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viernes, 12 de agosto de 2016

La compasión te libera; lo dice la Biblia (creo)

¿Es necesario crear toda una ideología en el sentido peyorativo de la palabra para justificar lo que yo quiero? Todo apunta a que así es el derecho y su filosofía, mis convicciones y mi formación. Y esto sugiere que ni la justicia es ciega, ni los hombres son buenos por naturaleza.

Por lo tanto, entendemos la norma, la regla, la ley, como un trendig topic: el ciudadano parece que está moldeado por las circunstancias, y todo lo que pasa no pasa por él, por sus acciones, sino a pesar de él. Si lo analizamos de ese modo, seguramente la polarización colombiana que han desencadenado los acuerdos de paz con las Farc o las cartillas del Mineducación que pretenden –según la mitad de la intolerante población– “adoctrinar” a los niños en temas de identidad (y no, mejor, fortalecer sus emociones pensando en la pluralidad) se hace más clara: no entendemos en qué medida el odio es una tendencia que contradice la emoción que nos permitiría reconocer la magnitud e intensidad de los ultrajes para poderlos superar: el perdón, la aceptación. No se nos ocurre ni por las curvas que la justicia siempre estará codificada por esas emociones ni que la crueldad humana es tan solo el resultado de su despojo. Pero entendámonos, no nos demos duro: no hemos sido formados para pensar de otra manera, y tampoco lo estamos haciendo con nuestros hijos.

Bueno, aunque todo tiene una explicación: así es más fácil establecer relaciones de poder y dominación; ya saben, así son las cruzadas: sea cual fuere su causa, buscan reducirnos a despreciables fieras que tienen que domesticarse a las buenas o a las malas y que, además, tienen que recibir como recompensa o castigo lo que les corresponde por definición, no sea que hagan práctica la teoría del caos y que destruyan “la religión verdadera”. ¿O no es así como surge la justicia, por el miedo al desorden; y el odio, como el sustrato que justifica los actos criminales? ¿Con base en ello no se define, singularmente, lo inhumano? Y créanme, los Derechos Humanos no sé si existan como un superlativo, pero son una conjetura inevitable.

Ahora bien, haciendo énfasis en el lugar que tiene las emociones en la formación ciudadana, ¿al menos alguna vez nos hemos preguntado cuál es su importancia en el ejercicio de la ciudadanía? No; creemos de manera categórica que las emociones pertenecen única y exclusivamente a la esfera privada: a la familia, al hogar. Estamos obviando que las leyes van más allá de las relaciones interpersonales, que trascienden a las transpersonales, que cuando usted y yo ya no estemos aquí, ellas seguirán existiendo; no consideramos que la compasión es la emoción que nos vincula con ese mundo tan distinto al propio, ese mundo del perdón que se merecen los victimarios y ese mundo de la aceptación a la que también tienen derecho los que cree que no son iguales a usted; no creemos que sea necesario incorporar la inteligencia emocional en la vida pública, para servir, para lo público. Por el contrario, seguimos inculcando la lógica de una competencia que no supone la comprensión ni la piedad de aquel que sufre.

Entonces, si bien al justificar lo que yo quiero supongo estar dando un cumplimiento racional a la ley natural (en este país, asociada a la ley Divina), ¡oh, sorpresa!, como somos imperfectos (manchados por el pecado original, por culpa de Eva), esa racionalidad puede fallar.