sábado, 23 de mayo de 2020

Furtivos fragmentos de un pastiche desesperado de cuarentena

Anoche el espacio se curvó. Las ganas giraron placenteramente el cerrojo de nuestra voluntad y desafiaron la gravedad; yo no quería despedirme y él no quería olvidarme. La consciencia puso los minutos en suspensión: me moví como el viento, mientras él dominó la perversión de mi alteridad.

Las palabras saben 
siempre cuál es la dirección.

domingo, 29 de marzo de 2020

Y los sueños, sueños son

4 de noviembre de 2019
En la pierna tenía una especie de granito. Y yo me lo espichaba, y él se abría y salía un material como masilla, como rosada, como si fuera el músculo, y yo iba haciendo una bola, cual plastilina. Y me espichaba y sacaba más, y más y más. Y me hice un hueco, cuya superficie estaba tapada por la piel, como si fueran los pétalos de una flor, y ese hueco dolía, y sangraba. Iba a ir al médico, y seguramente me tenían que coger puntos.

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5 de noviembre de 2019
Soñé con mi mamá, otra vez; ella no estaba bien, otra vez. Estábamos en un paseo familiar, como en un resort campestrísimo. Salíamos de la "maloca", después de comer, e íbamos a ir hacia otro lugar; yo quería adelantarme, para "volarme" (supongo) porque me iba a encontrar con alguien. Entonces, le dije a mis papás que no fueran a bajar por la loma; sin embargo, cuando apenas iba media cuadra adelantada, vi que mi mamá se asomaba a la punta de la loma y, trin, se caía, pero ya en ese momento la loma había dejado de ser loma y era como una casa de títeres. De nuevo (porque ya en otro sueño, ella se había lastimado de la misma manera), se golpeaba muy fuerte el codo. Yo me devolví, angustiadísima, obviamente, y la cargué, esta vez como bebé, mientras hablábamos de su dolor, y supongo que íbamos hacia el médico. Yo le echaba la culpa a mi papá porque no la había contenido, sino que la había dejado irse por ahí. Ya en esa parte del sueño, él no aparecía. 

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23 de noviembre de 2019
Estaba de vacaciones con mi familia -en un plan muy similar al del crucero. Donde yo me estaba quedando a dormir era una especie de hostal, que antes había sido una casa de un narco, o sea que allí llegaba a pernoctar un resto de gente, y entre la gente había un cuartel de 'lavaperros', siempre ahí. Una de esas noches (que no era realmente una noche, sino que era de día), llegué y los lavaperros me llamaron para que me sentara a una mesa en la que estaban. Así fue. Uno de ellos me preguntó que si me acordaba del mono (uno de ellos); contó que lo habían tenido que 'despedir'. Yo, muy tranquila, hice una expresión como de "ah..., vea pues". En esas me dijeron que listo, que chao, así muy supernormal, y trin: me pegaron un tiro. Entró por el costado izquierdo, yo creo que perforó el corazón, el pulmón... Sentí el impacto caliente; después, cómo iba perdiendo fuerza. Les decía que por favor me sacaran de la casa (más o menos que me pusieran en el antejardín para que me vieran afuera, supongo que mi familia), que no le negaran el deseo a un moribundo. Pero cuando dije esto último, me lo hicieron repetir porque ya casi no se me escuchaba. El caso fue que supe que me iba a morir, y mientras eso sucedía, yo misma me decía: "¿Eso no era lo que querías? ¿No es lo que siempre has querido?". Pero al mismo tiempo sentía una tristeza pronfunda, de pensar en todo lo que ya no iba a hacer con mi familia.

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7 de enero de 2020
Estábamos en un parque acuático, que previamente era la universidad (pero físicamente tenía las características de mi colegio). Llegando a la portería me encontré con las piscinas, y justamente estaban haciendo el show de las orcas. Al lado de las piscinas grandes, dos pequeñas; estaban algunos niños, y en el medio habían puesto a una orca de 5 días de nacida, "porque no representaba peligro". Yo estaba al margen, al lado de la nana de unos chiquis, con quien me puse a hablar. Cuando, de repente, los niños empezaron a pelear por la orca: que a abrazarla para tirarla a la piscina, que a tocarle la boca... Ese animal se ha emputado y, trin: atacó. Yo no vi qué pasaba, yo di media vuelta. Tampoco vi cuando los entrenadores llegaron y se la llevaron. Pero cuando volteé, la piscina estaba roja. Le arrancó la mano al mocoso, seguramente.

