En qué ciudad es? Con este “modus operandi”, ni idea. Lo que sí sé es que si alguna vez dije que a mi futuro novio lo iba a conocer en el MIO –el día que él tuviera pico y placa–, pues ni al caso, porque como sea haré que mi bicicleta estática salga de mi cuarto.

NOTA: ¿Metrocali o el señor Guerrero quieren pagar la multa que EPS Sánitas me puso por llegar tarde y perder la cita? ¿No? Me lo supuse. Sin embargo, yo sí tengo que dar $100 de más al MIO aunque siempre pase tarde, ‘teto’ y vaya a cero. Bueno, y a todas estas, no estaría mal exigirle a nuestro sistema de transporte masivo una rendición de cuentas. De cien en cien se hacen maravillas. ¡Que las hagan!

@LaPavaNavia 
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