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Plano horizontal vertical en febrero
Con ganas salvajes, de esas que me hacen morder los labios, lo empujé hacia la pared. Los dos sabíamos de qué iba, así que no hubo mucha resistencia de su parte. Nunca habíamos estado tan hambrientamente cerca. A nada de su boca, pero sin atreverme a besarlo, le desabroché el jean. Sentí su verga; dura. Él quería decir algo, pero no lo dejé hablar. La cogí con mi mano derecha, y mientras lo seguía mirando a los ojos, la subía y la bajaba. 

miércoles, 14 de agosto de 2019

Mi primer día de universidad

R E L A T O    A N E C D Ó T I C O 

El primer día de universidad, este sí que será para recordar. Primero, dizque mis papás me querían llevar. ¡No!, qué boleta, llevando la bebé a la guardería. Entonces, terminé cogiendo un Papagayo ruta 7, cuyo conductor me aseguró que sí iba para la Autónoma. ¿¡Y adivinen qué?! Terminé en un potrero, en la m, cerca de Popayán yo creo, por donde no pasaba ni una mosca, y ni modo de tirármele a un carro, porque de dónde.

El bus en el que me monté volteó como quien va para Ciudad Jardín y sus adentros, y ahí fue la primera vez que pensé: “Más adelante hace el retorno”. Pero siguió y siguió: Javeriana, Icesi, y otra vez dije: “Por aquí, más adelante hace el retorno”, y nada. Cuando ya estaba extremadamente fuera del perímetro urbano, y que entendí que definitivamente nunca iba a hacer el retorno, me bajé de ese hijueputa, histérica y asustadísima (entenderán: sola, un potrero, primer día de universidad, ya eran casi las ocho de la mañana, hora a la que entraba), y me pasé para el frente a ver qué me devolvía a la civilización. Sin embargo, ningún bus me llevaría: por ahí no pasaba nada que bajara hasta la Autónoma. Un alma caritativa encarnada en un colectivo me arrimó hasta la Icesi y ahí cogí un Coomoepal que me dejó en la puerta de mi universidad.

Aunque no lo crean, hasta ahí no había llamado a mi mamá; puro autocontrol cada que se me aguaban los ojos: “Maria, no vas a llorar, no es un problema muy grave, en últimas no entras y listo. No pasa nada”. Ya cuando me enruté hacia la U y vi que eran como las ocho y cuarto y que sería reconocida por “la que llegó tarde”, no aguanté más: me puse a chillar (llorar es una palabra muy decente para lo que hice) y llamé a mi mamá, ¡y de paso la acusé de haberme montado en un bus que me había llevado a un potrero! Era la responsable de que yo me hubiera perdido (aunque la verdad es que el bus lo había parado yo, ¿no?).

“Mamá, no te vayás a preocupar, no te vayás a azarar, ni me vayás a hacer escándalo, ni a armar problema, pero no voy a ir a la universidad”, le dije, aunque ella siempre sostuvo que mis palabras fueron que nunca iba a volver a la universidad. Ahí más o menos a punta de charla barata intentó calmarme, ¡pero qué va! Llegué a la universidad con la nariz roja, con la boca hinchada y con los ojos chiquiticos. Menos mal que no habían abierto el auditorio donde teníamos la inducción. No obstante, si no fui “la que llegó tarde”, fui “la que llegó llorando”.


miércoles, 17 de julio de 2019

Cómo tirarse una prueba de admisión con dignidad en 10 pasos

1. Decídase a estudiar.

2. Busque una universidad que por lo menos aparezca en un ranking mundial y que publique cositas divertidas en Instagram.

3. Escoja qué es lo que va estudiar e inscríbase en la prueba de admisión, un examen genérico que evalúe hasta su razonamiento cuantitativo, que no tiene nada que ver con la carrera a la que se está postulando.

4. Créase un genio, cualidad que todos a su alrededor le han dicho que tiene, en especial su psiquiatra.

5. Estudie, estudie y siga estudiando, así no entienda un carajo, para que el día de la prueba no se sienta como un culo porque no tiene ni puta idea cómo responder alguna pregunta "básica", que seguramente YouTube en cabeza de Julio Profe y otros tantos le explicó pero usted nunca entendió.

6. Muy importante: para atenuar lo anterior, pídale también a sus más cercanos (amigos y familiares) que le ayuden a entender las soluciones a los ejercicios de práctica; así, si no lo ayudan (por razones lógicas: quién va a pensar porque sí), le puede echar la culpa a alguien más (fuera de usted mismo) cuando le salga la misma pregunta en el examen y no sepa cómo putas responderla.

7. Espere los tantos días que le dijeron para conocer los resultados, usted verá si con el Cristo en la boca.

8. Cuando llegue el comunicado, no se asombre al saber que no quedó en Administración de empresas (o algo afín), porque no fue a eso a lo que se inscribió.

9. Siga sin asombrarse al corroborar que aunque no quedó en eso, sí pasó a lo que se había matriculado.

10. Y, por favor, jamás le cuente a nadie que la prueba de admisión a su maestría la pasó arrastrando por obra y gracia del Espíritu Santo.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Basorexia*

Hay Estados que son fallidos; el estado de ánimo, por ejemplo, y eso determina la esperanza de vida, y yo diría más bien que “la esperanza en la vida del ser humano”. ¿Por qué? En palabras raras, porque hay una deslegitimación de la figura -el Estado; por ende, del estado-, que produce un cataclismo que corroe cualquier posibilidad futura. Y en palabras normales, porque cuando alguien lo enciende en vano a uno, todo pareciera ser una gonorrea.

Hoy quiero desahogarme yo y ahogar este despecho; tener un desamor de cinco minutos, los cinco minutos que dure cualquier canción de Café con aroma de mujer. Escribiré de lo que me duele, porque es la época de la saturación del yo y porque el dolor es la singularidad que nos concierne a todos en una sociedad hipersexual, hipocondriaca, neurótica y de enfermedad colectiva como la tuza.

Así que utilizaré el discurso para paliar este dolor tan gonorrea que siente mi ego, agujero negro adicto a la dopamina que genera la mezcla entre lo furtivo y lo peligroso; lo utilizaré para publicar. Lo siento, pero todos necesitamos un espacio heroico para justificar nuestra existencia psicópata y exponer a esos bastardos que osan irse (no venirse) cuando la piel ya está ardiendo.

Entonces, brevemente (porque no hay nada que contar), he aquí la historia: si me hubieran dado cinco minutos más, esas puntas de los dedos que se buscaban conscientemente, esas miradas que fueron capaces de sostenerse en la provocación, esos mentones que no sé qué tan por error se juntaron, esas manos que de repente recorrieron mi espalda, habrían complacido mi depravación. Pero el teléfono sonó.

Un beso no se le niega a nadie, ¡¡menos en la semana del día 14!!

*parafilia que detona las repentinas ganas de besar a una persona. El deseo es tan fuerte. que incluso puede generar un orgasmo (Glamour.mx).

viernes, 30 de noviembre de 2018

Otra primera vez

Ese día en la rumba, me había pasado de tragos, y ya estaba en la etapa en la que la gente le dice a uno “NO-TE-AGUANTO-MÁS”; así que como nadie quería prestarme atención, me dio por textear a este man, el protagonista del milagro. Y le escribí, le escribí y le escribí (bien intensa, eso sí) hasta que me llamó, media hora después me recogió y me llevó para su casa. 


Aclaro: el tipo era una persona que me encantaba, me fascinaba, pero a quien solo veía ocasionalmente; de besos no habíamos pasado nunca, aunque esa noche estaba segura de que el tipo, no me iba a hacer el favor, me iba a hacer el milagro, porque veinticuatro años y virgen…, ¡ni que fuera la más fea! Sin embargo, cuando llegamos a su casa puse toda la resistencia del mundo hasta para bajarme del carro –que sí, pero si me bajaba cargada–, también para entrar a la casa ­–que ok, pero si me daba agua con gas; solo con gas–, y obviamente hasta para subir al cuarto: recuerden, estaba ebria y uno se vuelve más terco que de costumbre. 

No obstante, de distracción en distracción, llegué a su cama, detrás de una guitarra que tenía en sus manos, que porque yo quería aprender. Poco a poco, cuando ya no había más distractores que me alejaran de sus besos, la cosa empezó a ponerse seria y él me empezó a quitar el jean. En ese momento, con la sonrisa más cínica que jamás haya podido poner, le dije que perdía su tiempo, ¡porque, total, no iba a pasar nada! Literalmente, nada. ¿Que por qué? Como ni por muy borracha que estuviera el “soy virgen” me salía, entonces empecé a divagar en algo que no estaba lejos de la realidad: “Porque me voy a sentir utilizada, porque sí, ¡y por mil cosas más!”. 

Y fue en ese momento que la cosa se puso dramática: según él, esa era la última vez que nos veíamos –así no nos viéramos casi nunca–, y que no era porque estuviera enamorado de mí –como de manera convencida se lo insinué–, sino que lo hacía por él. Claramente, yo no estaba preparada para protagonizar tal drama esa noche, pero ahí seguíamos: él, su tragedia y yo, que estaba segura de que no iba a pasar nada y aun así lo ayudé a desvestirme. ¡Y a qué no adivinan qué ocurrió! 

¡Qué dolor tan hijo de p&%@! (Quienes sepan de qué hablo, me excusarán por tan bello adjetivo porque lo justificarán completamente). De repente, un “¿tú eres virgen?” (creo que más de sorpresa que de pregunta) rompió con mis quejas; y luego siguió, cautelosamente pero siguió, porque total “eso tenía que pasar algún día”. De soportable, la situación se volvió irremediablemente insufrible, además porque él seguía repitiéndome ‘tiernamente’ que no nos íbamos a volver a ver en la vida. 

“Ahora” quería que me vistiera porque no le gustaba que amaneciera y que él estuviera aún despierto, así que me iba a llevar en ese instante a mi casa. ¿Y yo? ¡A mí qué me importaba! Yo estaba bien ahí, ¿para qué me iba a vestir? Pero él insistió e insistió, hasta que dijo lo que no debió haber dicho nunca en su vida (por lo menos no a mí): “¿Si te regalo una canción, te vistes”? Y resulta no era propiamente una canción, sino que era “Te regalo una canción”, de la agrupación Poligamia. 

Cuando me dio por vestirme empecé a llorar, así como para ambientar la amalgama entre su drama y mi dolor. La verdad es que nunca supe si la canción fue coincidencia o si fue escogida, nunca supe si me la estaba cantando a mí, a la que en ese momento dejaba de existir. 

jueves, 20 de septiembre de 2018

Me gusta en cuatro



Mi depresión severa parece que se ha convertido en mi carta de presentación: soy paciente psiquiátrica desde 2012, tomo 50 mg de un recaptador selectivo de la serotonina y desde hace casi cuatro años voy a psicoterapia particular una vez a la semana. Como bien podrán suponer, ya me siento cansada, y – sobra decir– que estoy cansada de estar cansada.

Tranquilos, ¡no me voy a quitar la vida! Esta no es una carta de despedida; por el contrario, espero que sea una de bienvenida. Hace poco me hicieron un test de eneagrama, y resulta que soy un eneatipo Cuatro; así que, por favor, entiéndanme. Esperen, ¿no saben qué es eneagrama? O sea, #CulturaGeneral: descubrimientos de la #PsicologíaModerna basada en la sabiduría espiritual, ¡todo un #TrendingTopic! ¿Nada? Ok, ok, les contaré: el eneagrama es un sistema de clasificación de la personalidad, que sirve para potenciar el conocimiento sobre uno mismo, haciéndonos conscientes de los patrones automáticos que comandan nuestro carácter.

Hay nueve tipos de personalidad, y según gurús como Don Richard Riso y Russ Hudson, el mío se define por patrones que lo hacen sentirse a uno como una víctima trágica: nadie me entiende porque soy diferente, por eso creo que nadie me quiere y me siento sola así esté con mucha gente a mi alrededor. Soy un eneatipo Cuatro: una ensimismada melancólica, que aunque me falta algo, no sé qué es; me encanta –aunque me duela– perder infinidad de tiempo imaginando conversaciones que suceden en mundos paralelos, me desmorono con excesiva facilidad y soy obsesiva con mis sentimientos negativos.

No suena nada bien, ¿cierto? Lo bueno es que todo eso ya lo había reconocido en mí después de muuuuchas sesiones con el terapeuta; lo malo es que no he logrado que el psiquiatra me dé de alta, porque sigo sin saber (o sin querer descubrir) de dónde provienen la rabia, el rencor, el odio que me han conducido a la depresión (según la teoría de Freud).

Como parece que aún tengo intacto mi instinto de conservación, busqué un especialista en psicología transpersonal para que me ayudara a hacer algo con este dolor crónico que todos sentimos cuando estamos mal. En un ejercicio guiado, cerré los ojos y me encontré de frente con mi ego, mi villana interior; un desagradable ser individualista que no le gusta seguir órdenes pero tampoco tomar el mando, que todo el tiempo está buscando un salvador que lo rescate del abandono al que cree que todo el mundo lo somete y cuya compulsión más profunda es la envidia… envidia de la tranquilidad y la seguridad emocional que aparentemente sí tienen los demás.

Y ese es el Cuatro, ese soy yo y seguramente muchas de las personas que están leyendo esto: un Cuatro que no está sano. Sin embargo, resulta que cuando el Cuatro está bien, es un creativo nato, sensible, expresivo, de valiosas capacidades autoanalíticas; y, como los demás tipos, es un ser de luz que merece liberarse de los aspectos negativos de su personalidad para conectarse con su verdadera esencia.

Ese Cuatro también soy yo. Por eso, sigo explorando diversas estrategias terapéuticas para mi desarrollo personal, para saber cómo sentirme cada vez menos rota: inteligencia emocional, que llaman; esa con la que parece que no todos nacimos. Y siento que el eneagrama es una muy buena herramienta.